Los intelectuales y el dilema nacional

Las buenas biografías son tan escasas como valiosas. Espriu, transparente, de Agustí Pons, es un retrato comprensivo de una figura literaria -el ser humano permanece detrás en la penumbra- y un relato del proceso de canonización e institucionalización de un escritor catalán en la posguerra.

En mi primera lectura, todo mi interés. Qué poco que sé del mundo cultural catalán. A pesar de haber conocido editores y agentes culturales, a pesar de tener amigos escritores catalanes, reconociendo en las páginas del libro a una docena de personas… me doy cuenta de que la cultura en lengua catalana para mí es la de un país extranjero. Es evidente que para los españoles Cataluña es un país desconocido y extranjero pero, sobre todo, oculto. Pero este es otro tema, o el mismo de siempre.

La figura del escritor Salvador Espriu es imposible hoy. Es una figura de escritor propia de un tiempo en que existían literaturas nacionales, una creación europea que se fue extinguiendo con la evolución de la Unión Europea y de los Estados nación, y que en las últimas décadas ha visto como se aceleraba su desaparición. Hoy está el mercado y sus novedades.Quizás Cataluña es una excepción, momentánea a esta desaparición de las literaturas nacionales debido al proceso de movilización nacional que vive.

La biografía de Espriu de Pons refleja cómo la obra y el escritor son utilizados para construir y afirmar identidad nacional y, también, cómo el escritor se vale de esto para instituirse, y cómo su obra es recibida por un público que busca identificación. Bajo el franquismo, en Cataluña -de manera similar en Galicia, e imagino que en Euskadi-, esta tarea de construcción nacional la hacían agentes que servían a dos líneas políticas diferentes: los catalanistas y los comunistas. Crear o recrear una cultura sin un Estado propio y contra un Estado existente condiciona la creación misma y su valoración. En Cataluña esta contradicción entre la autonomía de la literatura, su valor en sí, y su utilidad social, nacional, la personificaron Espriu y Pla.

En la misma época también en la España castellana se da una contradicción ideológica entre la literatura oficial, de Pemán a Dámaso, y el canon de la oposición antifranquista, de Lorca y Valle a Alberti y Blas de Otero. Sin embargo, las contradicciones que se dan en una sociedad negada multiplican la creatividad. El cruce de conflictividades entre izquierda y derecha, catalanismo y españolismo, catalán y castellano, sumadas a una ciudad con tradición cultural como Barcelona, ​​hacen que la cultura catalana tenga una densidad muy superior a la castellana de estos años, aunque esta contaba con el apoyo y los medios de un Estado propio. O, tal vez, por eso mismo.

Espriu, con sus matices y épocas diferentes, es una figura que une la nación catalana y el antifranquismo, es decir, la izquierda comunista. El PSUC, el comunismo español en Cataluña o de Cataluña, era buena parte del fundamento de la nación catalana que reivindicaba y había reconocido en Espriu una representación de esta nación. Es interesante preguntarse dónde estaría Espriu hoy.

A lo largo del siglo XX hubo diálogos entre intelectuales catalanes y castellanos, el de Maragall y Unamuno es el más triste y desalentador, pero durante la II República y en la posguerra hubo intentos más serios. Espriu los conoció y participó en ellos. Una obra suya, La piel de toro, fue un símbolo que expresaba esta búsqueda de diálogo. Sin duda, esto le hizo interesante para el PSUC. Y volvemos a preguntarnos dónde estaría Espriu hoy.

Quizás la respuesta es muy simple. Bajo el franquismo, ni los catalanistas ni los comunistas tenían un Estado que consideraran suyo, pero desde los pactos de la Transición el PCE consideró que este Estado ya era el suyo y que los cambios sociales que deseaba se podían producir allí dentro. Para Espriu, concretamente, este encaje nunca fue completamente satisfactorio, pero también el catalanismo negoció un encaje en este Estado, aunque siempre mantuvo una reticencia última ante el Reino de España, que no reconocía ni reconoce la continuidad con la Corona de Aragón.

Pero desde entonces sabemos que han pasado cosas en la política y en la vida social. Donde no han pasado es en el campo de la cultura y en el mundo de los intelectuales, o quizás sí, pero se manifiestan en forma de ausencia.No hay ningún diálogo ni reconocimiento entre los escritores e intelectuales castellanos que se identifican con el Estado existente y los escritores e intelectuales en lengua catalana. En el debate nacional de estos últimos seis años, cuando el conjunto de la sociedad catalana se ha sentido humillada y sometida, lo único que ha habido por parte de la intelectualidad española han sido dos manifiestos: en uno se pedía la ocupación por la fuerza si fuera necesaria para imponer la sentencia del TC y las órdenes del gobierno, y en el otro se expresaban deseos de amistad y se afirmaba que los catalanes eran queridos en España. Hubo firmantes del segundo manifiesto que también habían firmado el primero. Hay amores que matan. Por su parte, el mundo cultural en lengua catalana rompió todos los puentes y se siente capaz de existir fuera de la tutela del Reino de España, esperando su República.

¿Cataluña, como país, es tratado con ecuanimidad en España? ¿Reciben los catalanes la consideración y el respeto que merecen? ¿Se les reconoce su lengua y su cultura? ¿Su lengua tiene un Estado detrás que la proteja y la sienta como propia? Si no es así, ¿hay perspectivas de que esto vaya a cambiar? Siempre habrá opiniones y matices, pero, mirando hacia atrás, creo que aquellos militantes del PSUC que querían un Estado que fuera suyo se identifican hoy con el existente, en la idea de que un día podrá mejorar, y creo que Salvador Espriu no pensaría así. Estoy seguro de que conservaría sus matices, su apertura a otras lenguas y culturas, pero que estaría empeñado en garantizar la existencia de la nación catalana con un Estado propio. ¿Me equivoco?

ARA