Los kurdos y el Estado

Los kurdos, ni siquiera enfrentándose con una de las peores amenazas contra Occidente, el Estado Islámico, ni siquiera erigiéndose como cortafuegos del fanatismo, encuentran la complicidad de las potencias mundiales para avanzar en la creación y el reconocimiento de su Estado. Aquellos que aspiramos al mismo horizonte de soberanía para nuestras naciones, aunque sea en un contexto muy diferente, o quizás precisamente por eso, deberíamos tener presente el carácter visceralmente conservador de la comunidad internacional para admitir la realidad de un nuevo trazado de fronteras. Tanto es que de facto algunos territorios bajo control de autoridades kurdas funcionen como realidades independientes del marco constitucional en el que las han metido (así ocurre en el Kurdistán iraquí, que, por ejemplo, exporta petróleo sin mediación de Bagdad). A efectos de admisión como sujetos de pleno derecho en las organizaciones internacionales y en los círculos diplomáticos se estrellan con el mismo muro infranqueable con el que, irónicamente, también topan el yihadistas del EI, otro ejemplo de estructura estatal que funciona al margen de cualquier reconocimiento. Los kurdos, además, debido a su enfrentamiento con Turquía, tienen que lidiar con una dosis mucho mayor de cinismo por parte de las cancillerías occidentales que sus agresores. EEUU ha conseguido que Erdogan permita el uso de bases militares situadas en el sur de su geografía para atacar el régimen criminal de Abu Bakr al-Baghdadi pero ha sido a costa de mirar hacia el otro lado con la cuestión kurda. Incluso antes de esta concesión a la diplomacia estadounidense, la OTAN al completo, de la que Turquía también es miembro, no tuvo ningún problema en dejar a los kurdos en la estacada y lavarse las manos ante el hecho de que la aviación turca bombardeara posiciones kurdas que a la vez también estaban resistiendo al EI. Y eso sin tener en cuenta que hasta este verano la posición de Turquía respecto al EI había sido muy ambigua e incluso de complicidad. ¿Por qué frontera atravesaban el buen número de simpatizantes del EI reclutados en el Reino Unido o en Francia? ¿Quién enviaba suministros al EI para impedir que los kurdos afianzar su control de las zonas del norte de Siria abandonadas por las tropas de Bashar el Asad? ¿Quién proporcionaba servicios médicos a los militantes del EI heridos en su ofensiva sobre Kobane? A pesar de estos precedentes y estas pruebas sobre las afinidades entre Ankara y el siniestro califato, EEUU, la OTAN y la UE han sido incapaces de hacer frente a Erdogan ni de conseguir que reprima sus carnicerías contra los kurdos. De hecho, tal vez la agenda oculta del acuerdo entre Occidente y Turquía consiste en ayuda logística contra el EI a cambio de permitir a Turquía una ofensiva abierta y devastadora contra la comunidad kurda dentro de sus fronteras y en los territorios de Siria y de Irak en los que el aparato político y militar kurdo pueda forjar estructuras que lleven a un Estado independiente. La detención de políticos kurdos en Turquía elegidos democráticamente, los ataques contra los militantes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán o los asesinatos de civiles por parte del ejército turco como los sucedidos la semana pasada en Kars, cerca de Armenia, así parece que lo acreditan.

Los catalanes, a diferencia de los kurdos, no nos encontramos en medio de un conflicto de alta intensidad que nos convierta en un factor estratégico relevante para nadie. Ni siquiera contamos con actores internacionales interesados en la desintegración del Estado del que pretendemos la secesión (como sí los hay en la desaparición, o al menos la amputación, de Siria, Irak, la misma Turquía o Irán) y por supuesto no tenemos ningún tipo de poder militar como el que supone la existencia de los peshmergas. Pero al menos, para una entidad que aspira a la soberanía en la jungla de la comunidad internacional tal vez deberíamos tener siempre presente la filosofía que se deriva del célebre dicho kurdo: «Los kurdos no tenemos amigos.»

EL PUNT-AVUI