«Delirium tremens»


Esta es una frase latina utilizada reciente y despectivamente por los políticos y los medios de comunicación al comentar la relación entre la independencia de Montenegro y la autodeterminación de Euskal Herria y que nos introduce en un tema de alto contenido político.

Esta frase viene a cuento porque el alto representante para la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea, el madrileño Javier Solana espetó desde lo más profundo de su convicción socialista y españolista (ex abuntantia cordis, os loquitur) que era imposible hacer un trasvase entre la votación de autodeterminación e independencia de Montenegro y la situación de Cataluña y el País Vasco con respecto a España. Textualmente dijo: «cualquier comparación entre el referéndum de independencia celebrado en Montenegro y el debate territorial en España raya en el delirium tremens».

El delirium tremens es un trastorno que involucra cambios mentales repentinos y severos o cambios neurológicos producidos al suspender abruptamente el consumo de alcohol. También puede ser causado por una lesión en la cabeza, por una infección o por enfermedad en personas con antecedentes de alto consumo de alcohol. Por lo tanto es una enfermedad personal, no social que se pueda predicar de todo un pueblo vasco o catalán. Pero como el delirium es una enfermedad personal y volviendo la oración en pasiva, quizás sea éste el momento de reflexionar si el mismo Javier Solana estaba bajo este síndrome de abstinencia.

Esta antigüedad anacrónica del pensamiento de Javier Solana la ha puesto en evidencia Timothy Garton Ash en un artículo que titulaba el fin de «Solania», jugando con las proyecciones políticas de nuestro compatriota. Y es que la declaración de independencia de Montenegro es la derrota de un determinado punto de vista de Europa Occidental que instó constantemente a los ex yugoslavos a permanecer unidos cuando ellos claramente querían separarse. Y es que el fin de «Solania» es igualmente la derrota de Solana en sus previsiones europeas con respecto a las naciones de España. Pues como afirma el mismo autor citado: «Si los pueblos quieren verdaderamente separarse y es posible hacerlo dentro de los límites de unos Estados viables, hay que dejarles que se separen».

Y si no es posible esta fórmula, será pequeñez de miras de la UE y de sus pensadores más cualificados como Javier Solana, el no presentar fórmulas políticas como son las naciones europeas sin estado, fórmula que están hace lustros reclamando muchos pueblos europeos y ahora mismo lo exige Kosovo. Con el mismo autor citado podemos afirmar que el hecho de tener tantos Estados pequeños y Naciones sin estado será forzosamente un nuevo aumento del precio que paga la UE por la diversidad. Y se concluye que «la proliferación de estados y naciones sin estado en Europa hace las cosas más complicadas en las relaciones entre países, pero las facilita dentro de ellos».

Pero no es sólo esta doctrina de Solana sobre la constitución europea la que falla estrepitosamente. Porque es el mismo señor Solana el que se olvida que su propia doctrina política de la guerra preventiva está en desuso no sólo en Europa, pero aun dentro de su propio partido socialista. En efecto, el alto comisionado, tras la cumbre de Salónica en Grecia, el 19 de junio de 2003, quiso hacer comulgar con ruedas de molino a toda la Unión cuando elaboró la doctrina de la seguridad europea que denominó en frase de José María Aznar como «ataque anticipatorio» o más bien «guerra preventiva». En palabras textuales del propio Solana: «Una unión de 25 miembros cuyo gasto total en defensa ascenderá a 160.000 millones de euros debería poder, en caso necesario, realizar varias operaciones simultáneamente. Tenemos que desarrollar una estrategia que favorezca la intervención temprana, rápida y, en caso necesario, contundente». A lo que le respondió José Luis Rodríguez Zapatero: «El concepto de guerra preventiva repugna a la opinión europea». Este desfase de Solana respecto a la guerra preventiva viene a sumar una nota negativa más a su doctrina sobre el futuro constitucional europeo y sobre el papel que deben jugar en la unión las naciones sin estado.

La segunda razón que adujo el mismo señor ministro europeo Javier Solana al negar la posibilidad de comparar al País Vasco con Montenegro se fundamentaba en que Montenegro, al fin y al cabo, en su historia había sido una vez estado independiente. Y esto es verdad.

Montenegro es una región europea de 13.812 kilómetros cuadrados, algo más que Chipre, que tiene 9.250 o que la actual Navarra que tiene 10.391 kilómetros cuadrados. En Montenegro viven 670.000 habitantes, algo menos que los 784.000 de Chipre y bastante más que los 556.000 habitantes de Navarra. En su historia Montenegro estuvo bajo distintas soberanías hasta que los caudillos y reyes Pedro I y Pedro II, entre finales del siglo XVIII y 1851, organizaron el Estado. Pero ni ellos ni Danilo I (1851-1860) recibieron el reconocimiento de su independencia en el congreso de París de 1856. Con Nicolás I (1860-1918) llegó el territorio a la independencia en 1878, y desde 1910 hasta 1918 su mandatario pudo gozar del título de rey.

Pero habría que recordarle al culto señor ministro europeo Javier Solana algo de la historia de España. Sin entrar a considerar la independencia secular de Cataluña y del reino de Navarra, (independencia ilegal e ilegítimamente truncada por las armas castellanas ya que, ahora como entonces, la violencia no genera, crea ni consolida ningún derecho) y por sólo citar el territorio de Gipuzkoa, éste fue reino en tres ocasiones en su historia. Dos por iniciativa regia y la tercera por voluntad de las Juntas Generales de la propia Provincia. Más aún, y por si alguno quisiera rizar el rizo, todo el territorio de habla del euskara, es decir, Euskal Herria, fue reino soberano en tiempo de Sancho III el Mayor y en su descendencia durante el siglo XI.

La tercera razón geopolítica que se le escapa al señor Solana es la semejanza que se ha dado entre la formación y ahora deconstrucción de Serbia con la de la Corona de España. Cuando termine la desintegración de Yugoslavia con la independencia de los estados nacionales, será Serbia la que conserve el asiento en la ONU, mientras que revolotearán su independencia en Europa un manojo de estados nacionales.

Igualmente, cuando termine la voladura en ralentí de la actual España sólo Castilla o «el resto de España» conservará su representación en la ONU, pero habrá dejado en el camino los territorios que fueron en su día carne y hueso de la centralista concepción de España, como son Portugal, Gibraltar, los estados centro y sudamericanos, la República Dominicana, Cuba, Filipinas, Andorra, el Sahara, los territorios históricos y las naciones peninsulares ibéricas, lo mismo que las ciudades de Ceuta y Melilla. En todo este proceso habrá faltado un idea de ligazón geopolítica no uniformista y un liderazgo de creación de una unidad panhispánica que aglutinara con una misma lengua, una común historia, un único sistema jurídico y una idéntica idiosincrasia, la diversidad de las colonias ultramarinas y de los antiguos reinos, luego provincias, más tarde autonomías o nacionalidades y por fin naciones de las Españas.

Pero los avatares territoriales en los que se encuentran los pueblos europeos se deben en gran parte a la falta de liderazgo de Europa. Para este momento la antigua Comunidad Económica Europea tenía que haber diseñado un modelo territorial en el que estuvieran presentes, junto a los estados nacionales, las naciones sin estado. –

Publicado por Gara-k argitaratu