Fiesta y sociedad

 

En la Fiesta, celebración social cíclica, laten ecos de los orígenes de la sociedad (incluidos mitos y ritos que sobre los mismos tiene, que a su vez dan noticia de los ideales que persigue), formas y modos de la vida asociativa, componentes culturales… En feed-back permanente, la sociedad se expresa en la Fiesta en modo fundacional y, en consecuencia, integra y cohesiona la sociedad cíclicamente. Todas las fiestas se remiten, en diversos grados y niveles, a ese trasfondo; su vitalidad e influencia están estrechamente ligadas a la salud de la sociedad. En la mayoría constituyen restos muy erosionados ya e integrados en la dinámica del Orden, de la dinámica social general. Pero en algunas, en mayor o menor medida, ese trasfondo sigue vigente.

Como es sabido, la realidad social tiende a agruparse en dos polos, imbricados, y que de manera esquemática serían el Orden y Caos, poder instituido y poder instituyente. Y si todos los estamentos son importantes, es evidente que, para que la Fiesta adquiera su máximo nivel de integración y cohesión, de catarsis, la participación de la calle, la emergencia del instituyente es imprescindible (con todo lo que el caos comporta de positivo y negativo, pero inevitable al ser elemento constituyente de la condición humana, tanto a nivel personal como colectivo). Paralelamente, es necesaria una suficiente conciencia al respecto del Orden, que la salud social pasa por su aceptación.

El Orden y su consecuencia -la historia de dominación y organización sociales- se desarrolla en el tiempo lineal, diacrónico. En él la sociedad está, fundamentalmente, organizada y jerarquizada, ‘ordenada’ en base a la depredación de gentes y tierras, la ‘razón de la fuerza’, la violencia acumulada. La Fiesta supone un alto en esa carrera desenfrenada, un tiempo sincrónico, de creación y recreación. En él la sociedad se sumerge, en mayor o menor grado, en el caos primordial donde emerge el sentido de “todos somos de la misma cuerda” (soka berekoak, iguales), más en la onda de la ‘fuerza de la razón’, es decir sanadora. Y así sale de la misma, cohesionada y reforzada en su conciencia de ser y estar, y al mismo tiempo abierta, todo el mundo es bienvenido a la fiesta; y con objetivos de libertad y salud sociales que no prescriben. Efecto siempre latente, en unas sociedades más que en otras. En la nuestra, es evidente que lo tiene. El contrapoder de la calle, la vitalidad instituyente de la sociedad se pone de manifiesto en la Fiesta, per se, solo con vivir la misma de manera plena. Bien lo sabe el orden establecido; cuanto más alienígena y alienante sea, mayor el intento de controlarla y alienarla. De ahí su permanente acoso a la Fiesta para desproveerla de las características que le son propias y que la convierten, por relativo que sea, en fuente de salud y conciencia sociales, ‘peligrosa’.

A pesar de que en las sociedades actuales no sea posible ya un tipo de celebración realmente caótica, todavía hay fiestas que mantienen vivos componentes at vicos fundacionales, relacionados, por tanto, con el descenso al caos. En nuestro País, la fiesta aún mantiene, en diferentes grados, la participación de la calle, de la base popular (peñas, konpartsas, blusas, cofradías, asociaciones festivas, etc), y el caos, magma instituyente, emerge con fuerza. Los Sanfermines son el ejemplo emblemático por excelencia, para las gentes de Iruña y las de los territorios de la vieja Vasconia que la tienen como capital; en las últimas décadas para gentes de muchos kilómetros a la redonda, tantos que hoy en día dan la vuelta al mundo.

Desprovista de esas características, la Fiesta queda reducida a los aspectos de exhibición, de espectáculo y consumo. La oferta de entretenimientos (participación pasiva) es el camino que el Orden indefectiblemente recorre, la Fiesta va quedando así desprovista de su sentido catártico y creativo. Y no es que no tenga que atenderse ese capítulo. Estando claras, y aceptadas, las premisas festivas, el Orden asume que en la Fiesta el poder (por relativo que sea) reside en el Caos y, por tanto, pone a su disposición los elementos que permitan su expresión plena (desde la limpieza y/o las vallas en el recorrido del encierro hasta las ferias y conciertos-bailes, pasando por otros muchos menesteres necesarios, crecientes, dada la masificación de la fiesta). La masificación es inevitable en el mundo actual, la solución no es fácil, aunque es evidente que la política de vender sin freno la fiesta, con la tiranía mediático-consumista que conlleva, la va convirtiendo en un set espectacular en el que, aunque sea lentamente, se diluye y debilita su naturaleza catártica…, que es la que precisamente la convierte en extraordinaria. Tema crucial que exige reflexión profunda.

A través de los siglos la Fiesta integra nuevos iconos, referentes culturales, modas y costumbres; precisamente, está viva por su capacidad de sincretizar, integrando aspectos formales dominantes (en relación con lo sagrado, por ejemplo) en un nivel de cognitio más profundo, aunque sea de manera inconsciente. La capacidad para adaptarse e integrar nuevas formas ‘exteriores’ es clave de supervivencia, desafío de la máxima importancia tanto para la Fiesta como para las lenguas y la sociedad humana en general.

Así, elementos nuevos se pueden integrar en la Fiesta, precisamente por la pervivencia del núcleo atávico vivo y creativo. La comparsa, que emerge del instituyente, de la calle, tiene una representación que todavía la emblematiza más como expresión del caos: su participación en la procesión de San Fermín, que constituye un libro abierto y vivo del binomio que venimos repitiendo: orden y caos. Los representantes del caos (gigantes y cabezudos, kilikis, zaldikos, dantzaris, etc) conducen al orden (corporación municipal) de la mano de la Pamplonesa, que está en la frontera entre los dos mundos, en su visita a otro bastión del Orden, la Iglesia. Cuando la comitiva llega a la iglesia, los representantes del Caos no entran, esperan a que los diferentes estamentos del Orden celebren su ritual, la misa. Cuando ésta termina, de nuevo se pone en marcha la comitiva, a la catedral, en su visita al cabildo. Siempre conducido por el Caos, que es el que reina en el espacio libre que es la calle.

Que el icono actual sea San Fermín, no quiere decir que lo que late no sea mucho más antiguo y primordial. El supuesto santo es moreno (como Santiago beltxa, de Gares), quizá como recuerdo de lo que representa en realidad: una metáfora ligada a los orígenes de la sociedad humana. El cristianismo recupera esa cognitio profunda y la adapta a las nuevas creencias e intereses (aunque, para mas mofa… festiva, sea un icono falso, que no ha existido; lo que no impide el uso y abuso que el Orden, incluida la Iglesia, hace del mismo). La procesión, así, es expresión primordial, que pone de manifiesto en la calle, de manera pública, las bases constitutivas de la sociedad: el orden y el caos. Es decir, de manera fundacional y catártica.

Y, evidentemente, otro elemento central en torno al cual se desarrolla la Fiesta: el toro. Sin entrar en otras consideraciones respecto al maltrato a los animales, la corrida, etc, posición crítica que va ganando adeptos, en los términos de antropología socio-cultural que estamos abordando aquí, el toro representa un símbolo primordial, totémico, expresión de fuerza bruta, capacidad sexual, de atracción y terror, de caos (en la mitología cretense, la reina engendra una criatura con el minotauro). El culto y celebración en torno al toro se extendía por todo el Mediterráneo y aledaños. En Sanfermines se mantiene vivo. Cuando Dionisos se transfiguraba en toro en verano (en invierno serpiente, en primavera león), se sacrificaba y la celebración dionisíaca se expandía por todo el Egeo. Orgía, es decir, exceso, desenfreno, sexo, vino… Fiesta y terror alrededor del toro, todo a la vez. Salvando las distancias, como en Sanfermines. Dionisos-toro aún corre por las calles de la ciudad, en un recorrido cerrado. La única salida es superar el rito corriendo, cerca o lejos, en ese espacio laberíntico, sin escape, donde la fuerza bruta, el caos, anda suelto. Luego, como corresponde a una divinidad, sirve de alimento, físico y mental, sacral; comer estofado de toro sería equivalente a comulgar.

Lo verdaderamente sorprendente es la permanencia de un ritual de esas características en una sociedad moderna, industrial (no a nivel de representación, sino con riesgos reales ante el toro; igual que la fiesta en general, con sus componentes de exceso, alcohol, ruido, suciedad…). Señal de su profundo arraigo en el subconsciente colectivo, en relación, sin duda, con el sentido catártico de la Fiesta.

La población infantil también se inicia en la fiesta tanto con los gigantes y cabezudos, kilikis y zaldikos, como alrededor del toro, el zezen-suzko. Hoy reemplazado el animal por otro de cartón y fuego, como un eco, sin duda, de lo que acontecía con el minotauro, representado echando fuego por le hocico. Otro rito iniciático, por fin, de la población infantil la realiza la comparsa de gigantes y cabezudos. Los diferentes recorridos que hacen por la ciudad los 9 días de fiesta configuran una maraña de líneas, un caos, similar a las aparecidas en pinturas rupestres paleolíticas y que supone, en realidad, la sacralización de la calle, del espacio urbano. Sus personajes son fantásticos, gigantes, fundadores de la sociedad humana, la iruñense para empezar, zaldikos (otro animal totémico, más ligado, quizá al País de bosques y montañas, al saltus) y kilikis, que persiguen y siembran el terror (amable) entre niños y niñas. Juego y miedo, iniciación y bendición pagana.

Estamos en vísperas ya, es tiempo de Fiesta. Pero valgan estos apuntes de reflexión para recordar que la tarea de recuperación y cualificación de cuestiones claves es grande y urgente. Es responsabilidad de todos, pero, para empezar, del poder instituyente -en definitiva, la sociedad en su conjunto- sobre el que gravita la plena expresión del tiempo sincrónico; es mucho lo que está en juego. Por lo demás, la receta es clara: hacer lo que se lleva haciendo mucho tiempo: vivir la Fiesta de manera natural y plena.

Noticias de Navarra

La fiesta y Urbeltz

en el artículo Fiesta y sociedad, aparecido en este periódico en vísperas del Chupinazo (05-07-2015), vertía una serie de ideas y reflexiones en torno a la fiesta en general y a los Sanfermines en particular. No hacía referencias bibliográficas, ni de autoría de muchas de ellas. Un fallo que estas líneas pretenden subsanar, rendir cuentas a quien las merece y socializar referentes.

Como es sabido, son muchos los estudios antropológicos, psicológicos, sociales, etcétera, que abordan la fiesta. Entre nosotros, desde Oteiza, cuyo desarrollo teórico sobre el arte, la creatividad, la pedagogía, la sociedad, el caos, etcétera, da luz sobre tantas cuestiones, incluida la fiesta, hasta Luku, que investiga y pone en práctica en el campo de la danza-fiesta-teatro popular, a través de los modelos de Baja-Navarra y Zuberoa, el pasando por se detiene en quien ha realizado las aportaciones fundamentales en el tema que nos ocupa: Juan Antonio Urbeltz. Como es sabido, más de 50 años de investigaciones, de campo y bibliográficas de nivel internacional, le han permitido, por una parte, dar un paso cualitativo en la investigación de las coreografías populares, su comprensión y simbología, y en su plasmación escénica (lo que ha servido de modelo a prácticamente todos los grupos de danzas del país, aunque muchas veces como avergonzándose; y en ese paso cualitativo no es menos importante el modelo que ha supuesto la armonización de melodías populares que de la mano de su consorte Marian Arregi el grupo Argia ha realizado). Por otra, su sensibilidad y capacidad le ha conducido, tras muchas lecturas y estudios comparativos, a abordar temáticas relacionadas, directa o indirectamente, con la danza-fiesta-caos-sociedad. En ese sentido, si toda su obra es muestra de ello, quizá sea su Bailar el Caos (Pamiela 1994) el referente fundamental y fuente de conocimiento ineludible para todos los que tienen responsabilidades en torno a la fiesta, y apasionante para todas los interesados en la temática.

Lamento profundamente el silencio que al respecto se plasmó en mi artículo, porque, a parte de ser de elemental justicia la referencia a la autoría de la cual eran deudoras muchas de las ideas allí expresadas, sin quererlo, puede parecer que alimentaba esa ley del silencio que muchas veces padecen quienes realizan aportaciones cualitativas, diferentes, y que siempre he combatido por injusta y malsana. En estos momentos en que parece evidente la necesidad de ir cualificando la dinámica en torno a la fiesta, quizá ese silencio tenga un aspecto positivo: reiterar públicamente el valor referencial de la obra de Urbeltz en general y la que gira en torno a la fiesta en particular.

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