Independentismo de salón

Artur Mas se verá obligado a dar un paso muy pronto

Carles Boix

 

Los esfuerzos por el logro de a independencia de una nación exigen plantear tres cuestiones previas. La primera se refiere a la propia existencia de la nación, de un “demos” que tenga la capacidad de ser sujeto y que sea su soporte con permanencia en el tiempo. La segunda consiste en que ese “demos” tenga efectivamente voluntad de emanciparse, de llegar a ser sujeto político en el mundo y demuestre ese afán estableciendo con claridad el fin que pretende conseguir y los medios que va utilizar para lograrlo, es decir sea capaz de construir una estrategia. La tercera, es saber si quienes la propugnan conocen con suficiente base todo lo que implica construir un Estado viable en el siglo XXI; debe establecer el modelo al que aspira (burocrático, pesado, centralizado o bien, ligero, ágil, descentralizado y sin solapamientos de funciones…)

 

Estas tres cuestiones se suscitan, sobre todo en el mundo occidental, en cualquier nación que aspire a emanciparse del Estado, o estados, en los que se asienta su población y territorio y en el/los que no está cómoda, es decir no se percibe apoyada en la construcción diaria de su nación y en los problemas que se plantean en un mundo cada vez más globalizado sino que, por el contrario, se ve constantemente agredida. Las respuestas a las tres cuestiones no son unívocas ni pueden serlo. Cada nación vive en situaciones distintas, como son diferentes las relaciones con los estados de los que depende, la memoria que guarda de sus relaciones con ellos y con el resto de naciones y, por supuesto, la historia que les ha conducido al presente.

 

En nuestro entorno geopolítico próximo tenemos tres naciones en esta tesitura: obviamente la nuestra: Navarra, pero también Cataluña y Escocia. Ya, de entrada, surge una clara diferencia en el tercer caso con relación a los otros dos: Escocia forma parte de un Estado, el británico, de reconocida tradición democrática. Navarros y catalanes, en cambio, pertenecemos a dos estados: España y Francia, cuya principal característica común ha sido, y es, su aversión a la diferencia. Ambos fueron modelos del absolutismo monárquico y, posteriormente de estados totalitarios y en particular en el caso español los largos años de régimen fascista todavía no han sido superados. Su expresión más evidente es la obligación que exigen al resto de naciones que dominan, dentro de su Estado, de someterse a las formas de ser de la impuesta por la que lo ha construido. Francia y España muestran un talante unitario y uniforme a la hora de afrontar las diferencias lingüísticas y culturales que tienen en sus respectivos territorios; ambas han perseguido, con saña rayana en el genocidio, a los pueblos que fueron “incorporando” a sus territorios respectivos y a sus lenguas. Por el “justo derecho de conquista”, claro está.

 

El propio estilo de la potencia imperial ya marca la posible estrategia de la nación que aspira a su independencia. Posiblemente ésta sea la principal causa de la opción escocesa por un referéndum para determinar su futuro. Frente a la situación escocesa, catalanes y navarros tenemos a los estados español y francés, con todos los lastres acumulados antedichos. Parece una situación bastante más compleja en la que la opción del referéndum no cuaja, principalmente por ser manejable con facilidad por quienes definen arbitrariamente las divisiones administrativas, los censos y demás recursos de sus “democráticos” estados, es decir por quienes utilizan el pucherazo permanente. En Cataluña la inmensa mayoría de quienes luchan por su emancipación consideran el referéndum como el último paso del proceso. Para ellos sería sencillamente el momento de consolidación, a nivel internacional, de una independencia ya lograda de hecho.

 

Los catalanes parece que otorgan prioridad, lógica por otra parte, a la independencia del Principado frente a la del resto de los Países Catalanes, que quedaría diferida a una etapa posterior a su independencia. Esta opción se puede basar en el hecho de que el Principado es el núcleo central, histórico, simbólico y socio-económico en el presente, mientras que el resto de territorios (País Valenciano, Illes, territorios ocupados por el Estado francés, l’Alguer en Cerdeña) serían espacios y grupos a incorporar posteriormente en el Estado propio. Para lograr esta independencia algunos dan prioridad a una declaración unilateral de independencia desde el actual Parlamento de Cataluña, mientras que otros propugnan tal declaración desde la propia sociedad civil catalana, representada en la Asamblea Nacional Catalana (ANC). La ANC constituye un movimiento cívico apartidario o suprapartidario que pretende englobar a todos los sectores sociales y políticos de Cataluña que persiguen su constitución como Estado independiente.

 

En la conciencia a favor del Estado propio en Cataluña se dan múltiples factores conjuntos, de los que el económico no es el menor. Incluso hay quienes propugnan un Concierto o Convenio tipo de los de la actual CFN o de la CAV. Si al expolio fiscal, de infraestructuras, etc., se añaden los problemas relacionados con la enseñanza y uso de la lengua catalana, el cóctel para la independencia está servido. Según las últimas encuestas la población del Principado que aspira a la independencia es mayoritaria (un 51% por lo menos). La posibilidad de acceder a un “pacto fiscal” con España tiene tan pocas posibilidades de salir adelante como que los españoles se conviertan al federalismo. El Estado propio es la salida natural e inmediata. Como decía recientemente Carles Boix, profesor catalán en Princeton: Artur Mas se verá obligado a dar un paso muy pronto.

 

Queda nuestra nación, Navarra. En esta última etapa se escuchan más voces reclamando la “independencia para Euskal Herria”. No obstante no ha aparecido ninguna propuesta pública consistente para concretar el modo de actuar, los pasos a dar, la estrategia en una palabra, para lograrlo. Nada más allá de eslóganes que pueden servir de muletilla para cualquier frase de propaganda electoral. Al no aparecer ninguna proposición concreta es fácil pensar lo que de hecho está sucediendo: no hay ningún debate al respecto. Parece que en nuestra nación, como en Cataluña, la opción de un referéndum en las condiciones políticas marcadas por la subordinación y partición territorial y humana asociadas al imperialismo franco-español, está descartada a priori. Son los mismos factores que impiden la utilización directa de los actuales “parlamentos” de Iruñea o Gasteiz, como soporte de legitimidad de nuestra independencia.

 

¿Dónde está Navarra en todo este tinglado? Sincera y simplemente creo que no está. No se percibe una conciencia clara de los problemas que suponen desde el punto de vista político romper con un Estado constituido y hacer surgir otro nuevo. Hay quienes piensan que tomando la parte por el todo, sin referencias a la centralidad política de Navarra, pueden conseguir la “independencia” de una “Euskadi”, que nunca se podrá confundir con la nación vasca. Les guste o no a quienes preconizan esta línea, hoy Euskadi designa a una Comunidad Autónoma del Estado español formada por tres provincias españolas y no representa el conjunto del “demos” vasco, ni social ni política ni históricamente. Otros hacen proclamas retóricas a favor de la independencia, pero no llevan a cabo actos performativos para su consecución. En ambos casos se impone la aceptación acrítica del “provincialismo” producto de las conquistas y consecuente subordinación política. Esto es, del “zazpiak bat” o, incluso, del menos comprometido “hirurak  bat” vascongado.

 

La construcción de un Estado propio exige un gran esfuerzo de definición de metas y medios, de coordinación y acumulación de fuerzas, de estudio y previsión de escenarios Lo que se aprecia normalmente en la actual situación política de Navarra son brindis al sol. No se percibe la coordinación de fines y medios que implica una estrategia efectiva en su favor. Creo que en ambos casos estamos ante dos versiones de un independentismo de salón.

 

 

Publicado por Nabarralde-k argitaratua