No hay política sin lucha identitaria

Traducción del francés para Rebelión por Rosa Carazo y Francisco Fernández Caparrós.

¿Sabían que éramos mortales? Es lo que acabo de descubrir —no sin pavor— leyendo una tribuna del filósofo Achille Mbembe, recientemente influyente sobre todo entre todas las corrientes que se identifican con la izquierda, incluso más allá de Francia. Publicado hace unos días en la sección «Idées» (Ideas) del diario francés Le Monde y titulado «L’identité n’est pas essentielle, nous sommes tous des passants» (La identidad no es esencial, todos estamos de paso), este artículo apunta numerosas cuestiones fundamentales. La primera, evidentemente, es ésta: el Hombre, y en particular la especie denominada filosófica, ¿tiene una propensión innata para hablar y no decir nada? Es una locura que personas que tienen la cabeza bien amueblada disfruten diciendo cosas carentes de sentido. Por más que me he exprimido la cabeza leyendo y releyendo el artículo, del derecho y del revés, intentando adivinar su secreto como si se tratara de un jeroglífico o de un acertijo —comenzando por el final hasta regresar al principio—, no llego a comprender por qué el autor ha sentido la necesidad de escribirlo. Lo imagino despertándose en mitad de la noche, con la frente empapada en sudor, y gritando «¡Tengo que decirlo! ¡Somos mortales! ¡Solo estamos de paso!».

Por supuesto, podemos sonreír y burlarnos de la vanidad de numerosos intelectuales que enuncian con aire profundo sentencias y moralejas que, formuladas en otro registro, apenas se distinguirían de una conversación de café. Sin embargo, algunos de esos pensadores gozan de gran reconocimiento. Sus discursos más banales, triviales, obvios o sus conjeturas más dudosas y criticables no son inofensivos. Contribuyen a formar la opinión pública. Añadiría —para que no me pregunten por qué juzgo útil traer a colación esta tribuna publicada en Le Monde— que las ideas formuladas en Francia, en los países del norte en general, e incluso por autores que, como Achille Mbembe, son reconocidos en el sur global, tienen incidencia en nuestra propia opinión pública. En particular, es el caso de aquellas ideas que están en consonancia con algunas cuestiones que estructuran nuestros conflictos políticos internos.

En su tribuna, más moralista que filósofo, Achille Mbembe habla sobre demasiadas cosas como para hablar de ellas en profundidad. Sin embargo, una cuestión destaca en el conjunto de sus observaciones. Se trata de la identidad, sobre la que reflexiona combinando dos registros no necesariamente compatibles, uno que me resulta difícil definir y que designaría como «metafísico» y otro que sería más histórico o político, aunque tampoco sabría bien cómo definirlo.

De esta manera, piensa la cuestión de la identidad partiendo de una idea conmovedora: la común humanidad de la humanidad, aquella que encontraría su fundamento en el hecho de que todos morimos (lo que me hace pensar en uno de nuestros filósofos-juristas locales que escribe en alguna parte que el fundamento del carácter universal de la democracia es que no nos gusta sufrir [1]). Para Mbembe, el Hombre, puesto que esta entidad metafísica es la que parece causarle problemas, solo está «de paso». Pasa y fallece: «El que está de paso remite en última instancia a eso que constituye nuestra condición común, la de seres mortales, con rumbo hacia un futuro por definición abierto. Estar de paso, esa es finalmente la condición humana terrestre». Fácilmente imaginamos que para el Hombre, ante semejante destino, la noción de identidad no tiene ninguna importancia.

El segundo registro desde el que Mbembe piensa la cuestión puede parecer más concreto. En efecto, nos habla de la globalización, un fenómeno que podríamos creer histórico, producto de la lógica capitalista y de distintas estrategias políticas. Aunque evoque el neoliberalismo y la «financiarización de la existencia», esta globalización parece, a ojos del filósofo, no constituir más que la realización de la común humanidad del ser humano. Sin duda, de este postulado Mbembe deduce, en particular, que la noción de frontera «tiende actualmente a su difuminación, cuando no a su extinción. Inexorablemente».

Por supuesto, le podríamos responder que, por una parte —aunque solamente por una parte—, la categoría específica de «frontera de Estado», tal cual se constituyó a partir del siglo XIX en Europa, ha experimentado transformaciones, aunque sin llegar a abolirse; lejos de ello, la globalización es de todo menos la disolución de las fronteras, al menos en su acepción genérica.

Asistimos por el contrario a su reorganización y metamorfosis. Las formas de separación y jerarquización, consagradas o no jurídicamente, entre grupos, colectivos, comunidades, clases y razas sociales [2], continúan existiendo, cambian o emergen otras nuevas, y constituyen el fermento y el fundamento de múltiples y exuberantes identidades que se renuevan e incluso se presentan como una «vuelta a las raíces». Sin embargo, esta realidad sin duda no tiene tanta influencia como el tedioso argumento de Mbembe: «Lo propio de la humanidad es el hecho de que estamos llamados a vivir expuestos los unos a los otros, y no encerrados dentro de identidades y culturas». Dicho de otro modo, la historia real de los hombres [3] va en contra de la esencia del hombre, lo que desde luego es bien molesto.

Si quisiéramos resumir el contenido de su artículo podríamos escribir simplemente esto: el Hombre es una esencia y la identidad, al ser solo una particularidad histórica, no puede considerarse esencial. El problema, para no ser más original en mis observaciones que Achille Mbembe, es que el Hombre no existe y que no hay más que hombres, hombres históricos, hombres particulares organizados bajo diversas formas colectivas y, desde hace ya bastante tiempo, bajo formas desagradablemente jerarquizadas que se desarrollan junto a correlaciones de fuerzas, políticas e identitarias.

«Todos estamos de paso» escribe nuevamente el filósofo, pero olvida dos cosas. La primera es que «pasamos» en grupo y no solos. Únicamente una ilusión óptica nos hace creer lo contrario. La segunda es que en función de las correlaciones de fuerzas entre grupos o subgrupos unos «pasan» durante más tiempo que otros; unos «pasan» de pie y otros sentados; y unos «pasan» sentados sobre las espaldas de otros. Esa es la historia, esa es la política, esa es la guerra, esas son las identidades. Las identidades, además de ser expresión de dignidad, son un elemento constitutivo y a veces toda una estrategia política. Lamentar o denunciar la persistencia de las identidades es renunciar a la lucha; es contribuir a desarmar la resistencia de los oprimidos.

Notas

[1] Se refiere al filósofo y jurista tunecino Yadh Ben Achour quien recientemente ha publicado Tunisie, une révolution en pays d’islam (Cérès Éditions, 2016) [N. de T.].

[2] Se trata de una categoría empleada por Sadri Khiari en su libro La contre-révolution coloniale en France : de De Gaulle à Sarkozy (La Fabrique, 2009) [N. de T.].

[3] De aquí en adelante, hemos decidido traducir «hommes» por «hombres» para guardar fidelidad para con el texto y el estilo del autor [N. de T.].

Sadri Khiari es miembro fundador del Consejo Nacional para las Libertades en Túnez (CNLT) y de ATTAC Túnez. Cofundador en Francia del Partido de los Indígenas de la República (PIR). Sadri es también autor de numerosos artículos y obras sobre Túnez. Su último libro es Malcolm X. Estratega de la dignidad negra, publicado español en 2015 en la editorial Artefakte.

http://nawaat.org/portail/2017/01/31/il-ny-a-pas-de-politique-sans-lutte-identitaire/