¿Unidos con Putin contra el terror?

El presidente ruso, Vladímir Putin, se ha comprometido a “encontrar y castigar” a los responsables de la utilización de una bomba de fabricación casera para derribar un avión ­ruso sobre Egipto, que mató a 224 personas. El momento de su anuncio, pocos días después de que los terroristas suicidas usaran bombas y kaláshnikov para matar a 129 personas en París, no es casualidad. Putin ve una apertura a Occidente, y quiere sacar ventaja de ella. Occidente no le debe dejar fuera.

Durante semanas, el Gobierno ruso parecía estar difuminado sobre la respuesta apropiada a la catástrofe del avión, como si estuviera preocupado de que la pérdida de vidas se atribuyera a su decisión de intervenir en la guerra civil en Siria. El derramamiento de sangre en Francia ha cambiado los cálculos por completo, apuntando la posibilidad de un acercamiento entre Rusia y Occidente. Al golpear París, el Estado Islámico ha convertido la guerra de Siria en un conflicto global. Y, como la intervención de Putin en la cumbre del G-20 en Turquía mostró, Rusia está firmemente en el centro de la pelea.

Debe tenerse en cuenta que una relación de confrontación con Occidente no era parte del plan original de Putin. “Rusia es parte de la cultura europea”, dijo a la BBC en el 2000, poco antes de su elección como presidente. “No puedo imaginar a mi propio país en forma aislada de Europa y lo que a menudo llamamos el mundo civilizado. Es difícil para mí visualizar a la OTAN como un enemigo”. Fue sólo en el 2002, después de que la OTAN inició conversaciones para admitir a Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia, que las relaciones comenzaron a agriarse.

La belicosidad de Putin fue reforzada más tarde por las preocupaciones políticas nacionales –una profunda recesión que obligó a canalizar la ira de los votantes– y al percibir desaires, especialmente a manos de EE.UU. Pero fue sólo con la intervención de Rusia en Ucrania y su anexión de Crimea en marzo del 2014 que Putin se convirtió abiertamente en un adversario, retratando su país como la víctima de la agresión.

Occidente “nos ha mentido muchas veces, ha tomado decisiones a nuestras espaldas, nos ha colocado ante un hecho consumado”, dijo Putin en un discurso televisado, poco después de un dudoso referéndum en Crimea que consolidó el control de Rusia sobre la región. “Esto sucedió con la expansión de la OTAN hacia el este, y el despliegue de la infraestructura militar en nuestras fronteras”. Putin desde entonces ha respondido a la descripción de Obama de Rusia como una mera “potencia regional” tratando de demostrar la capacidad del Kremlin para actuar globalmente, en particular mediante la intervención en Siria.

En la cumbre del G-20 en Turquía, sin embargo, Putin adoptó un tono marcadamente diferente, extendiendo una mano abierta: “Proponemos cooperación en materia antiterrorista; lamentablemente nuestros socios en EE.UU. en la etapa inicial respondieron con una negativa … [Pero ahora] me parece que todo el mundo está llegando a considerar que sólo juntos podemos librar una lucha eficaz… Si nuestros socios piensan que es la hora de cambiar nuestras relaciones, entonces démosle la bienvenida a esa decisión”.

Los ataques en París han proporcionado a Putin la oportunidad de presentar sus operaciones militares en Siria como un servicio a Occidente, un ejemplo de la voluntad de Rusia para llevar a cabo el trabajo sucio de atacar al Estado Islámico en su propio territorio. Y Putin ya está haciendo concesiones en la esfera diplomática. En una cumbre en Viena el pasado día 15, dos días después de los atentados en París, Rusia y EE.UU. parecían dejar de lado algunas de sus diferencias sobre el modo de poner fin a la guerra en Siria, acordando un calendario en el que un nuevo gobierno sería elegido a principios del 2017.

EE.UU. y sus aliados europeos han adquirido de repente una gran influencia sobre el Kremlin, y no deben ser tímidos a la hora de utilizarla. Mientras, sería una buena estrategia que Occidente no se apresure en levantar sus sanciones –la disputa sobre Crimea es poco probable que se resuelva rápidamente– aprovechando el deseo del Kremlin de ser reconocido como un gran poder global. El conflicto congelado en el este de Ucrania puede descongelarse si Rusia está convencida de observar el protocolo de Minsk, retirar sus tropas de la frontera y ayudar a facilitar las elecciones locales bajo estándares internacionales.

Si Putin está dispuesto a crear un poco de buena voluntad cooperando en Ucrania, Occidente debería considerar ofrecer algunas pequeñas concesiones a cambio. La participación de Rusia en la batalla contra el EI –y su retorno a las filas de la comunidad internacional respetuosa con las normas– puede valer el precio.

LA VANGUARDIA