Nación, religión, poder

1. INVENCIONES.

José Álvarez Junco, historiador, autor de ‘Dioses útiles. Naciones y nacionalismos’, explica que las naciones son una invención -no un invento- porque forman parte de las realidades imaginadas. Combate así la idea de la nación como una realidad natural que nos preexiste y nos rebasa, una fatalidad que determina nuestra identidad, nuestro lugar en la historia. Es cierto que el hombre es un animal que tiene la peculiaridad de ser capaz de crear ficciones y creérselas (Yoval Noah Harari). Estos días en que se conmemora el 30 aniversario de la muerte de Simone de Beauvoir se prestan a recordar que fue una de las primeras en decir que no existe la naturaleza femenina ni la esencia de la feminidad. Que todas las teorías del eterno femenino son mistificaciones patriarcales. Y que no se nace mujer, sino que se deviene mujer. Todo es construcción, empezando por la de nosotros mismos. No hace falta ser existencialista para compartir esta idea.

La nación y los nacionalismos son una invención. De la misma manera que lo es la religión. Construcciones del espíritu humano -Dios es un invento de los hombres, que son los únicos que hablan de él- para dar espesor, arraigo, consistencia, a un ser precario que vive mal su carácter contingente. Pero lo que se puede decir de la religión y de los nacionalismos también se puede decir de cualquier ideología de las pretendidamente secularizadas. Y de todo discurso que delimita el territorio de lo que es posible y lo que no en una sociedad determinada. Lo que es tramposo es intentar escapar de la criba de la crítica en nombre de una presunta realidad superior incuestionable.

Reconocer el carácter ficcional de los elementos referenciales (culturales, morales, lingüísticos, políticos, etc.) no impide que todo ello responda a un hecho elemental: la vida puede tener sentido o no, pero el sentido es necesario para vivir. Y los humanos nos lo construimos, tanto en el ámbito individual como en el colectivo. Ni todo es pura determinación natural (como pretendería el nacionalismo romántico), ni hay comunidad alguna que viva en la racionalidad absoluta, como parecen pretender los que, en nombre de la razón, descalifican los nacionalismos genéricamente como imposturas impuestas por unos cuantos a la sociedad, y portadoras de todos los males. Todas las ideologías, incluso las más pretendidamente liberadoras, contienen un potencial destructivo. Del nacionalismo puede surgir el fascismo, pero también el Estado republicano francés. Y los que critican el nacionalismo en nombre de los principios liberales deberían saber, como dice el mismo Álvarez Junco, que precisamente es con la revolución liberal como surge el nacionalismo moderno, que es lo que la dota de la dosis de subjetividad, de comunidad imaginada -pueblo soberano- que le permite legitimar los nuevos estados.

 

2. INCOHERENCIAS.

El Papa ha viajado a Lesbos para encontrarse con los refugiados que malviven aparcados por las autoridades europeas, pendientes de ser deportados a Turquía. Es un gesto que tiene la virtud de señalar con el dedo la impotencia y el miedo de los gobernantes europeos. Y que recuerda, especialmente a los feligreses católicos que se sientan tentados por el miedo, que todos son hijos de Dios y que es una vergüenza tratar a los demás de esta manera. Francisco es maestro en el ejercicio de la comunicación y del blanqueo del oscuro perfil de la Iglesia. Pero la imagen del Papa dando manos y repartiendo bendiciones a gente desesperada tiene por esta misma razón un cierto punto de obscenidad. El Vaticano tiene demasiado poder para quedarse sólo en el terreno del reconocimiento y de la denuncia. La operación habría sido mucho más efectiva si Francisco hubiera anunciado, por ejemplo, que cada parroquia y cada comunidad católica acogería al menos una familia. La coherencia entre las palabras y los hechos habría salido reforzada. Y los gobernantes europeos habrían quedado mucho más en evidencia.

ARA