En un lujoso hotel de Qatar

¨Los israelíes construyeron la cárcel de Gaza y arrojaron su llave al mar¨. Recuerdo esta frase pronunciada hace unos meses en un congreso internacional de historiadores, sociólogos, universitarios, reunido en Doha, por uno de sus asistentes. Durante varios días, con una total libertad, se discutió sobre el maltrecho porvenir del nacionalismo palestino. En un suntuoso hotel de la capital del riquísimo emirato de Qatar, que sabe comprar cuerpos y almas de medio mundo, aquellos debates, bien dirigidos, expuestos con el distanciamiento académico conveniente, sobre la ocupación, la miseria, la fragmentación de la sociedad palestina, el riesgo del colapso de su Autoridad Nacional, la corrupción e ineficacia de sus cuerpos de policía, tenían algo, perdóneseme la expresión, de surrealistas.

Cuando el joven emir Tamin de Qatar, recién subido al trono tras la abdicación de su ambicioso padre, entró en el gran salón de actos del hotel Ritz-Carlton ostentosamente abrazó al líder de Hamas, Jaled Machal, que estaba sentado en la primera fila de las solemnes butacas. He escrito que el ambiente era de absoluta libertad de palabra, incluso ante la presencia del soberano. En un momento de los discursos oficiales otro asistente se levantó para echar en cara al príncipe su ¨instrumentalización de la causa palestina¨. ¨Es fácil proclamar -dijo- que se quiere a Palestina, pero hay que querer ante todo a los palestinos¨.

El emirato de Qatar acogió hace unos años bajo su soberana protección al quebrantado gobierno de Hamas, de la populosa, pobre, asfixiada franja de Gaza, habida cuenta de sus querencias hacia los Hermanos Musulmanes.

En un estado en el que no se permite ni la más leve crítica al monarca, pero que pone de chupa de domine, a través de su televisión Al Jezira, testas coronadas y presidentes de repúblicas árabes, su diplomacia de talonario de cheques permite redondear la aceptación de un alto el fuego en Gaza, o facilitar un compromiso parlamentario para elegir el presidente libanés.

El tema de Hamas fue uno de los más controvertidos. “Es un movimiento social -expuso uno de los ponentes- que tiene derecho a protegerse y controlar su seguridad y sus medios de comunicación. No es un miniestado sino tan solo una administración política. Aspira reformar el stablishment palestino. Padecemos una grave crisis interna porque no hay convergencia entre ambas estrategias, la de la negociación y la de la resistencia armada, y porque no llegamos a un acuerdo entre Hamas y Al Fatah¨.

En uno de sus apasionantes coloquios se narraron amargas vidas de refugiados palestinos -dejándose al margen las ¨trascendentales cuestiones políticas¨- y se pidió a Egipto que abriese su frontera, cerrada a cal y canto, con Gaza. Algunos asistentes rogaron que Hamas no fuese víctima de la negociación, lamentando el completo fracaso de la Segunda Intifada armada del 2000.

Voces de intelectuales palestinos como Bichara Khader, árabes -había muchos libaneses entre los casi cuatrocientos invitados- europeos, estadounidenses, incluso israelíes como Illan Pappe, se levantaron para expresar la tragedia, la angustia, la división de un pueblo desnortado. ¨Hay que reformar la Autoridad Nacional Palestina desde el pueblo. La historia de las brutales acciones israelíes busca siempre pretextos. Se sirve de su sentimiento de inseguridad para perpetrar sus ataques, sus violaciones de derechos humanos. Sus gobiernos con sus diferentes políticas respecto a los territorios de Cisjordania y Gaza, debilitan su identidad, alientan su configuración en guetos¨.

Por aquellos suntuosos salones, por sus salas animadas de conferencias y debates, en la que parecía insoluble el dilema entre la negociación política y la resistencia armada, nadie era capaz de vislumbrar el futuro de Palestina.

Tomás Alcoverro
LA VANGUARDIA