Historia y política

Entre los años 1971 y 1984, cuando murió, Michel Foucault enseñó en el Collège de France, en la cátedra bautizada por él mismo Historia de los sistemas de pensamiento -con un ligero sesgo estructuralista-, bueno y sucediendo nada menos que a Jean Hyppolite, que había enseñado una disciplina análoga, pero de nombre más clásico: Historia del pensamiento filosófico . Sea como sea, Foucault no se ciñó al título de su prestigiosa y confortable cátedra -¡26 horas de enseñanza al año!-, Porque a lo largo de este tiempo se decantó más bien por entrecruzar de una manera habilísima el discurso de la historia y el discurso de la política: esto me recuerda el caso de aquel catedrático de Filología Románica de la UB que, al comenzar la carrera académica, habiéndole sido encargado un curso de Poesía galaicoportuguesa , comenzó diciendo : «El curso lleva por título La poesía galaicoportuguesa. En consecuencia, hablaremos de los trovadores provenzales»- tema que no tiene nada que ver, o apenas.

 

Foucault, hombre de prodigiosa inteligencia a quien tuve la suerte de escuchar el Collège de France y con quien hice una pequeña amistad mezclada con complicidad en la Universidad de Nueva York, no convirtió, en vida, ninguno de sus cursos académicos en libros, más aún: dejó muy claro a su compañero Daniel Defert y a un grupo de amigos que no quería que le hicieran, a él, la misma jugada que Max Brod le hizo a Franz Kafka, es decir, publicar el material póstumo que no había revisado y preparado para la imprenta.

 

Pero Foucault poseía una elocuencia tan extraordinaria que no fue difícil que un grupo de discípulos enviaran a galeras -quiero decir «galeradas», como Cervantes- casi todos los seminarios dictados en tan alta y amplísima institución, y registrados. (Bien hecho, como en el caso de Kafka.) Ahora nos llega a nosotros, en catalán y de la mano de Miguel Morey, que hace un prólogo excelente, el curso que llevó por título “Hay que defender la sociedad (1975 -1976)”: traducción de Pilar Ballesta, Cànoves i Samalús, Proteus, 2012. Lo que más debe interesarnos de este seminario es el hecho de que Foucault hace un «vuelco hermenéutico», si se puede decir así, entre la arqueología del saber -procedimiento que había dado nombre a uno de sus mejores libros-y la genealogía del poder, cuestión que dominaría toda su producción hasta una muerte prematura. Foucault explica en este libro que no le interesa reconstruir la historia a partir de los documentos que ésta ofrece imparablemente, sino averiguar la génesis de un supuesto subsistema de la historia (o ¿suprasistema?), Vale decir, el poder , para entender la historia.

 

Al revés de la tesis de Von Clausewitz, para el que la guerra no sería sino el poder político continuado con otros medios, Foucault se esforzó en demostrar, todo el curso, que el poder político no era otra cosa que una consecuencia, refigurada, de la guerra. En este sentido, algunas de sus afirmaciones tienen plena vigencia en la Cataluña actual, obsesionada casi maniáticamente en la fecha de 1714 (hecho histórico, por otra parte, de una guerra de sucesión, no de secesión): «La historia, como los rituales, como las congregaciones, como los funerales, como las ceremonias, como los relatos legendarios, es un operador, un intensificador de poder … La historia hace memorable, y haciendo memorable, inscribe los gestos en un discurso que constriñe y inmoviliza los hechos más pequeños en monumentos que los petrifican y los harán ser, en cierto modo, indefinidamente presentes».

 

Pero la lección más alta de este libro reside en el hecho de que Foucault, cuando entró decididamente en el discurso que articula pensamiento, historia y política, se armó hasta los dientes de conocimientos positivos de historia, que es justamente lo que les falta tanto a nuestros políticos como muchos politólogos: un saber exacto de lo que sucedió y una didáctica de lo que se convirtió por cuanto nadie, ni los políticos ni los súbditos-porque ahora somos tal cosa, no ciudadanos, propiamente hablando- , no utilicen la historia para hacer más fuerte y más indiscutible el ámbito ideológico del poder.

 

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