Caraduras y farsantes

Sus artículos son aleccionadores, enfáticos, sentenciosos, moralistas -siempre a favor del bien y en contra del mal…-, llenos de verdades absolutas: ellos tienen la razón, toda la razón, y los que piensan diferente están completamente equivocados; peor, son unos cretinos o unos asalariados de la reacción que sólo merecen desdén. Me refiero a un determinado tipo de intelectuales-articulistas que, desde hace décadas, hegemonizan el hemisferio «progresista» de la opinión publicada en España y, en menor cantidad, en Cataluña. Pero además, e incluso si alguno de ellos es catedrático de ética, juegan sucio.

Tomemos, como primer ejemplo, el caso del profesor Francesc de Carreras. Y dejemos de lado su evolución ideológica desde el PSUC hasta el centroderecha liberal, desde el autodeterminismo hasta el españolismo de morro fuerte; por notable que resulte esta trayectoria, es perfectamente legítima. Menos honesto parece, en cambio, que el doctor De Carreras, erigido desde 2006 en el principal inspirador de Ciudadanos, el Pigmalión de Albert Rivera, el único entre los padres fundadores del partido naranja que le ha mantenido un invariable apoyo y hasta y todo se ha dejado poner en alguna candidatura, al mismo tiempo haya continuado practicando el análisis político -primero en La Vanguardia y luego en El País -revestido con túnica de académico independiente, como si él no militara ninguna parte ni tuviera ningún interés de grupo en relación a aquella realidad que disecciona y juzga.

Está claro que las personas rotundamente comprometidas con un partido tienen derecho a escribir en los periódicos. Pero la ética más elemental exige que adviertan los lectores sobre su filiación: «Yo soy del PSC y opino eso», o «Yo soy de Convergencia y opino esto otro». Francesc de Carreras lleva diez años pontificando contra el nacionalismo catalán, descalificando el proceso y a los que lo defienden, atrincherado siempre detrás la etiqueta de «catedrático de derecho constitucional», sin mencionar nunca su estrechísimo vínculo con Ciudadanos. ¿Esto no es hacer trampa?

Un caso aún más clamoroso de jeta impune es el de Fernando Savater (en realidad, Fernando Fernández-Savater), protagonista también de una evolución ideológica despampanante: de festejar con Herri Batasuna hace 35 años en erigirse en gurú intelectual y moral del neonacionalismo español, del antivasquismo, etcétera. Pero esta no es ahora la cuestión. El hecho es que, convertido desde 2007 la figura vertebradora del proyecto político que sería Unión Progreso y Democracia (UPyD), estrella de los mítines de la sigla magenta y aun candidato por Madrid tanto el pasado 20-D como el próximo 26-J, el filósofo Savater ha seguido ejerciendo su magisterio no como lo que es -un hombre de partido, con las naturales filias y fobias- sino desde el más olímpico complejo de superioridad: los otros, los que no son amigos suyos, tienen intereses, bajas pasiones y miradas sesgadas; él no, él sólo proclama dogmas irrebatibles.

Esto no es todo. En 2015, cuando la estrella de UPyD ya declinaba, eclipsada sin remedio por Ciudadanos, Savater no tuvo escrúpulos en aprovechar partidistamente sus tribunas de opinión y publicar, en pleno periodo preelectoral, un artículo («¿Y por qué no UPyD?», El País, 6 de mayo de 2015) que pudo ser un folleto de propaganda de la sigla de Rosa Díez («Se ha mantenida fiel al programa con que saltó a la palestra política […], independiente de poderes económicos y de grupos de interés mediáticos»), incluida la petición de voto final. Ahora mismo, en el último número de la revista ‘Claves de Razón Práctica’ -que Savater dirige-, casualmente el articulista estrella es… Andrés Herzog, penúltimo líder de UPyD y cabeza de lista por Madrid el 20-D.

Menos espectacular, pero de naturaleza similar, ha sido el comportamiento del escritor Andrés Trapiello. También candidato a senador por Madrid en diciembre en la misma lista que Savater, cuatro días antes de los comicios publicó una tribuna («El voto inútil», El País, 16 de diciembre de 2015) que constituía una apología de UPyD y una llamada indisimulada a votar a esta sigla. Tampoco era una novedad: en años anteriores Trapiello ya había utilizado colaboraciones en La Vanguardia para defender las tesis de su partido contra el «desafío» independentista catalán.

Hoy que estamos de nuevo en campaña y que, otra vez, algunos partidos han fichado docentes y articulistas como candidatos en posición destacada, sería de agradecer y contribuiría a higienizar la política que se supiera distinguir entre el papel del intelectual y el del propagandista de partido. Si, a lo largo de los últimos decenios, he estado tentado alguna vez por la política institucional, uno de los motivos principales para decir que no era el deseo de preservar la propia independencia como analista y opinador. «Desde el momento que vas en una lista electoral, o que aceptas un cargo de nombramiento político -me he dicho siempre-, pierdes cualquier apariencia de objetividad, y tus puntos de vista pasan a resultar sospechosos de partidismo».

Pero será que estoy cargado de puñetas.

ARA