Crimea es ‘selfie’

Se extiende como una plaga la moda de la selfie, nueva variante del egocentrismo tecnológico. La selfie es ese autorretrato que nos hacemos con el brazo extendido, de consumo instantáneo, en el que nuestro rostro ocupa todo e espacio. Selfie es en realidad un (no) punto de vista, una (no) perspectiva. En este tipo de imagen, todo es yo. La circunstancia ha desaparecido. La vieja perspectiva del retrato con el mar de fondo no existe. Nadie se retrata uno al pie de una montaña, de un viejo árbol, de la estatua de un diplomático, de un escritor glorioso. No. Ahora domina la fotografía en la que nuestro yo es el centro. Y lo malo de esta moda es que la selfie se está extendiendo a cualquier actividad del ser humano. Política selfie, economía selfie, financiación selfie, leyes selfie, geopolítica selfie… El abandono de la doctrina de la justicia universal es selfie. La concertina de Ceuta y Melilla es selfie. ¡Si me lo permiten, hasta Catalunya y Escocia son temas selfie!

 

Pero lo selfie, justamente por su (no) punto de vista y por su carácter instantáneo, tiende a olvidar el contexto, el entorno. Ni la geografía ni la historia se aprecian en un retrato de este tipo. El ejemplo más claro es la reacción occidental a la crisis de Crimea. La política oficial europea y americana ante la cuestión ruso-ucraniana es el paradigma de la actitud selfie que abandona la profundidad de campo. Me sorprendo a mí mismo intentando entender la postura de Rusia y tal vez sea mi formación histórica y geográfica la que me incline más por acudir a retratos con panorámica general… Y también me sorprendo a mí mismo citando elogiosamente a una voz del pasado como Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano entre 1973 y 1977, quien en un reciente artículo en The Washington Post llamaba a juzgar el caso de Crimea y de Ucrania con una perspectiva poco selfie. Este halcón de la política americana, junto a un realista como Robert Kaplan (imprescindible releer el capítulo dedicado a Rusia en su libro La venganza de la geografía, RBA, 2013), nos recuerdan algunos factores generales del panorama geopolítico ruso. En primer lugar, la importancia estratégica tradicional para Rusia de su bajo vientre desplegado entre el mar Negro y el Caspio, con Ucrania y el Cáucaso como piezas fundamentales. En segundo lugar, el secular sentimiento de inseguridad de Rusia, su sentimiento nacional por excelencia relacionado con cualquier potencia terrestre. En tercer lugar, el hecho de que es la geografía y no la historia el factor que domina el pensamiento ruso. Y, por último, la conveniencia de no desestimar nunca un país como Rusia. Alejados, pues, de la fotografía selfie de Rusia (en la que la supuesta locura de Putin ocupa su centro), pasemos a analizar otros elementos de la crisis ruso-ucraniana. Es preciso recordar que el primer gran imperio ruso fue la Rus de Kíev, a mediados del siglo IX, factor que permitió, por su cercanía al imperio bizantino, cristianizar a los rusos. Debemos saber que Ucrania jugó un papel esencial en la construcción de la Rusia moderna por la dinastía Románov a partir de 1613, familia que expandió sus dominios hasta Crimea y los Balcanes a expensas de los turcos otomanos. Y que uno de los primeros ferrocarriles de la red ferroviaria rusa, construida en la segunda mitad del siglo XIX, fue el que unió Moscú con Crimea.

 

No es extraño que el escritor ucraniano, nacido en 1802 y muerto en 1852, Nikolái Gógol (como recuerda Kaplan), no sólo fuera un nacionalista ruso, sino que situara los orígenes reales de Rusia en Ucrania.

 

Líbreme Dios de defender la ocupación unilateral militar rusa de Crimea, pero como Kissinger ha recordado, alguien debería proponer para Ucrania un estatus equilibrado entre Rusia y Europa, haciendo justicia a su etimología: en eslavo, Ucrania significa tierra de frontera. Ensayar espacios intermedios, plurales y pacíficos, puentes entre la Unión Europea y Rusia, entre Occidente y Eurasia. No parece recomendable que Ucrania deba ser una segunda Polonia y por ello Kissinger, además de recordar a Occidente que para Rusia, Ucrania jamás será percibida como un país extranjero, ha desaconsejado cualquier idea de ingreso de este país en la OTAN.

 

Y es que la venganza de la geografía está servida si se recorta el campo de visión geohistórico y se apuesta por una visión selfie de la vida, a la que, por cierto, Obama parece preocupantemente aficionado.

La Vanguardia