La memoria en la pantalla

Permítanme considerar dos hechos que, en apariencia, no tienen absolutamente nada que ver: la victoria en la primera vuelta de las elecciones peruanas de Keiko Fujimori y la detención del presidente de Ausbanc, Luis Pineda. Ambas cosas pasaron hace poco con sólo días de diferencia y -lo reitero- no tienen ningún vínculo en común. ¿O quizás sí? Hilemos un poco delgado: en ambos casos quedan seriamente evidenciados los mecanismos de la memoria colectiva. En el primero, los votantes peruanos parecen haber hecho abstracción de qué significó hace un par de décadas el apellido Fujimori; en el segundo, se ha producido un caso grave de amnesia en relación con Pineda, un ultraderechista con un pasado violento, juzgado en 1984 por atraco y posesión de armas. No se trata de fomentar a toda prisa el uso de hemerotecas y bibliotecas, porque el mundo nos entra hoy en casa de otro modo, a través de una pantalla: la del ordenador, la de la tableta, la del móvil, la de la tele. A medio plazo, el gran cambio en los temas de memoria colectiva o histórica podría estar relacionado con la centralidad cultural de la pantalla, entendida como una especie de membrana que une y separa simultáneamente al emisor del receptor, y está dotada de unas reglas comunicativas específicas. Estas pautas incipientes suponen un cambio cualitativo -no meramente cuantitativo- que afecta a los mismos conceptos de memoria y de pasado (y que conviene delimitar con claridad con relación al ámbito de la historia académica).

¿Cómo recordamos hoy? La digitalización y la omnipresencia de la pantalla implican no sólo un cambio de mirada con relación al pasado, sino incluso una transformación de este concepto, así como de su posible recuperación en forma de mecanismos memorialísticos, estén museizados o no. Desde una perspectiva moderna -como la de Maurice Halbwachs, creador del concepto de ‘memoria colectiva’- el pasado sólo resulta asumible a nivel colectivo como marco compartido que encuadra o conjunta hechos concretos y diversos. Desde la perspectiva posmoderna, en cambio -la de Lyotard- el pasado es un relato disgregado, no necesariamente coherente ni compartido desde las perspectivas de género, procedencia étnica, clase social, etc. En la era de la pantalla, esto conduce a la paradoja de una opinión pública ultrahomogenea al tiempo que ultraatomizada (Cass Sunstein, https://es.wikipedia.org/wiki/Cass_Sunstein) así como el espectáculo deprimente de unas masas entendidas como «una suma de microanarquismos y soledades» (Peter Sloterdijk). Los cambios sociales derivados de estas transformaciones de mentalidad son incalculables: el joven europeo que abandona un suburbio para combatir en Siria no ha sido aleccionado en una mezquita, sino a través de una pantalla. La memoria colectiva ya no forma parte de un marco compartido, sino de un relato disgregado surgido de la superficie plana que permite construir identidades a la carta.

Y los cambios no acaban aquí. Es plausible pensar igualmente que, a medio plazo, lo que no ha sido digitalizado -sea una fotografía, un libro o un epistolario privado- ya no será percibido como información sino como un mero objeto físico con un valor histórico o testimonial muy relativo, y que en todo caso quedará al margen de unos circuitos del saber basados íntegramente en el uso de pantallas conectadas. Las consecuencias sociales de esta inercia no son inocuas. No se recordará -ni se conmemorará- lo ocurrido sino sólo lo que, además de haber sido digitalizado, obedece a los cánones de la viralidad (espectacularidad, esquematismo conceptual, etc.). En la medida en que se manifieste a través de un resorte comunicativo difícilmente modulable desde instancias institucionales, la legislación actual sobre memoria histórica perderá casi todo su sentido.

¿Cuál es la magnitud y el posible recorrido de estos cambios de tendencia ligados a la tecnología, que ya parecen haberse afianzado en forma de mentalidad difusa? Esto es difícil de determinar. En todo caso, parece urgente aclarar la naturaleza de ciertas disfunciones sociales graves y reales ligadas, por ejemplo, a la preocupante triangulación entre la construcción errática y descontextualizada de la memoria, los problemas de identidad entre jóvenes de ciertos barrios europeos y la violencia, incluida la del terrorismo internacional.

EL TEMPS