Capablanca en la plaza Sant Jaume

Todos los indicadores apuntan a que el plan A del actual gobierno de la Generalitat -lograr un «pacto fiscal» en la línea del concierto económico- tiene unas posibilidades de recorrido prácticamente nulas. Se trata de un plan, como antes la reforma del Estatuto, que creo que había que plantear a pesar de la previsible negativa frontal de la parte española, la cual legitima aún más la constitución de un Estado propio. Pero lo cierto es que el pacto fiscal no resulta hoy creíble. No es realista. El gobierno central tratará de presentar la obligada revisión del modelo de financiación (2013) como un acercamiento a las demandas catalanas. Pero, una vez más, todo será ficticio, un nuevo engaño. De hecho, el gobierno central, las instituciones del Estado (tribunales, Defensor del Pueblo, etc.) Y el PSOE están apostando por una revisión jerárquica del Estado (aeropuertos, corredor central), así como por el nacionalismo español uniformista tradicional. El Consejo de Garantías Estatutarias ha ido señalando las prácticas recentralizadoras del gobierno del PP con una constante invasión de competencias (dependencia, prestaciones de desempleo, horarios comerciales, salario de los funcionarios, etc.)

 

A estas alturas, el plan B a favor de la independencia de Cataluña es el único que en la práctica merece consideración política e intelectual de los actores políticos y sociales catalanistas. El resto de caminos, simplemente, no existen. Sus posibilidades prácticas han evaporado.

 

El catalanismo ya no debe responder a la pregunta de cómo se puede tener más autogobierno en un Estado español caracterizado por una constante hostilidad política, jurídica y económica (fiscalidad, infraestructuras) hacia Catalunya, sino a la pregunta, más difícil de responder, sobre cómo se puede lograr ser un Estado independiente dentro de la Unión Europea. Razones para la independencia sobran. Y la crisis económica y financiera precipita los ritmos. Del liderazgo político se esperan posicionamientos y acciones claras que sepan conducir al país a un reconocimiento internacional de su personalidad diferenciada y un mejor bienestar socioeconómico en un mundo cada vez más competitivo y globalizado.

 

El reto es decisivo. Y no es fácil. Para tener éxito, el Gobierno, los partidos y las organizaciones de la sociedad civil deberán poner el máximo de racionalidad en el proceso. El próximo gobierno de la Generalitat deberá jugar partidas simultáneas de ajedrez político, tal como hacía con solvencia, por ejemplo, el cubano José Raúl Capablanca, campeón mundial en los años veinte. El gobierno deberá jugar partidas simultáneas a cuatro niveles: catalán, español, europeo e internacional, y en cuatro ámbitos: político, socioeconómico, jurídico y mediático. Se trata de un conjunto de 16 partidas simultáneas, de las cuales hay 5 o 6 de fundamentales (que no detallo aquí), que requieren estrategias diferentes y disponer de jugadores de una excelente profesionalidad. Dejemos aquí este punto.

 

La independencia del país no depende sólo de la voluntad explícita de los catalanes (como parece que algunos todavía creen). Esta voluntad es la principal condición necesaria para el éxito del proceso, pero no es una condición suficiente. También contará, y mucho, la posición de los principales actores internacionales: EEUU, estados europeos, UE, FMI, etc. Hay que establecer redes informativas, argumentativas y de complicidades con los principales actores internacionales para maximizar las posiciones favorables al nuevo Estado. Hacer coincidir el proceso con el del referéndum escocés puede facilitarlo.

 

Por otra parte, a nivel del Estado, la independencia implicará actuar a partir de un cierto momento al margen de la legalidad española. Hay que tener preparadas acciones ante las previsibles decisiones del gobierno central y del Estado a nivel político, jurídico, económico, mediático e internacional. Hay que tener una estrategia clara y decidida, por ejemplo, para asegurar los servicios de energía y comunicaciones (telefonía, internet), así como ante la posible suspensión de la autonomía o de la declaración de algún estado ‘excepcional’ por parte del gobierno central (situaciones explícitamente reguladas en los artículos 155 y 116 de la Constitución española).

 

A veces tengo la impresión de que en Cataluña algunos actores hablan de la independencia como si España no existiera. Pero, créanme, existe. Y utilizará todos sus recursos para que Cataluña (y el País Vasco) sigan dentro del Estado, aunque sea en contra de la voluntad de la mayoría de catalanes (y de la mayoría de vascos). Hay que tener muy bien calculados las posibilidades y los riesgos de las acciones a emprender.

 

En definitiva, resulta básico evitar errores y conducir el proceso de la manera más racional y más inteligente posible en diferentes ámbitos de actuación. La batalla de la legitimidad interna a favor de la independencia está ganando. Pero para tener un éxito definitivo hay bastantes cosas que hacer antes de declarar la independencia. Las declaraciones son fáciles de hacer. Pero declarar la independencia es muy diferente de conseguirla. De hecho, la declaración no es ni mucho menos el primer paso a hacer. Más bien deberá proclamarse cuando haya garantías de que el proceso iniciado sea ya irreversible. Y por eso hay que jugar partidas simultáneas previas en diferentes escenarios. Y ganarlas. Como hacía Capablanca.

 

http://www.ara.cat/premium/opinio/Capablanca-placa-Sant-Jaume_0_766723345.html