Transitorias, transiciones, transacciones…


Qué puede empujar a un ex lehendakari de la CAV, fundador y presidente durante mucho tiempo de Eusko Alkartasuna a alabar el comportamiento del Partido Nacionalista Vasco durante los primeros y decisivos años de la transición? ¿A quién interesa hacer el boca a boca a la nefasta estrategia de la anexión-integración, gran coartada del navarrismo españolista? ¿Quién añora los tiempos del consenso entre el PNV y la UCD de Jaime Ignacio Del Burgo?

Confieso que me ha sorprendido el artículo de Carlos Garaikoetxea alabando la Transitoria Cuarta, o mejor dicho alabándose a sí mismo como artífice de aquella formidable farsa. No tanto porque diga algo nuevo, sino por la vehemencia con la que alza esta bandera en un momento político tan interesante y esperanzador como el actual. Como navarro que nunca ha podido decidir sobre el status de Navarra, me indigna esta defensa a ultranza del entramado jurídico y político que ha impuesto y asentado la división territorial del país.

Todo el mundo sabe que la idea de integración en la CAV es rechazada en Navarra, comenzando por la mayor parte de los abertzales, que no queremos ni oír hablar de que Navarra gire alrededor de nadie. Y esa es, precisamente, la vía que Garaikoetxea defiende ahora. La Transitoria Cuarta estipula un procedimiento complejo, lleno de obstáculos y nada democrático para materializar esa integración, expresión clara del papel que tiene Navarra en el modelo de país del PNV y, según parece, también en el de algunos dirigentes o ex dirigentes de EA.

La Transitoria Cuarta forma parte de la Constitución española actualmente vigente. Afirmar que esta disposición garantiza la libertad de decisión de los navarros es proclamar que la Constitución española garantiza la libertad de decisión de los navarros. Y eso es falso. La prueba es sencilla: en casi treinta años de vigencia de esta norma, lo único que ha garantizado es que los navarros tengamos un estatuto de autonomía que nunca hemos votado.

Tras casi tres décadas de partición sin consultar a la sociedad navarra, afirmar que el problema «fue resuelto racionalmente» y que aquel consenso «naturalmente fue repudiado por los extremismos de ambos lados» es una desfachatez. Fue una respuesta conveniente para los intereses del PNV, pero no para la sociedad navarra, que quedó en manos de la derecha cavernícola y un PSOE plegado a la razón de estado y dominado por las ambiciones personales.

La gran trampa de la transición en Navarra fue la idea de que mientras la eventual unidad con Araba, Bizkaia y Gipuzkoa requería una decisión explícita de las instituciones y la sociedad, la pervivencia de la Navarra foral y española no precisaba ratificación. La Transitoria Cuarta fue, simplemente, una manera de facilitar al PNV su venta de Navarra, haciendo que pareciera que no la había vendido del todo. Prueba de ello es que, significativamente, esa Constitución que Garaikoetxea ahora alaba prohíbe la federación de comunidades autónomas.

La obsesión por inventar una trayectoria personal ajena a la realidad llega al esperpento en la acusación a la izquierda abertzale de facilitar la victoria de la derecha en las elecciones de 1977. En aquellos comicios, el PNV pudo presentarse sin problemas mientras las fuerzas realmente comprometidas en la lucha antifranquista en Nafarroa eran ilegales o se veían obligadas a renunciar a sus siglas. Los jeltzales estaban convencidos de que iban a obtener unos resultados extraordinarios, pero la realidad fue muy diferente y el PNV comprendió inmediatamente que sus intereses hegemonistas corrían peligro en una comunidad de cuatro territorios, así que decidió dejar Navarra al margen. La alabanza que Garaikoetxea hace del consenso con Del Burgo es, aunque involuntaria, toda una confesión de quién se alió en aquellos años con la derecha reaccionaria.

Ahora bien, tiene razón Garaikoetxea en llamar la atención sobre las elecciones de 1977, porque fue entonces cuando UCD, con menos del 30% de los votos (y menos del 25% del censo) pudo decidir el futuro de Navarra gracias al procedimiento acordado por PSOE y PNV. Navarra quedó fuera del preautonómico y el PNV ni pestañeó. A partir de ese momento quedó claro que habría dos velocidades y que Navarra sólo podría sumarse a la comunidad que conformarían Araba, Bizkaia y Gipuzkoa.

Volviendo a la actualidad, llama la atención que en torno a esta cuestión Imaz y Garaikoetxea defiendan exactamente las mismas posiciones. Ambos, aunque por razones que supongo distintas, necesitan que se juzgue como un acierto la actitud del PNV en la transición y se condene a la izquierda abertzale.

No hace falta ser un lince para observar la relación entre el modelo de la Transitoria Cuarta y la idea de varias mesas separadas para el proceso a abrir en Euskal Herria. Hay agentes interesados en reproducir la lógica de la partición desde el principio, para repetir el esquema de la transición. Si al PNV no le interesaba la unidad territorial hace treinta años, no le conviene más ahora. De ahí que la irrupción de Garaikoetxea en el debate tenga aires de pulso a la dirección de su propio partido, que se enfrenta en Navarra a una decisión histórica: actuar como satélite del PNV o establecer su propia estrategia. La marejada en Nafarroa Bai no es ajena a este dilema, y la complicidad de Aralar, Batzarre y algunos dirigentes y ex dirigentes de EA con los planes de Sabin Etxea está generando una pinza cada día más incómoda para la dirección de EA.

Sin embargo, el futuro de Navarra no puede quedar hipotecado por intereses partidistas ni por necesidades autobiográficas. La integración de Navarra en una CAV regida por el estatuto de la Moncloa no era «la única opción realista para un estatuto común, en la reciente historia». Había otra, hay otras, y ahora se están discutiendo, gracias a que hubo quien tuvo la clarividencia de no someterse al dictado de los franquistas y su reforma. Por suerte, Euskal Herria no gira alrededor del PNV, ni de ninguno de sus líderes ni ex líderes. –

Publicado por Gara-k argitaratu