Materia de Grass

Fuera de Alemania, nunca se habla ni despierta ninguna simpatía, ni se le aplica la idea de «memoria histórica», ni se conoce. El tema o materia es doble. Por un lado, el horror de los bombardeos masivos sobre tantas ciudades alemanas, el arrasamiento inútil de Dresde, las decenas de miles de quemados vivos en Hamburgo con bombas incendiarias, un terror que no sé si va acortar la guerra, pero que ciertamente extendió al infinito el sufrimiento de los inocentes. Pasa en todas las guerras, pero allí pasó mucho más de lo que debía. Por otra parte, el otro horror olvidado: la ferocidad de las tropas soviéticas cuando entraron en tierra alemana, la fuga de millones de civiles de los territorios del este, las muertes y violaciones y destrucciones salvajes. Entre doce y quince millones de personas huyeron de tierras que habían sido germánicas durante siglos y siglos, de Prusia y de Pomerania, o de la tierra de los Sudetes, en la mayor migración forzada de la historia moderna de Europa. Pero ya se sabe que esto se debe callar, porque hablar de aquellos millones de fugitivos miserables que perdieron la casa y la tierra, es dar razones a la derecha y a los sentimientos de revancha. De otros desposeídos se puede hablar, de los alemanes no. Y contra eso se levantó la voz de Günter Grass, hombre radicalmente de izquierda, nacido y criado en Danzig, donde ya no quedan alemanes. La voz recordó «cómo soldados rusos violaban tantas y tantas mujeres alemanas, luego las mataban a golpes y las clavaban en la puerta de los graneros. Tanques T-34 habían atrapado y aplastado fugitivos». Y como el terror provocó «una fuga masiva que a mediados de enero, desde el comienzo de la gran ofensiva soviética, se convirtió en pánico. Con el éxodo por tierra empezó la muerte en las cunetas. Soy incapaz de describirlo. Nadie es capaz». Ni de describir el final del Wilhelm Gustloff, hundido por un submarino soviético el 30 de enero de 1945, con doce mil personas a bordo, estibadas entre el frío y la miseria. Y esta es la materia de la novela ‘Como los cangrejos’, de Günter Grass, donde el protagonista y narrador, nacido justamente en la hora en que su madre escapó de aquel naufragio, termina sufriendo por un hijo adolescente, inteligente y neonazi obsesivo. La moral de esta historia es que la historia es la que es, y esquivarla andando de través como los cangrejos, puede resultar fatal. «Esto no se acaba», concluye Grass. «No se acaba nunca». Confío en que allá arriba, en el paraíso, pueda contemplar el mundo con algo más de optimismo.

El País – Quadern [CV], núm. 704 | 04/16/2015