Los indígenas en la revolución andina

Desde la década de los 90 y más explícitamente desde el año 2000 el Movimiento Indígena emerge como un poderoso factor de cambio social y político que sacude los cimientos de la sociedad dominante en países como Ecuador y Bolivia y de manera creciente en Perú. Sin embargo abundan los análisis de izquierda de los que sólo ven en estos movimientos masas campesinas, insurrecciones antioligárquicas y movimientos contra el imperialismo USA. Como bien dice el malku Felipe Quispe, cuando ellos (se refiere a la clase dominante y la intelectualidad de izquierda) interpretan las movilizaciones populares en Bolivia no ven en ninguna parte al elemento indígena.

Ello demuestra que la izquierda en sus diversas manifestaciones en general y su expresión más elaborada, el marxismo latinoamericano en particular, continúan siendo tributarios de las grandes limitaciones teóricas del marxismo y de la izquierda de los países del Primer Mundo, asumiendo las concepciones racistas de las culturas europeoides de los Estados-Nación americanos respecto a las culturas indias. Abordaré en este sentido elementos que a mi juicio pueden ayudar a mejor comprender los actuales procesos revolucionarios en los Países Andinos:

I. Un siglo antes de la llegada de los europeos a América, las tribus, sociedades y culturas del entorno de la cordillera de los Andes sufrieron la anexión y la domi- nación del mundo incaico. El proceso de su sojuzgamiento fue a veces benévolo y en lugares donde la resistencia fue dura cruento. El carácter crecientemente jerárquico, patriarcal y monoteísta que impregnaba el pueblo quechua a la conformación del imperio fue desde el principio neutralizado por el carácter horizontal, matriarcal y politeísta de las poblaciones aymaras, imponiendo la negociación y la tolerancia en las relaciones del mundo incaico. Así, las tierras de las tribus conquistadas pasaron a propiedad del inca mientras eran respetadas las formas comunitarias de producción, las costumbres y religión de los pueblos vencidos.

El imperio inca respetó, aunque cercenando su autonomía, la estructura del ayllu y la propiedad comunitaria, redefiniendo a favor del imperio aquellos elementos que durante milenios garantizaban el funcionamiento y bienestar de la comunidad. Así, jerarquizó la ley sagrada de la reciprocidad que actuaba en beneficio de la comunidad, convirtiéndola en una relación vertical entre la comunidad y el Estado. Se basó en el compromiso comunero de las familias (la «minga») para crear la «mita»; es decir, la oferta rotativa de fuerza de trabajo por las comunidades al objeto de solventar el sistema de irrigación artificial, las obras públicas, la construcción de graneros y el mantenimiento del templo y la casta guerrera. Un Estado tolerante y redistribuidor, un avanzado sistema agrícola, una gran organización social, una minuciosa planificación y el desarrollo de una amplia superestructura religiosa coherentemente elaborada, fueron sus auténticas armas en la construcción del imperio. De esta manera el Tahuantinsuyo aparece en el referente simbólico de los pueblos indígenas como una sociedad multinacional, multicolor, comu- nitaria y redistributiva, que careciendo de moneda solventa las necesidades fundamentales de las poblaciones indígenas. Y la recuperación del Tahuantinsuyo está presente en las comunidades indígenas que participan en las movilizaciones sociales, levantando mayoritariamente la wiphala, es decir, la bandera del mundo incaico.

II. En segundo lugar es preciso considerar que estas comunidades, mayoritariamente quechua-aymaras de los países andinos son el residuo del atroz proceso de genocidio, colonización, violación de las mujeres indias y explotación, que durante tres siglos implementó el imperialismo europeo en los territorios del antiguo imperio incaico. Los españoles transformaron la mita en trabajo forzado e implantaron una economía latifundista y minera que provocó la desarticulación de las comunidades agrícolas y la desintegración cultural y social de las comunidades indias. Los escultores, arquitectos, ingenieros y astrónomos de la antigua cultura fueron brutalmente reducidos a la servidumbre en las haciendas u obligados al trabajo forzado en condiciones atroces en el interior de las minas, de manera que se abortó brutalmente un proceso cognoscitivo y se perdió un saber, que era el resultado de siglos y/o milenios de evolución de la humanidad de esos territorios. Sobre la gran destrucción se impone la lengua, cultura, valores, etnotipo… del mundo español dominador y toda reivindicación «de los derechos de los otros» se convierte en un robo a la propiedad y derecho de los conquistadores. La brutal devaluación y negación de la humanidad de las comunidades propias, y la reproducción de la experiencia de rechazo, dominación, explotación y humillación, es una característica que se ha mantenido por doquier hasta los tiempos actuales.

III. Pero las sociedades teocráticas estructuradas en base a un centro social reflejaban una gran fragilidad que se evidenció en la rapidez de su desfondamiento y conquista. La comunidad campesina en cambio, basada en la propiedad colectiva y el trabajo comunitario, ha sido generadora de una gran capacidad de resistencia, como lo evidencia en el proceso seguido y su actual pervi- vencia en el ayllu de la sociedad incaica. Gracias al ayllu vive y sobrevive el indio quechua-aymara. Es el pequeño pedazo de tierra sagrada donde se establece la comunidad. La base de su supervivencia económica, de su estructura política propia, del mantenimiento de su cultura y de su menguada libertad. Tierra y libertad. Es el secreto de su supervivencia histórica, de su enorme resistencia al genocidio, la marginación y la colonización. Es, para el indígena quechua-aymara la sólida base de su proceso de emancipación.

IV. Indios, negros, mestizos y blancos pobres conformaron los ejércitos de los libertadores, pero como en otros lugares de América, su triunfo se tornó en desdicha. Los estados nacionales construidos en América en el siglo XIX a imitación de las modernas naciones creadas por las burguesías francesa y americana, destruyen las comunidades autóc- tonas y provocan verdaderas limpiezas étnicas al objeto de homogeneizar el territorio. La nueva aristo- cracia criolla, que había sido parte del sistema colonial de dominación, mandaba en los nuevos estados, mientras que para ellos… continuaba la hacienda, el despojo de los ayllus, los diezmos, la servidumbre, la opresión y negación de su nacionalidad, la marginación y la aculturización. La independencia criolla parceló las tierras comunitarias primero, para reconstruir los grandes latifundios mas tarde; promovió la pérdida de la identidad colectiva de las nacionalidades indígenas e impulsó su exter- minio y marginación.

V. Las nuevas naciones americanas elaboran constituciones que conforman repúblicas de ciudadanos en las que el indio «no existe». Y no existe porque si existiera habría que reconocer los derechos sociales, políticos y culturales derivados del reconocimiento de su existencia. La libertad y la igualdad sólo es válida para los iguales y el indio, es decir, el «otro», es diferente. El indio puede ser campesino, obrero, pobre, parado, ciudadano o excluido, pero nunca «indio».Y cuando el indio se convierte en «sujeto» de la historia, el cínico manto de la civilización occidental que encubre la racista sociedad uninacional se resquebraja.

VI. El indígena visualiza la democracia a través «de la comunidad» y lo identifica a la reciprocidad, a la participación, al diálogo, a la reflexión para lograr los consensos, a la solidaridad y a la equidad. Por eso no entiende cuando el Estado y el poder blanco le hablan de democracia. No puede entender que pueda ser democrática una gran comunidad en la que una minoría de la población sea rica y el 80% se ubique en la miseria. Contrariamente al discurso del blanco, su democracia le suena a interés privado, manipulación, despotismo, dominación y engaño. Para el indígena además, la justicia del poder es la injusticia, su democracia es chanchullo y los partidos políticos son empresas electorales que piden votos, ofrecen favores y ganan dinero. Comunitarismo, Tahuantinsuyu y Pachamama generan una cosmovisión indígena que identifica democracia con soberanía popular; y explica las repetidas demandas planteadas en las luchas populares de países como Bolivia y Ecuador en las que el mundo indígena reivindica la abolición de los tres poderes que conforman la democracia representativa. El imaginario simbólico del estado de los ayllus se traduce en la exigencia del establecimiento de un gobierno popular asentado en la democracia participativa.

VII. Hay que considerar también que los bajos precios de los alimentos, artesanías y otros artículos de primera necesidad se derivan de una política de marginación y sobre-explotación de las masas campe- sino-indígenas, que financian de esta manera el desarrollo urbano. Esta transferencia de valor del mundo indígena a los centros urbanos asienta su economía familiar en el autoconsumo y convierte al mundo indígena en un tercer mundo en el interior de los países del Tercer Mundo. Ello explica que la distancia económico-social entre las masas campesino indígenas y las ciudades urbanas del Tercer Mundo sea con frecuencia superior a la existente entre las urbes del Tercer Mundo y del Primer Mundo.

VIII. Frente a la mundialización de la mercancía impuesta por la globalización y frente a la mercantilización de las relaciones humanas, el indígena responde con la comunidad. Para sobrevivir en la globalización, de la comunidad hacia fuera desarrolla las categorías mercantilistas. De la comunidad hacia adentro, la reciprocidad, el compromiso comunero y la solidaridad. La propiedad comunitaria, el respeto a la naturaleza, sus relaciones de solidaridad, su democracia directa y el sentimiento de pertenencia: la identidad, es la alternativa del mundo indígena a nuestra globalización, nuestra civilización y nuestra modernidad.

IX. Se configura así el imaginario deseado de un nuevo tahuantinsuyu comunitario por encima de los actuales Estados-Nación, que asegure su producción, su democracia, su multiculturalidad, su multinacionalidad, la redistribución y la satisfacción de las necesidades sociales de todo miembro de la comunidad. Ello actúa como una poderosa fuerza gravitatoria que impulsa las energías, ilusiones y motivaciones hacia un socialismo antiimperialista propio, genuino y asentado en lo más profundo de sus raíces y proceso histórico. La solidaridad internacionalista del resto de los pueblos del mundo va a ser un elemento decisivo. En nombre de la defensa de la democracia occidental es muy difícil que los actuales países del mundo reconozcan a un proceso o gobierno de estas características. El economicismo eurocentrista que domina a la izquierda actual se convierte en un auténtico cáncer que es preciso superar, para que en los Andes florezcan las flores rojas y solidarias de la libertad.

Gara