Rusia (y II)

Rusia ha hecho ofrecimientos indirectos en relación con Ucrania para aproximar posiciones y no ha habido respuestas positivas

Viene de los años veinte, la voluntad rusa de crear un área de influencia eslava que hoy se ha convertido en la de crear una comunidad política y económica en la zona central euroasiática sobre los pueblos y regiones de la estepa, ricos en recursos naturales, poco poblados y con escaso contacto con el exterior. Es una voluntad legítima que Occidente observa con reticencia porque la falta de democracia en Rusia y el recuerdo de la guerra fría no han hecho desaparecer el recelo de la confrontación.

Hay que aceptar que los principios occidentales de individualismo, laicismo y democracia no son aceptados por estos pueblos donde las religiones, cristiana, budista, musulmana y ortodoxa, han recuperado mucho de su fuerza después de la desaparición del comunismo. También tienen los principios culturales de comunidad y no competencia de los pueblos centroasiáticos, principios que son lejanos a la cultura de Occidente. La meritocracia y la autorrealización, valores de las sociedades occidentales, entran en conflicto con la cultura de los pueblos eslavos y centroasiáticos. La creencia en la superioridad de estos principios hace difícil para europeos y sobre todo para americanos aceptar que están lejos de ser mayoritariamente aceptados en todas partes.

De las dos políticas posibles de colaboración o confrontación que Occidente tenía con Rusia a partir de 1990, el hecho es que la seguida primero por el presidente Bush y después por el presidente Clinton ha sido más de confrontación que de colaboración, lo que ha llevado, por ejemplo, a rechazar la propuesta del presidente Viktor Yanukovich de Ucrania de aplazar la aproximación a la UE y, de hecho, a impulsar, proteger y financiar la revolución que ha hecho finalmente caer su régimen. Soporta esta política la creencia occidental de que la inherente debilidad de la economía rusa en exceso ligada a la explotación de los recursos naturales se vería seriamente afectada por un potencial embargo económico de la UE y EEUU. Según esta idea, la confrontación funcionaría para Occidente. Es una visión parcial pero no totalmente errónea.

Rusia ha optado por anexionarse Crimea, región valiosa desde su propia óptica cultural, histórica y militar, base de la flota rusa del mar Negro. Para Rusia, Crimea asociada a una Ucrania pro occidental podía suponer perder el acceso naval en el Mediterráneo. Era un peligro que no quería correr, y la oportunidad para evitarlo se presentó cuando Ucrania estaba profundamente debilitada por la revolución interna y una parte significativa de la población de Crimea le apoyaba.

Esto ha puesto de manifiesto que los principios occidentales que algunos esperaban que Rusia adoptaría, de respeto a la integridad territorial de los estados, hayan sido definitivamente rechazados porque la posición de Occidente ha dado la razón a la facción rusa más nacionalista, partidaria de buscar la propia afirmación política más que una colaboración y cooperación con los EE.UU. y la UE. No hay que olvidar que Crimea formó parte integral de Rusia desde antes de Catalina la Grande y que fue Nikita Jruschov, ucraniano y primer secretario del Partido Comunista de la URSS, quien la anexionó a Ucrania en los años sesenta.

Rusia ha hecho ofrecimientos indirectos en relación con Ucrania para tratar de aproximar posiciones tales como el respeto explícito y formal a las demandas de las comunidades rusas del este y sur del país, la federalización del estado o su neutralización, como se hizo con Finlandia y Austria durante la guerra fría, que no minaron ni su régimen democrático ni su orientación europea y convirtieron, de hecho, estos estados en punto de encuentro entre Occidente y la URSS. Los acuerdos de Helsinki, que supusieron una relajación en el conflicto entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, fueron un resultado de ello. No han tenido estos ofrecimientos una respuesta positiva ni por parte de la UE ni de EEUU.

Nadie puede saber cuál habría sido la evolución de la actual crisis si se hubiera seguido este camino, pero lo que es un hecho es que la política actual de confrontación no ayuda a la resolución de los problemas y de momento ha impulsado una guerra civil que ya ha producido más de mil muertes… y que no parece que sea fácilmente solucionable.

A pesar de que no siempre sea fácil de percibir, la negociación y la diplomacia son más eficaces que la confrontación y la guerra. Es una lección que la humanidad aprende lenta y dificultosamente, sobre todo cuando piensa que tiene la fuerza para vencer al adversario.

Joaquim Coello Brufau
EL PUNT – AVUI