Sobre el ejército libanés

Hubo un tiempo en que llamaban al ejército libanés el ¨gran mudo¨ para referirse a su pasividad o inhibición ante los frecuentes conflictos bélicos o ante la aplastante superioridad militar de Israel. Entre 1975 y 1990, cuando los niños jugaban en las calles de Beirut no ¨jugaban a soldados¨ sino a milicianos. Sus héroes más próximos eran los abadayat o matones del barrio, los que estimulaban su lúdica imaginación.

Las guerras del Líbano fueron la sepultura del ejército. Inmediatamente sus unidades se escindieron y en el sur, por ejemplo, el general Sami Khatib, un musulmán suní organizó su tropa y apoyó a las milicias musulmanas, leales a las organizaciones palestinas, desafiando al ejército regular al mando de un comandante en jefe cristiano -tal como se ha efectuado desde la independencia en 1943, de acuerdo con el reparto de poderes entre las diferentes comunidades confesionales- sometido al presidente de la república, también cristiano maronita.

Fue entonces un lugar común decir que ¨todos disparaban contra todos en el Líbano a excepción de los soldados¨. Después de la derrota y expulsión de los guerrilleros palestinos, tras la invasión israelí de 1982, el ejército salió fortalecido pero solo un año después, al bombardear los suburbios chiís de Beirut para sofocar su rebelión, se enajenó a la población chií libanesa. Al acabar en 1990 la guerra civil, su comandante en jefe general Emile Lahoud emprendió una reorganización de sus unidades unificando sus filas entre musulmanes y cristianos, absorbiendo contingentes de las desmanteladas milicias a excepción del Hezbollah, que continuó empuñando sus armas para proseguir su pregonada resistencia contra Israel, y estableciendo el servicio militar obligatorio. En la última guerra contra el Estado judío del verano del 2006, provocada por los combatientes del Hezbollah, el ejército no fue el protagonista de la defensa nacional, que asumió el partido de Dios, pero sufrió los ataques implacables del Tsahal israelí.

Presume El Líbano de ser uno de los raros países árabes que no ha padecido un golpe de estado militar. Sin embargo tres de sus comandantes jefes, los generales Chehab, Lahoud y Sleiman, fueron elegidos por el parlamento a fin de salvar la nación en trance de soportar graves disensiones internas, para ocupar la Jefatura del Estado. Desde el pasado mes de abril, al concluir el mandato de Michel Sleiman, el parlamento, dividido entre diputados enfeudados al poder suní de Arabia Saudí o al régimen chií y persa del Irán no han conseguido nombrar a su sucesor. No fue en el enfrentamiento con los israelíes sino con los aguerridos fanáticos combatientes de Al Fatah el Islam, que ocuparon el campo de refugiados palestinos de Nahr el Bared en 2007 cuando este ejército salió vencedor a costa de un centenar de muertos, sirviendo su lucha para aupar al general Michel Sleiman a la presidencia de la república.

El ejército vuelve ahora a intentar detener el avance de otros extremistas sunís, los jihadistas del Daech, y del Frente Al Nosra, que siguen acechando en el ejido, o jurd, de Arsal, de donde ya fueron expulsados hace unas semanas, pero que continúan amenazando desde la vecina frontera siria. Fue efímero el fervor en torno a aquella batalla -hasta las presentadoras de televisión se vistieron con uniformes militares, aclamando a la tropa- como única institución estatal digna de crédito. Y ha disminuido la posibilidad de que el general Jean Kawagi, comandante en jefe, pueda ser también elegido como su antecesor jefe del estado. La batalla puede reanudarse antes de la caída de las nieves.

El gobierno de Beirut, pese a la mediación de Qatar, no ha conseguido la liberación de sus treinta soldados que siguen en manos de los terroristas, encolerizando a sus familiares que continúan cortando carreteras protestando para obtener su libertad. Tres de los rehenes ya fueron decapitados.

Con la difusión de varios vídeos por el frente Al Nosra de tres desertores del ejército, se pretende poner en entredicho su cohesión. Los tres militares pertenecen a la comunidad suní la más numerosa con alrededor de un 50% de su contingente de un total de 72.000 soldados. Aunque por ahora los analistas militares estiman que solo se trata de casos aislados, y que no hay que interpretarlos como una manifestación de desafección a la tropa, no deja de ser un gesto simbólico en la exacerbación de las divergencias entre sunís y chiís. Es la organización paramilitar del Hezbollah, que lucha contra los jihadistas a ambos lados de la frontera y es aliada de Bachar el Asad, donde los chiís constituyen plenamente su fuerza. El mando del ejército en el que los cristianos van disminuyendo de número, hace esfuerzos para mantener su unidad. Para unos libaneses es el Hezbollah quien ha impedido el avance de los jihadistas, y para otros es el ejército regular.

LA VANGUARDIA