Sobre la conquista musulmana de Hispania y el mito de Al-Andalus

El 27 de abril del 711 el caudillo bereber Tariq ibn Ziyad cruzó el estrecho hoy conocido como de Gibraltar para intervenir en las banderías del reino visigodo de Toledo, sin el propósito premeditado de someter todo el territorio peninsular a la dominación del Califa de Bagdad. Pero la debilidad de sus oponentes terminó por consolidar rápidamente la incorporación de la mayor parte de la antiguamente denominada Hispania romana a la comunidad islámica.

Los conquistadores no eran árabes sino amazics adictos al califato islámico de los Omeya más o menos islamizados (en aquella época eran -y son en buena parte aún hoy- animistas o cristianos) y los flujos de todo tipo entre ambos lados del Mediterráneo eran intensos. La romanización de la población de la costa norteafricana era profunda a pesar de las incursiones de godos y vándalos que habían descompuesto la organización imperial. Los contactos entre los árabes de Levante y el occidente peninsular eran incluso anteriores a 711 sin que se pueda hablar sin embargo de desplazamientos masivos de población. Así lo sostiene Rodolfo Gil Benjumea en su obra » Hispanidad y arabidad» (Ediciones Cultura Hispánica, 1952), él mismo de origen árabe (Benjumea es la castellanización de Ben Omeya).

No soy un entendido en historia para poder opinar con fundamento sobre las causas que explican la acelerada cohesión de buena parte de la población hispano-romana y visigótica en el entorno del sistema de dominación islámico, ni de su persistencia durante siglos, pero me sorprende la poca reflexión historiográfica sobre ese fenómeno ahora que el mito de al-Andalus vuelve a la actualidad debido a la propaganda yihadista.

He leído con interés el libro de Serafín Fanjul, catedrático de literatura árabe en la Universidad Autónoma de Madrid, titulado significativamente «La quimera al-Andalus» (Siglo XXI, Madrid, 2004) centrado en desmentir la versión ficticia de la convivencia interreligiosa (musulmana, judía y cristiana) bajo la dominación islámica y la idealización de un pasado andalusí contraponiéndolo al expansionismo castellano que propugna buena parte del progresismo político y cultural andaluz actual.

No hay continuidad entre la identidad andaluza y la sociedad musulmana anterior a 1492, que era una variante territorial de la comunidad de creyentes (umma) y sobre cuyo retorno no se puede construir ningún proyecto creíble y viable. Los actos de protesta contra la conmemoración de la conquista castellana de ciudades andaluzas que se dan en los últimos años no son significativos en ese sentido. Como mucho son un síntoma de la crisis del integrismo español.

Sobre la conquesta musulmana d’Hispània i el mite d’Al-Andalus