El enemigo de mi enemigo es mi amigo

Hace solo un año la administración Obama estuvo a punto de bombardear Siria, no como podría ocurrir ahora con las bases guerrilleras del infame Estado Islámico sino para castigar al régimen de Damasco. El presidente Bachar el Asad había sido acusado de emplear armas químicas en el oasis de la Guta para atacar a los insurrectos de grupos islamistas, que alcanzaron la población civil. Solo fue en el último momento, gracias a un acuerdo con Rusia, que se evitó aquella catástrofe que hubiese hecho temblar los países del Levante, incluyendo al Líbano.

Bachar el Asad era acusado de toda suerte de matanzas crueldades, era tratado como el sangriento dictador que aplastaba sobre todo con la aviación a su pueblo. La revolución apoyada por Turquía, las monarquías del Golfo era alentada por los EE.UU. y gobiernos de Europa. A pesar que desde el principio Bachar el Asad presentó el conflicto como una guerra contra los terroristas, el mundo entero, con la televisión Al Jezira a la cabeza, le hacía responsable de una lucha sin piedad contra su pueblo para continuar en el poder dominando con su minoría alaui. Una de las características del régimen de Damasco es dejar fluir el tiempo pacientemente. Está percatado de que su inmutabilidad le sirve para que el tiempo cambie las circunstancias políticas de la región y del mundo. No tiene duda de que todos los caminos del Oriente Medio pasan por Damasco.

El tiempo ha dado plenamente razón a Bachar el Asad. Aunque ya al principio de la insurrección los norteamericanos corroborasen que Al Qaida estaba detrás de muchos de los atentados, el panorama se ha esclarecido con el ímpetu que han cobrado las organizaciones terroristas del Estado Islámico y del Frente Nosra.

Estas milicias mercenarias, imbuidas de fanatismo mesiánico bien pertrechadas en armas, bien financiadas por sus protectores, han ido reduciendo por la fuerza combativa a las organizaciones del principio de la oposición, como el Ejercito Libre Sirio, que han quedado atrapadas entre su fuego y los ataques del ejército sirio regular. Sus jefes, ineficaces, divididos, en el exilio, lejos de los sufrimientos de su pueblo, muy dependientes de Qatar o de Arabia Saudí, han deplorado que los EE.UU., Occidente, que pretendían ayudarlos les hayan abandonado a su suerte. Su derrota ha sido el éxito del Estado Islámico que después de Siria se ha extendido, como reguero de pólvora, al Irak.

Hay quien ha acusado a Bachar el Asad por no atacar al principio frontalmente a los guerrilleros del Estado Islámico, aprovechando sus luchas intestinas para reforzar su poder, y aplastar a sus primeros insurrectos considerados como moderados. Pero el Monstruo ya ha abolido la frontera entre Siria e Irak y se ha hecho cada vez más peligroso, causando importantes bajas en el ejército regular, e incluso según algunos sirios, podría amenazar Damasco… La convergencia de intereses del Rais el Asad y el presidente Obama, decidido a erradicar a los jihadistas, el Levante es evidente. Salta a la vista que en el imbroglio diplomático del Oriente Medio, la situación no sería tan trágica si los EE.UU. en vez de planear el pasado verano el bombardeo de Siria hubiesen atacado desde el principio a sus jihadistas, cuando todavía no habían emergido de su originario embrión, en sus zonas dominadas fronterizas al Irak. Claro que esto hubiese sido un espaldarazo al Rais el Asad.

LA VANGUARDIA