Independencia por sorpresa

Lo afirma Xavier Rubert de Ventós. ¡Los catalanes no seremos independentistas hasta que nos obliguen! Esta frase pone de manifiesto las ambigüedades, paradojas y contradicciones propias de los catalanes respecto a los proyectos nacionales. Lo cierto es que una cosa es el deseo, otra la conveniencia, y finalmente la oportunidad. En los procesos de independencia contemporáneos hay una conjunción de factores para que esto ocurra. Y cuando ocurre, más que responder a un anhelo largamente compartido, los ciudadanos que cambian de pasaporte lo hacen con cara de sorpresa. A lo largo del siglo XX nuevos estados han ido surgiendo asociados a la descomposición de los imperios o la quiebra política de Estados heterogéneos sin gestión satisfactoria de la diversidad nacional. Estas grandes eclosiones han estado vinculadas a la resolución de conflictos bélicos. Los servicios de inteligencia de los contendientes siempre han utilizado las tensiones nacionales ajenas como arma desestabilizadora. Los alemanes enviaron fusiles a los independentistas irlandeses para desencadenar el levantamiento de Semana Santa de 1916. Los rusos propiciaban la deserción de las unidades eslavas del Imperio Austro-Húngaro. Los británicos fomentaron la revuelta árabe contra los otomanos. El resultado, una multiplicación de estados, sobre todo entre las potencias perdedoras.

 

Podemos llegar a conclusiones similares para la última oleada de independencias europeas. El fin de la guerra fría implicó la emancipación de aquellos pueblos que, como en el caso de los bálticos, anhelaban la independencia, y en el caso de bielorrusos o ucranianos, menos entusiastas con la secesión, se decantaron por la opción más conveniente. El divorcio de Checoslovaquia y el estallido de la antigua Yugoslavia acabaron de multiplicar el mapa político del continente hasta el punto de hacer irreconocible el mapa europeo.

 

El trazado de las fronteras responde a intereses geopolíticos. El debilitamiento de las potencias centrales, la creación de un glacis respecto a la URSS y la extensión de la influencia de los ganadores de la gran guerra se convertían intereses más poderosos que el principio de autodeterminación del idealista Wilson. En la resolución de la guerra fría, la extensión de la influencia occidental hasta las puertas del antagonista soviético representaba nuevos mercados y yacimientos de mano de obra barata para una Unión Europea apresurada en ampliarse a costa del antiguo bloque oriental. En el caso de la ruptura de Yugoslavia, no es ningún secreto que Alemania reconoció de manera inmediata a Eslovenia y Croacia para recuperar la antigua área de influencia del Imperio Austrohúngaro frente a la tradicional relación privilegiada entre Serbia y Francia.

 

España, en la práctica imperio multinacional, preservó la integridad de sus fronteras gracias a su neutralidad en las dos guerras mundiales y a la importancia estratégica en la retaguardia de occidente. Sin embargo, no faltaron tentaciones en las cancillerías europeas de aprovechar las tendencias independentistas de vascos y catalanes para forzar una modificación del mapa. Es aquí donde se inscribe el aprovechamiento de Francia del millar de voluntarios catalanes en la Gran Guerra, o los tanteos de franceses, alemanes e italianos durante la Guerra Civil de dar un hipotético apoyo a una independencia catalana o a un Estado vasco soberano. Sin embargo, la participación de España en el bando vencedor de la guerra fría blindó una de las fronteras más estables de Europa desde el siglo XVII.

 

En la Europa unida del XXI los conflictos serán más económicos que militares. Y en el nuevo contexto la secesión no está excluida como posibilidad. En la batalla por la hegemonía europea, no es ningún secreto que Alemania podría ser la más beneficiada por una hipotética independencia vascocatalana. Debilitaría un competidor, por dimensión económica y demográfica, en el control de las instituciones comunitarias. De acuerdo con las últimas estadísticas, la independencia del Principado y el País Vasco haría caer el volumen de la economía española de 1.369 billones de dólares a 983.000 millones, una dimensión que la equipararía con Turquía, y demográficamente, España quedaría por debajo de Polonia. Una extensión del conflicto, con el País Valenciano, las Islas Baleares y Navarra, implicaría una caída aún mayor, el 40% del PIB, hasta situarse en un volumen (806.000 millones) similar a Polonia (721.000) y no muy lejos de Holanda (677.000), y con una dimensión demográfica por debajo de los 30 millones de habitantes, entre Polonia (38) y Rumanía (22). El reconocimiento de un proceso secesionista, por tanto, rebajaría las pretensiones de Madrid en el juego europeo y degradaría el estatus del antiguo imperio en potencia de tercer orden. Por otra parte, y en el potencial conflicto entre Berlín y París, el reconocimiento de una Cataluña y un Euskadi independientes podría causar problemas en la retaguardia francesa en la disputa por la hegemonía europea, más teniendo en cuenta la dimisión voluntaria en los asuntos continentales de un Reino cada vez más (des) Unido, y los problemas, también potencialmente secesionistas, de un norte de Italia que podría verse reconfigurada con un mapa pregaribaldíno. Cualquier estudiante de geopolítica conoce estos hechos, y no sería extraño que estos cálculos se hayan hecho entre políticos catalanes con buen nivel de alemán y personal discreto del consulado.

 

Tampoco hay que tener mucha imaginación para ver que China considera a Barcelona como una especie de Hong Kong, es decir, una vía de entrada de sus productos en el sur del Mediterráneo, y que es más fácil controlar sus intereses políticos y comerciales con un Principado segregado de los intereses de Madrid. En una línea muy similar, los petrodólares del Golfo, cada vez más activos en el sur del Mediterráneo, verían con buenos ojos un debilitamiento de la monarquía hispánica, de acuerdo también con sus fantasías geoestratégicas.

 

Los posibles procesos de independencia, por tanto, van asociados más a los intereses y la oportunidad que al deseo, a la conveniencia de que a la voluntad, a los errores estratégicos hispánicos que los aciertos de los independentistas, a la debilidad que a la fuerza. Como diría el Tardà del programa de TV3 ‘Polonia’, alguien lo tenía que decir…

 

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