Dos memorias, dos fosos

La pretenciosa payasada de las carretillas del Fossar de les Moreres, continuación de la de la estatua ecuestre de Franco, confirma, por si alguien aún no se había dado cuenta, que el populismo de izquierdas y el catalanismo político son aceite y agua. De hecho, esto es el descubrimiento de la sopa de ajo: siempre ha sido así. Ahora, coyunturalmente, podemos hacer ver que no lo sabíamos, claro. Permítanme retroceder 80 años, y sólo a título ilustrativo. Las personas que se sintieron íntimamente sorprendidas por la muerte de los hermanos Badia no eran las mismas que lloraron sinceramente la muerte de Durruti. Es muy probable, casi seguro, que fueran a ambos entierros, porque entonces siempre eran una gran fiesta colectiva, pero lo hicieron por razones diferentes.

Al cabo de 80 años la memoria continúa divergiendo. Justo Bueno Pérez, el delincuente común que, además de asesinar a los hermanos Badia, tenía cinco cadáveres escondidos en un garaje de la calle Casanova, consta en una de las columnas del ‘Fossar (foso) de la Pedrera’ como un «inmolado por las libertades de Cataluña». Allí, sin embargo, una bromita como la de las carretillas del otro ‘fossar’ (foso), el de las Moreras, no se admite: cada vez que alguien borra el nombre de este asesino en serie el Ayuntamiento de Barcelona lo vuelve a restaurar. Dos memorias, dos fosos y una impostura. ¿Dónde radica el equívoco? Es muy sencillo: el president Companys y este delincuente fueron asesinados por las mismas balas franquistas, el uno en el castillo de Montjuïc en 1940 y el otro en el Camp de la Bota en 1944. De este hecho alguien ha llegado a deducir, insensatamente, que estaban en la misma trinchera. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.

Desde una perspectiva moderna -como la de Maurice Halbwachs, creador del concepto de memoria colectiva- el pasado sólo resulta asumible a nivel colectivo como marco compartido. Desde la perspectiva posmoderna, en cambio, el pasado es un relato disgregado, no necesariamente coherente ni compartido desde las perspectivas de género, procedencia étnica, clase social, etc. Esto conduce a la paradoja de una opinión pública ultrahomogénea a la vez que ultraatomizada (Cass Sunstein), así como unas masas entendidas como «una suma de microanarquismos y soledades» (Peter Sloterdijk). Los cambios sociales derivados de estas transformaciones de mentalidad son incalculables y van mucho más allá de nuestros problemas domésticos: el joven francés que abandona un suburbio para combatir en Siria no ha sido aleccionado en una mezquita sino a través de una pantalla. Su memoria colectiva ya no forma parte de un marco compartido sino de un relato disgregado surgido de la superficie plana que permite construir identidades a la carta.

La influencia que ha ejercido sobre los historiadores el pensamiento del sociólogo francés Maurice Halbwachs, creador de la sociología de la memoria, es fundamental. Dos son las obras que lo convierten en la referencia obligada en este campo: ‘Les cadres sociaux de la mémoire’ (1925) y ‘La mémoire collective’ (póstuma, publicada en 1950). Para Halbwachs, historia y memoria colectiva son dos registros del pasado que se enfrentan de acuerdo con su condición. En ‘La mémoire collective’ subraya que no se puede hablar de memoria histórica, dado que memoria e historia no son de ninguna manera conceptos sinónimos. Es probable que el problema de fondo comience apenas aquí. La expresión ‘memoria histórica’ sólo se utiliza como sinónimo de ‘memoria colectiva’ en catalán y en español. En el resto de lenguas, el concepto habitual es otro (‘collective memory’, ‘mémoire collective’, etc.) Además, la ley que ampara el concepto recoge también esta denominación errónea o, cuando menos, distorsionadora. Tampoco ayuda mucho que se hagan memoriales dedicados a gente que estaba al servicio de dictaduras como la de Stalin. Quizás esto de las carretillas contribuirá a desenmascarar la farsa…

Al parecer, pues, necesitamos dos ‘Fossars de les Moreres’, no uno. En el primero se puede hacer un homenaje a las personas que murieron en 1714 defendiendo las libertades de Cataluña. En el segundo nos podemos hacer eco de la tesis -básica en el seno del marxismo cultural- según la cual el nacionalismo catalán sólo es la coartada de la burguesía (hoy añadiríamos «heteropatriarcal», o algo por el estilo). Pues venga, vamos: hagamos un segundo ‘Fossar de les Moreres’ y pongamos carretillas, o inodoros, o lo que creamos oportuno. Pero sólo en este segundo foso, por favor. El otro está lleno de muertos de verdad. Aunque se trate de la burguesía capitalista heteropatriarcal, sólo son muertos. Dejadlos descansar en paz.

ARA