El eje franco-alemán ¿existe?

Durante muchos años una Alemania que veía en Europa la única posibilidad de recuperar su soberanía y una Francia que temía dejarla sola formaron en común el gran eje de interés básico de la Unión Europea. Eso ya no es así desde que Alemania superó aquel hándicap con su reunificación nacional y comenzó a proyectar su soberanía sobre el conjunto. Desde entonces, se disimula el divorcio que la crisis financiera del 2007-2008 certificó con toda claridad.

La canciller, Angela Merkel, y el presidente, François Hollande, continuaron disimulando ese dato esencial en su encuentro de ayer en Evian, dedicado a discutir sus últimas diferencias: sobre el Brexit, cómo administrar la primera salida de un país del club vía un referéndum que puede ser contagioso, especialmente en Francia, y qué hacer con las negociaciones del polémico tratado comercial con Estados Unidos (TTIP por sus siglas en inglés). No hubo mención a ninguno de los dos temas, en su declaración final sin preguntas ante la prensa, más allá de la promesa de una agenda “ambiciosa” para la cumbre de Bratislava del día próximo día 16 que lidiará con el Brexit.

Disimular el divorcio resulta cada vez más difícil. La política económica alemana perjudica a media Europa, porque es imposible generalizar el excedente exportador de Berlín. La consecuencia es que por doquier asoma como factor político lo que el desaparecido politólogo francés Franck Biancheri anunció en 1998: los nietos de Pétain, Hitler, Mussolini, Horthy, Pilsudski y otros protagonistas de la Europa parda de preguerra.

En la Europa del Sur las políticas de recortes que han acompañado a la nacionalización de las pérdidas bancarias han acabado con el sueño europeo en su primera e inocente versión: Europa ya se asocia a perjuicios.

La integración de Europa del Este ha sido globalmente un fracaso. El antiguo dominio soviético se ha convertido en algo muy parecido a la periferia colonial subordinada del periodo de entreguerras.

Aún metida en los graves desórdenes ocasionados por la quiebra financiera de hace ocho años, la Unión Europea “está dirigida por el antiguo jefe de un paraíso fiscal (Jean-Claude Juncker); su banco central, por un ex de la banca Goldman Sachs, responsable de la crisis financiera y del camuflaje de las cuentas griegas (Mario Draghi), mientras sus 40.000 funcionarios cooperan con otros 40.000 miembros de grupos de presión del mundo de los negocios”, resume la carta al director del lector de un medio de comunicación parisino.

“Todo muestra que en la mayoría de los países europeos los ciudadanos ya no aceptan ser gobernados por instancias no electas que funcionan con toda opacidad”, señala en París el manifiesto de veinte intelectuales eurocríticos que piden una reconstrucción europea en dirección a la democracia, una economía viable y una independencia estratégica, en un momento en el que la ausencia de esta ya tiene consecuencias con Rusia, cuyas sanciones tienen un enorme coste para la economía europea.

¿Cómo gobernar esta crisis general y sin precedentes después del Brexit? El mero disimulo del divorcio franco-alemán ya no alcanza para nada. El referéndum británico “puede ser la ocasión para reorientar la construcción europea articulando la democracia que vive en las naciones con una democracia europea pendiente de construcción”, señala el mencionado manifiesto. Nadie parece tener la receta para esa buena intención y el aparente eje franco-alemán menos que nadie. François Hollande quiere que el Reino Unido se vaya rápidamente; para el 2019 la ruptura debe estar consumada, dice. Angela Merkel no tiene prisa. El francés quiere zanjar la kafkiana negociación del TTIP; la alemana, no.

En el pasado, la influencia de Washington solucionó algunos atascos. Hoy se constata la impotencia de ese factor: los británicos ignoraron en junio el consejo de Obama contra el Brexit. La salida del Reino Unido priva a Washington de su principal aliado y agente en Europa, y en lugar del TTIP lo que asoma es algo parecido a una guerra comercial, una ambigua guerra comercial. “Así se han abierto dos frentes al mismo tiempo, el caso Apple y el TTIP”, explica un corresponsal alemán en Bruselas.

La reclamación de 13.000 millones de euros a Apple es lo más serio que ha sucedido entre la UE y EE.UU. en este frente desde la bofetada que supuso el millonario Dieselgate contra Volkswagen. La exigencia europea de que Apple pague impuestos puede extenderse fácilmente a otras grandes empresas estadounidenses como Starbucks, McDonald’s o Amazon, y “amenaza la inversión extranjera, el clima de negocios en Europa y el espíritu de asociación económica entre la UE y Estados Unidos”, advierte un portavoz del Departamento del Tesoro en Washington.

Pero si lo de Volkswagen fue turbio (el fraude es generalizado) lo de Apple no le va a la zaga: si muchas empresas estadounidenses no pagan impuestos en Europa desde hace años es, entre otras cosas, gracias a los paraísos fiscales de la UE, como Holanda, Irlanda o Luxemburgo. La Comisión Europea y los mandatarios nacionales han consentido eso siempre, y Jean-Claude Juncker, exministro de Finanzas y ex primer ministro de un paraíso fiscal, tiene un gran protagonismo en ello. Como en el caso Volkswagen, la pregunta para Apple es: ¿por qué ahora?

 

Boris Johnson: “Salimos de la UE pero no de Europa”

El ministro de Exteriores británico, Boris Johnson, aseguró ayer en Bratislava: “Podemos estar saliendo de la UE pero no de Europa. El Reino Unido, el Gobierno británico y la primera ministra, Theresa May, están absolutamente comprometidos en la cooperación en política exterior, de seguridad y defensa”.

LA VANGUARDIA