30-J: patriotas vs. nacionalistas

Los presidentes del Gobierno español, Mariano Rajoy, y el catalán Artur Mas, mantendrán una reunión en Madrid la semana próxima. Está claro de qué hablarán, del conflicto planteado desde Catalunya. Se equivocará Rajoy si cree que el conflicto es entre Mas, como representante de los nacionalistas, y el PP. Lo que enfrenta a la mayoría de catalanes con el Estado es mucho más profundo.

En Catalunya existe un núcleo unionista importante que se ha constituido en guardián de los intereses del Estado por encima de cualquier cosa. Es lo que ha representado tradicionalmente el PP catalán, aunque ahora vaya acompañado de C’s, que les está comiendo el terreno gracias a que es un partido nacionalista español en toda regla y que por tanto su ideología es difusa, como lo son en todos los partidos nacionalistas, donde caben personas de derechas y de izquierdas. En este sentido C’s es un partido atrapalotodo, lo que en inglés se denomina catch-all party, según la definición de Otto Kirchheimer, lo que no pasa con el PP, que es un partido nacionalista conservador español, puesto que el PSOE ya cubre el flanco izquierdista. Otro día les contaré por qué PP y C’s, siendo ambos partidos nacionalistas españoles, no son lo mismo.

Para todos los partidos nacionalistas lo importante es la nación o el Estado-nación, como ocurre en España. Lo que ocurre es que los Estados nación son el resultado de las revoluciones liberales para asegurar el desarrollo del capitalismo. Los Estados nación los que se “inventan tradiciones” (en el sentido que dio Hobsbawm al concepto) para poder superar la diversidad de los territorios que unificaban a golpe de guerras, revoluciones o simplemente conquistas. El problema siempre surge cuando estos Estados nación no son “perfectos”, y nunca lo son, y se empeñan en serlo. El territorio borroso entre la ficción y la realidad se transforma entonces en una especie de encantamiento nacionalista o, como hemos comprobado a lo largo de la historia, en agresividad, lo que es peor. Pero a los partidos nacionalistas de los Estados nación no se les llama así, sino que se les designa con el término positivo de patriotas.

Según esta manera de ver las cosas, el patriotismo seria una buena actitud, “un valor que nos hace vivir plenamente nuestro compromiso como ciudadanos y nos permite fomentar el respeto que debemos a nuestra nación”, dejando sin resolver, precisamente, qué es la nación. Ahí está el problema. ¿Es que el patriotismo norteamericano no es una forma de nacionalismo? Claro que sí, pero usted pregúntele a un dirigente de los EE UU si se siente nacionalista y les responderá que no. Les dirá, también, que el nacionalismo es propio de minorías. De minorías sin Estado y que ellos son patriotas, sin tener en cuenta la certidumbre de Samuel Johnson de que el patriotismo es el último refugio de los canallas, que es lo que los patriotas aseguran que son los nacionalistas.

Los nacionalistas tienen mala prensa en España, aunque haberlos haylos. Esperanza Aguirre escribió un artículo en septiembre del año pasado que arrancaba así: “Los viejos socialistas de hoy, los que en 1982 eran jóvenes y alcanzaron la mayoría absoluta más contundente que ha habido nunca en el Congreso de los Diputados, los que fueron recibidos por el New York Times como “jóvenes nacionalistas españoles”, los Felipe González, Joaquín Almunia, José Luis Corcuera, Joaquín Leguina, Francisco Vázquez, Rodríguez Ybarra, han salido de su silencio y están diciendo alto y muy claro que lo que está pasando en Catalunya no tiene cabida en las Leyes ni tiene la menor justificación histórica y política”. Aguirre, que pertenece al sector duro del PP, escribió el artículo para atacar la debilidad de Pérez Rubalcaba ante el “desafío” nacionalista catalán y pedirle una rectificación que situase al PSOE del lado nacionalista español. Pero Aguirre no se considera a sí misma una dirigente nacionalista.

El caso español es bastante raro. A diferencia de lo ocurrido en Italia, Francia o Alemania al menos hasta 1945, donde la etiqueta nacionalista fue asumida sin complejos por fuerzas políticas de derechas y de izquierdas, en España ese apelativo quedó asociado desde principios del XIX a las reivindicaciones de autogobierno vascas, catalanas y gallegas, y a los partidos vasquistas, catalanistas o galleguistas. Aquellos individuos o grupos que exaltaban la idea de España incluso en los términos más excluyentes o agresivos, que reivindicaban su grandeza pasada y futura, su “unidad perpetua e indestructible”, su “voluntad de Imperio”, su “grandeza”, etc., etc.; ésos se consideraban patriotas o nacionales, nunca nacionalistas. Y en eso estamos.

La semana próxima en Madrid se reunirán un patriota español, Mariano Rajoy, y un nacionalista catalán, Artur Mas. Nada más lejos de la realidad. Pero ya se sabe que la realidad es aquello que se interpreta (lo imaginado) y nunca lo que sucede de verdad. Eso no interesa casi ni a los periodistas.

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Economía Digital
Agustí Colomines