‘Sapiens’ descentrados

En los últimos años la investigación científica ha multiplicado los conocimientos en campos como la física, la astronomía, la genética o la prehistoria. La sociobiología ha aportado datos sobre los orígenes biológicos de la sociabilidad animal -incluida la sociabilidad humana y los orígenes de la moralidad y de la política-. Se trata de aspectos importantes para tratar de entender mejor esta extraña especie que, sin rubor, se llama a sí misma Homo sapiens.

 

Sabemos que desde el paleolítico los humanos se preguntan sobre su lugar y sentido en el universo. Hasta hace pocos años, han predominado las respuestas de carácter mítico y religioso. Empíricamente, los mitos de las religiones organizadas siguen teniendo un peso muy significativo, a pesar de las curiosas y sorprendentes afirmaciones que casi todas hacen sobre el mundo. Hay un contraste evidente entre el rápido progreso científico y tecnológico de los últimos dos siglos y el progreso mucho más lento de la moralidad y de las relaciones políticas de la humanidad. Tanto desde las ciencias naturales como desde las ciencias sociales se intenta captar por qué esto es así. Resulta interesante ver, sin embargo, que estas respuestas van experimentando un proceso de descentramiento del espacio y el tiempo a partir de los conocimientos científicos.

 

Por un lado, hay un descentramiento respecto al espacio y al lugar que ocupamos los humanos. Las diferentes culturas, desde las colectividades de cazadores-recolectores hasta las sociedades agrícolas a partir del neolítico, han acostumbrado a entenderse a sí mismas como el centro del universo a través de una relación privilegiada con espíritus o dioses particulares. Sin embargo, la ciencia describe una realidad muy alejada de esa autoimagen ingenua. De un sencillo modelo geocéntrico donde la tierra y la colectividad propia ocupaban el lugar de privilegio se ha pasado a una imagen de miles de millones de galaxias que se alejan entre sí en un proceso de expansión acelerada desde hace unos 13.700 millones de años. De la idea clásica de un mundo estelar caracterizado por la armonía y la estabilidad ante un mundo terrestre sometido a cambios caóticos se ha pasado a ver el universo como un mundo dinámico lleno de destrucciones violentas. La Tierra, un grano de polvo en el cosmos, se proyecta como un planeta de una estrella periférica y vulgar -en un conjunto de cien mil millones de estrellas de una galaxia que sólo es una entre cientos de millones de las que hay en el universo observable-. Los mitos y los dioses de referencia casi siempre son a imagen de los hombres.

 

Por otra parte, el tiempo también ha ido descentrándose respecto al presente. La temporalidad ha ido alargándose. Hoy sabemos que la vida en la Tierra se remonta a hace unos 3.900 millones de años. También sabemos que la moralidad tiene unas bases biológicas muy anteriores a la aparición de los humanos -relacionadas con la selección natural-. Algunos postulan que esto también afecta a las religiones. Unas bases que explican el carácter grupal, jerárquico, territorial y al mismo tiempo competitivo y cooperativo de las sociedades humanas.

 

A partir de la modernidad, algunos pensadores liberales -Locke, Madison, Kant, Tocqueville, S. Mill- postula la importancia de los derechos como fuente de progreso político y moral. También se dieron cuenta de que resulta conveniente no confiar demasiado en el comportamiento espontáneo de los sapiens, sino que el tema clave reside en el diseño de las instituciones políticas. Kant veía en la insociable sociabilidad de los humanos la clave del progreso. Hegel era más contundente: los humanos somos unos egoístas empáticos en busca de un reconocimiento que no llega sino a través del conflicto. Unos derechos y un reconocimiento que sólo garantizan unas instituciones políticas creadas a partir de los conflictos entre individuos y entre grupos. Así se ha llegado a las democracias liberales y los estados del bienestar.

 

Resulta notorio el progreso que significan estas dos conquistas ante sistemas de gobierno anteriores. Las instituciones democráticas y los derechos son moralidad práctica condensada. Sin embargo, aún presentan bastantes puntos a mejorar. Es el caso del predominio de unos mercados casi sin regulación, los derechos y libertades nacionales y culturales de las minorías, y de las relaciones internacionales. El constitucionalismo moderno ha representado un avance indiscutible, pero arrastra sombras importantes asociadas a los estados y su control por parte de grupos socioeconómicos, nacionales y culturales dominantes que tratan de legitimarse a partir de un lenguaje falsamente universalista. Los grupos sociales desfavorecidos y las minorías nacionales y culturales tienen mucho que decir y hacer -sea por reformas o por ruptura- en el mejoramiento de estos productos siempre inacabados que son las democracias de raíz liberal.

 

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