Cuando la unidad no hace la fuerza


La aparición repentina de Solidaridad Catalana por la Independencia, resultado de una iniciativa individual sin ninguna base asociativa ni ideario previos, y decidida como respuesta al fracaso-previsible-de la petición de referendos en el Parlamento de Cataluña de los señores López Tena y Bertran, no ha hecho más que aumentar la confusión y la incertidumbre sobre cuáles serán las posibles candidaturas independentistas en las próximas elecciones catalanas. Y forma parte del desconcierto el hecho de que Joan Laporta, de la noche a la mañana, haya cambiado los planes y los socios preferentes que había anunciado en su momento. Si, además, tenemos en cuenta que hay una obsesiva -y yo creo que equivocada- demanda de unidad urgente en el independentismo que fuerza decisiones poco reflexivas, la percepción de estar ante una mayor fragmentación, escondida con llamadas poco sinceras a la integración, aún inquieta más. Es en este marco en el que quisiera hacer las siguientes consideraciones.

Sobre Solidaridad Catalana. De esta propuesta me inquietan muchas cosas. De entrada, sorprende que se pretenda nacida «de abajo a arriba», cuando de momento sólo tiene un «arriba» que se ha demostrado alocado en los primeros pasos. Además, molesta la actitud arrogante y de desprecio hacia otras organizaciones como Reagrupament, que tiene miles de asociados conseguidos en cerca de dos años de trabajo, un ideario aprobado en asamblea multitudinaria y una visión estratégica sobre el logro de la independencia, y que ahora Solidaridad toma como suyos después de que dos de sus promotores lo hubieran descalificado repetidamente. Incluso, hay gestos que permiten sospechar que se quiere crecer desarticulando Reagrupament a favor de esta nueva e impulsiva marca. Y tampoco son convincentes las apelaciones demagógicas al «pueblo» para enmascarar los tacticismos organizativos. Ahora bien, lo que es impropio de una actitud verdaderamente democrática es su pretensión de que todo el soberanismo, incluido el de CiU, deba reunirse incondicionalmente bajo su paraguas benefactor e improvisado, utilizando un estilo entre condescendiente y matón que si no hiciera el ridículo, daría miedo.

Sobre la obsesión de unidad. A todos nos debería hacer pensar que a pesar del éxito de las consultas por la independencia o de la manifestación del 10-J, las expectativas electorales del independentismo, tanto del parlamentario como del extraparlamentario, sean tan bajas. La obsesión por la unidad nace de esta aparente incongruencia, que lleva a creer que la solución de todos los males sería presentar una sola oferta electoral. Nos volvemos a equivocar. Mi opinión es más radical: si las expectativas de voto son bajas, no es por falta de votantes ni por la desunión, sino por la falta de una propuesta que genere confianza. Como ya he escrito en otras ocasiones, aunque de momento sea la mejor, ni siquiera Reagrupament ha sido capaz de llegar a las elecciones con una propuesta electoral lo bastante sólida. Se les ha visto demasiado pendientes de la decisión -que al final ha sido caprichosa- de Joan Laporta, y ha tenido otras carencias graves de comunicación. Pero tampoco ha sido suficientemente acertada la Conferencia Nacional por el soberanismo, en la que la unidad como bien supremo y con todo el mundo, la convierte en un totum revolutum que en caso de llegar al Parlamento, estallaría en menos de veintiún cuatro horas. Estoy convencido de que la unidad a cualquier precio, que ciertamente evitaría la fragmentación provisionalmente, no haría otra cosa que aumentar aún más, y con toda la razón, la desconfianza del electorado. Personalmente, no estoy dispuesto a votar independencia caiga quien caiga y sin garantías de rigor democrático y de estabilidad en su trabajo político futuro. La independencia no es un deporte de riesgo que se acaba cuando has llegado al final del torrente. Al independentismo, como a cualquier otra propuesta política, se le deben exigir las más altas virtudes cívicas y debe pasar los filtros de calidad más exigentes. Si no, no merece el voto.

Sobre las próximas elecciones. En las elecciones de este otoño, además de desplazar la centralidad política hacia el soberanismo, los catalanes votaremos con el objetivo de tener el mejor gobierno posible después de siete años de una coalición que se ha estorbado ella sola, y votaremos a quien parezca más capaz para dirigir una situación de gravísima crisis económica. Un independentismo que olvidara estos dos aspectos, sería absolutamente irresponsable. Y la cuestión es que, a estas alturas, las posibles nuevas ofertas independentistas se han hecho tarde y no tendrán mucho que ofrecer respecto a lo que también forma parte de la convocatoria. Por lo tanto, mi opinión es que el independentismo, si bien es lógico que no quiera renunciar a presentarse a estas elecciones, tiene que saber poner sus principales objetivos en un plazo medio, para crecer y consolidarse políticamente. Jugar con la expectativa de «o ahora, o nunca», comprensible en el caso de algunas biografías personales, desde el punto de vista del país, ¡nos acercaría más al nunca que al ahora!

 

Publicado por Nació Digital-k argitaratua