Nacionalismo español y catalán, percepción y legalidad

DEMOCRACIA: En España nos encontramos ante un contexto de conflicto nacionalista entre dos identidades nacionales encontradas: la española y la catalana. En los medios generalistas españoles –dominantes–, se argumenta fundamentalmente desde una perspectiva jurídico-legal, la del marco de la Constitución Española de 1978. Sin embargo, toda la bibliografía fundamental sobre nación, nacionalismo, religión y etnicidad se basa en una argumentación identitaria y perceptiva, social y cultural e incluso antropológica, dejando a la legalidad como mera implementación institucional de la sensibilidad nacional en particular.

Anthony D. Smith en su estudio sobre la nación y el nacionalismo hace un repaso de las diferentes teorías relevantes sobre el asunto. Tanto el modernismo como el perennialismo, el primordialismo o el etnosimbolismo descartan un papel relevante del derecho para poder afirmar la existencia de una nación; no así en la formación de un nuevo Estado-Nación. La complejidad del concepto lleva una definición genérica muy amplia. En el caso de Smith, nación como «comunidad humana con nombre propio que ocupa un territorio propio y posee unos mitos comunes y una historia compartida, una cultura pública común, un sistema económico único y unos derechos y deberes que afectan a todos sus miembros» (Smith, 2004). Como vemos, podría considerarse un concepto líquido, en términos de Zygmunt Bauman. Sus características son moldeables mediante la acción política y pueden cambiar con el tiempo.

Al hablar de nacionalismo se argumenta sobre identidades y percepciones, fundamentalmente, así como de otros elementos sentimentales y psicosociales, líderes, simbología, movilización… ya sea nacionalismo español, catalán, ruso o guatemalteco. En ningún caso hablamos de relatos históricos «objetivos» y por tanto inamovibles. Los nacionalismos son, y esto está aceptado por toda la bibliografía científica sobre el tema, selecciones de relatos históricos muy específicos para generar o mantener poder. Vemos cómo pierde fuerza el argumento legal si sencillamente uno se digna a leer algo de bibliografía básica sobre el tema. Por otra parte, si se conoce el contexto se puede dilucidar la existencia tanto de identidades nacionales españolas como catalanas. Esto parece una simplificación pero es capital para comprender estrategias básicas sobre este conflicto nacional en particular.

Desde el establishment español se tiende a comunicar que el único nacionalismo existente es el periférico, obviando el nacionalismo español. Se afirma categóricamente que el nacionalismo es nocivo para la política. Con esta afirmación se refieren al nacionalismo «de otros», obviando el nacionalismo español, este no se entiende como nocivo ya que es considerado como un elemento natural, objetivo. No es difícil analizar ese doble rasero de bulto y las consecuencias socioculturales subsiguientes —en relación a la creación de alteridad entre las dos percepciones nacionales de consecuencias irreversibles a corto y medio plazo—. En este contexto particular, la dicotomía dominante/dominado puede aclarar mucho a la hora del posicionamiento ideológico. Así, no hay un solo medio estatal en España que siquiera mencione esta tesis.

El caso paradigmático lo encontramos en uno de los periódicos que se sitúan más a la izquierda del espectro ideológico de los que se publican en papel en España. Es el caso de El País, considerado por la mayoría social como un diario de centro-izquierda, su posición sobre el conflicto España-Cataluña es claro y sin fisuras. Como ejemplo tenemos a dos autores importantes que escriben con regularidad en dicha publicación, como son Javier Cercas y Mario Vargas Llosa. Este segundo escribía: «Si crece el nacionalismo, más próximo al acto de fe que a la cultura democrática, destruirá otra vez el porvenir de España. Por eso hay que combatirlo sin complejos en nombre de la libertad». Si leemos el artículo, veremos que cuando se refiere al «nacionalismo» tan solo habla sobre el catalán, obviando el nacionalismo español —dominante— que, según él, sería el perjudicado —por el dominado—.

Vargas Llosa escribe este artículo para apoyar uno previo de Cercas, en el que loa uno de los argumentos que este segundo da en torno al conflicto en cuestión. Su argumentación para negar el derecho a decidir es el siguiente: «En democracia no existe el derecho a decidir sobre lo que uno quiere, indiscriminadamente. Yo no tengo derecho a decidir si me paro ante un semáforo en rojo o no: tengo que pararme. Yo no tengo derecho a decidir si pago impuestos o no: tengo que pagarlos». Este argumento es insostenible si la persona —en este caso dos grandes generadores de opinión entre los lectores del diario– ha leído algo sobre nación y nacionalismo. Si partimos del concepto de democracia, el derecho a decidir podría considerarse como la expresión máxima de la misma . El señor Cercas lo compara con pararse o no en un semáforo, haciendo gala de una demagogia y un cinismo de difícil explicación, más si se pretende ser un referente ético para una parte de una sociedad.

Por otra parte, Javier Cercas sostiene, de forma nada sutil, que la democracia consiste en «respetar las reglas del juego». Esta peligrosa simplificación es, también, muy dañina en un conflicto nacional como el tratado aquí. Democracia es isegoria + isonomia, es decir, igualdad de voz y de participación, como simplificación, y por etimología es demos + kratos, es decir, poder en el pueblo. A lo que el señor Cercas se refiere tan solo podría llegar a ser considerado como mera aproximación a lo que es la democracia representativa actual —por supuesto, sin mandato imperativo—, a una democracia nominal. En definitiva, si el argumento es el respeto a la democracia y no a un determinado régimen democrático, el derecho a decidir es innegable. La otra posibilidad es la manipulación o el desconocimiento de los temas tratados por parte de estos autores en tan prestigiosa publicación.

Esclarecedora es la reflexión que hace Adrian Hastings, uno de los teóricos más importantes sobre nación y nacionalismo, sobre el germen de la nación catalana y española. Con esta reflexión, apropiándome de estas palabras, se concluye esta aproximación a ambos nacionalismos. «Es fascinante saber que en 1478 se imprimió una Biblia completa en catalán, sólo precedida en el campo de las Biblias en lenguas vernáculas de Europa Occidental por la alemana en 1466, y la italiana, en 1471. Eso dice mucho de la Cataluña medieval. Sin embargo, la Biblia catalana fue pronto suprimida sin piedad, de manera que no sobrevive ni un solo ejemplar completo. Y aunque en el siglo XVI se imprimieron varios ejemplares de la Biblia en castellano, no existe ninguno en España. No cabe pensar que la existencia de una Biblia en castellano editada en Ámsterdam pueda ser evidencia de su efecto constructor de nación en España» (Hastings, 2000). Los nacionalismos son identidades que luchan por la hegemonía cultural en un territorio determinado. Cuando la identidad dominada intenta generar un nuevo relato histórico que sustituya al precedente o lo complemente, la identidad dominante «la suprime sin piedad» ejerciendo su papel dominador. Este papel dominador se reflejará a posteriori en el marco legal del territorio en sí, cuidándose mucho, de que en ese marco legal no se encuentren las herramientas para su propia descomposición o desaparición.

 

MÁS INFORMACIÓN:

SMITH, A. D. Nacionalismo, Editorial Alianza, 2004, Madrid.

VARGAS LLOSA, M. – “El derecho a decidir”, en El País, publicado el 22 de septiembre de 2013.

CERCAS, J. – “Democracia y derecho a decidir”, El País Semanal, publicado el 13 de septiembre de 2013.

HASTINGS, A. – La construcción de las nacionalidades, editorial Cambridge, 2000, Madrid.

 

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