Libertad para decidir


Creo que no exagero al afirmar que en Euskal Herria estamos viviendo los momentos más decisivos de nuestra historia, al menos desde los tristes episodios de 1936. Los carlistas que algo sabemos de cometer errores, ninguno más lamentable como aquel del mencionado 1936, también podemos hablar, en base a nuestra casi bicentenaria experiencia política, de fidelidad a unos principios y de búsqueda de nuestras verdaderas raíces, desembarazándonos para ello de la hojarasca generada por los errores del pasado. Por ello podemos permitirnos señalar algunas de las equivocaciones que los vascos, en general, amantes de nuestras libertades y dispuestos a luchar por ellas, hemos ido cometiendo y que, en este trascendental momento, no deberían repetirse.

Error, o cortedad de miras, del nacionalismo aranista desde sus inicios, fue la consideración de nuestro país como una unidad compuesta de diversas regiones o territorios, con una «independencia original», que en determinados momentos de la historia decidían seguir a un rey, el de Navarra, o a otro, el de Castilla, realizando con ellos pactos a los que llamamos fueros, de aquel nefasto lema «Nafarroa Euskadi da». No hubo tal. Por el contrario debemos reconocer que los vascos constituimos una nación de cuyo árbol nuestros belicosos vecinos fueron desgajando ramas hasta dejar el tronco pelado de la Navarra peninsular, luego talado sin misericordia por la perfidia liberal en 1841. ¿Y los fueros? Al margen de su contenido jurídico, ¿cómo podemos sentirnos orgullosos de las condiciones impuestas por los vencedores a los vencidos? Los carlistas siempre hemos propugnado la unidad de Euskal Herria, que sería consecuencia de la recuperación por parte del antiguo Reino de Navarra de su soberanía y su integridad territorial. Así de sencillo, por eso el llamado «problema vasco» es, en realidad, el «problema navarro», cosa que nuestros enemigos saben desde siempre mejor que nosotros mismos.

Eso es lo que los carlistas defendemos y hemos defendido siempre: plena libertad para Euskal Herria o Navarra, que en realidad es lo mismo, y buenas relaciones con nuestros vecinos. Ese es el tema a tratar, la solución sólo la podremos dar los propios vascos al final de este denominado «proceso de paz», que no ha hecho más que empezar, aunque algunos ya lo quieren dar por acabado.

Desgraciadamente, esta posición, en el mundo de la política partidista es mantenida por muy pocos, y es que en el puzzle de la resolución del conflicto vasco falta una pieza, sin la cual éste no podrá resolverse: el carlismo. Aquellos que durante décadas, en realidad desde su nacimiento, no han hecho sino ningunear, cuando no proscribir al carlismo, hasta lograr reducirlo a su mínima expresión, se encuentran ahora con que sin su concurso no hay más salida, nunca solución, que la violencia, la cual no nos olvidemos siempre es cosa al menos de dos, o la sumisión. Ambas cosas se han intentado sin éxito. ¿Nos daremos cuenta de que ya es hora de andar otros caminos? Pero no desesperemos, existe entre los vascos, soterrado, algo que no vacilo en reconocer como carlismo sociológico, que se ha traducido siempre en una inquebrantable voluntad de seguir siendo lo que somos. Por ello, parece fundamental que el proceso que ahora arranca descanse sobre todo en la sociedad vasca, no en los partidos que, al final, se entregarán a interesadas componendas, tal como lo han hecho desde el nefando Convenio de Bergara, hasta la felonía tras la muerte de Franco conocida como «transición».

En eso estamos. De nosotros, los vascos, depende que el proceso llegue a buen puerto o encalle en más décadas de convulsión.

Publicado por Montejurra nº 100-k argitaratua