Víctimas y verdugos mediáticos

Resulta angustioso soportar este nulo respeto y desinterés que los estados y un cierto espectro social muestran por los derechos humanos. La utilización que se hace de las víctimas de cualquiera de los conflictos es sangrante. La implicación de los políticos, jueces y medios, a la hora de clasificar el dolor humano, perversa y carente de ética. A muchos nos cuesta entender por qué el desgarro que produce una mujer violada o muerta por un energúmeno, o la muerte de un obrero aplastado por una máquina, o el de millones de niños con la piel incrustada en sus huesos, es menos terrible que la que genera cualquier grupo terrorista. Al parecer, como apunta Naomí Klein, se libran guerras en las que sólo se apuntan las muertes de los invasores. O, si se prefiere matizar, sólo se cuentan las víctimas de una parte del conflicto

El complot de jueces y medios con los mayores asesinos del planeta es estremecedor. De funcionar bien los tribunales internacionales, habría muchos Milosevic en el talego. El propio Aznar que, como señala Marcos Roitman, prologa libros a ministros de tiranías acusados de terrorismo internacional, estaría imputado de crímenes de lesa humanidad por violar la legislación internacional.

¿Que pasa con ustedes, jueces y periodistas, que no denuncian y condenan a todos estos señores de la guerra, que diariamente siembran el mundo de muerte y terror? ¿Acaso piensan ustedes que las víctimas de las guerras que exportan no merecen el nombre de seres humanos? Ya sabemos lo expertos que son los políticos corruptos en buscar justificaciones fáciles para la violencia y la no violencia ¿Porqué se empeñan ustedes en profanar con su hipocresía, verborrea y complicidad, el mensaje de los derechos humanos que dicen defender?

Los crímenes de ETA son deleznables. Digámoslo alto y claro. Como pudieron ser los del cura Merino (por cierto, ¿no es para algunos un héroe? Pues vaya, lo siento, pero no me retracto). ¿Pero por qué lo son menos los que ha perpetrado y perpetra la criminal dispersión de los presos o los que generan esas cárceles de exterminio y aislamiento, donde se suicidan o los “suicidan”? Hace muchos lustros, desde el trágico franquismo (¡qué calladico se escaqueó de los tribunales!), que el pueblo basco no se cree eso de los infartos, ahorcamientos o caídas de no se qué ventanas. Pero esas víctimas, para la conciencia de los dueños y chamanes del sacroimperio, son puro deshecho que mejor sería embadurnar de cal. Pues para la mayoría de los bascos no. Al menos para los que no concebimos categorías de víctimas ni brindamos por sus muertes con champán, como algunos de la FAES. ¿Que para el nacionalismo español sí? Pues es bien cruel. Y me pongo a temblar pensando en el valor que para esos skinheads de la raza tienen nuestras vidas. Mucho podríamos hablar de ello.

De la misma forma, resulta escandaloso que se silencien las víctimas de la tortura. “Saber sin saber”, decían los verdugos argentinos en su guerra sucia. Ese es el pacto de estado, ignorarlas. Que me demuestren que las secuelas que han de arrostrar estas víctimas de por vida no son a veces tan cruentas como la propia muerte.

Una sociedad que admite categorías de víctimas está enferma. Es tanto como admitir distintos rangos de seres humanos. Eso es exactamente lo que hizo el franquismo y lo que impulsan hoy sus directos herederos.

Claro que este tratamiento de las víctimas no es una simple valoración moral. Sabemos perfectamente lo que afecta la muerte y el dolor de los seres humanos a los que sembraron nuestras cunetas de cadáveres o apoyan la horripilante sarracina de Irak, Palestina, etc. La rentabilidad política y económica es lo único que les mueve. Por eso, a cualquier persona con un mínimo decoro humano ha de resultar degradante la manipulación que el nacionalcatolicismo hace de las tragedias humanas.

Las palabras de la defensora de los derechos humanos, Arundhati Roy, no tienen desperdicio: “¿Qué es más escalofriante, las historias de sangre, de destrucción y brutalidad, la oscuridad de lo que allí ocurre, o las historias de ese frío cálculo en el que se hacen contratos comerciales, en el que un país ocupa a otro (evidentemente se refiere a Irak) con una sofisticada idea de cómo va a saquear sus recursos?” Esto es realmente, lo que les preocupan las víctimas –las otras, que no las suyas- a estos lictores, o aun mejor, mafiosos de la globalización y por supuesto a los de las FAES, tan acérrimos partícipes y acólitos de semejante club. Y a muchos elementos del PSOE, que más parecen imbuidos por la paranoia de la venganza, que por un mensaje conciliador.

¿Quién puede calificar la calidad de unas víctimas u otras, la de estos agresores o aquellos? ¿Los jueces? ¡Si fueran tan honestos y diligentes en desmontar las verdades oficiales! Y ni aún así estarían tan iluminados como para establecer un rango de víctimas o el grado de perversión del agresor, algo imposible para la propia siquiatría. Su competencia estriba en juzgar los delitos, tarea nada fácil, y adecuar la pena estrictamente al código penal vigente, sin retroactividad, sin coacciones políticas. Entonces, y sólo entonces, podrían reivindicar su imparcialidad y consecuentemente su honorabilidad. Tendrán que explicarnos por qué las víctimas de las fuerzas represivas, de los Fraga, los Gal, los Amedos, los Galindos y parecida calaña, son de menos entidad, a juzgar por las penas que pagan estos asesinos de guante blanco.

Esto sí que nos produce consternación a los bascos. Es la distinta vara de medir que se utiliza para catalogar las víctimas o los crímenes del estado y nuestras víctimas o los crímenes de ETA. Y sobre todo para admitir que en esta situación demencial subyace un conflicto. Porque los conflictos se resuelven con la palabra. Se pueden ignorar o ahogar “manu militari”, pero esto significa postergarlos “in eternum”, nunca resolverlos. Siempre brotan de sus cenizas.

¿Pero quién, ni siquiera España, puede prohibir a un pueblo abrigar unas aspiraciones, soñar con diseñar su propio destino? Por supuesto ningún estado de derecho que farolee de demócrata. ¡Dejen libre nuestra palabra, y a ver que pasa!

Empezaré a creer que las víctimas duelen de verdad a la sociedad cuando vea que se lucha por desmontar las causas que las producen. Mientras tanto, sólo percibo una sociedad más preocupada por el resultado de su equipo favorito, por su coche o sus vacaciones más ostentosas, o por los más casposos cotilleos de la última “zascandila” de esa cochambre rosa. ¿El drama de las víctimas?: insultante mercadeo para políticos inhumanos y descerebrados. Eso y nada más.

Publicado por Nabarraldek argitaratua