La impunidad de la Casa de los Saud

Desde su nacimiento Arabia Saudí es la dictadura protegida de EE.UU. En su libro The house of Saud, Said K. Aburish afirma a rajatabla que sin Occidente no hubiese existido esta dinastía. Es un hecho histórico que el pacto de 1945 entre el presidente Roosevelt y el rey Abdelaziz ibn Saud, por el que el jefe del Estado norteamericano garantizaba la defensa y protección del nuevo reino surgido de las tribus, de la conquista de La Meca y Medina, a cambio del petróleo, continúa en vigor. Han pasado décadas de conflictos bélicos, revoluciones y golpes militares en Oriente Medio y Arabia Saudí. Pero, pese a sus violaciones flagrantes de los derechos humanos, al fomento del integrismo islámico y las actividades terroristas, sigue siendo su aliado más consentido.

La explotación del primer pozo de petróleo –los petrodólares ­ganados con la antigua compañía Aramco– impuso una alianza, en muchos aspectos, contra natura. Y sobrevivió incluso a la prueba de fuego de los atentados terroristas del 11-S en Estados Unidos, perpetrados por 19 terroristas de los que 15 eran saudíes. Pero entonces la Administración republicana de George W. Bush no bombardeó en represalia el Estado saudí sino Afganistán y, más tarde, con la patraña de que contaba con armas de destrucción masiva, arrasó la república iraquí de Sadam Husein.

Ahora una ley norteamericana autorizará a los supervivientes y los allegados de las víctimas de atentados terroristas –los del 11-S en primer lugar– a pleitear contra estados, especialmente contra el reino saudí, acusado o por lo menos sospechoso de haber desempeñado un importante papel en los atentados. No es la primera crisis en las relaciones ambiguas, pero también sólidas, entre Estados Unidos y Arabia Saudí.

La aproximación de EE.UU. e Irán, con la firma de su acuerdo nuclear, indignó a los gobernantes de Riad. La casa de los Saud, como afirma Said K. Aburish, ha abusado siempre de la alianza norteamericana, de esta “brutal amistad”. Desde el rey Ibn Saud, su dinastía ha buscado a cualquier precio la protección de Washington contra amenazas internas y sobre todo externas, que se agravaron en 1979 con la revolución iraní. Sea cual sea la Administración estadounidense, demócrata o republicana, EE.UU. mantiene una alianza política inquebrantable con Israel y una protección sin fallas a la casa de los Saud.

Para muchos países árabes, el régimen absoluto saudí es un líder inaceptable, un corrompido agente del sheriff estadounidense en Oriente Medio. Primero, con su lucha común contra el comunismo o ciertos regímenes militares progresistas.

Pero mas allá de las desavenencias que surgen con el fluir del tiempo, como ahora con esta decisión del Congreso que se ha enfrentado al presidente Barack Obama, la realpolitik es implacable, y la alianza de EE.UU. y la casa de los Saud no está en ningún modo en entredicho.

Desde 1980 la doctrina wahabista de la casa de los Saud, reaccionaria y oscurantista, se esparce no sólo en los pueblos del Oriente Medio sino en el océano del islam, desde países africanos o asiáticos hasta colonias musulmanas establecidas en Occidente gracias a los petrodólares. Antes de Al Qaeda , y de la guerra de Afganistán, había comenzado su proselitismo en mezquitas, asociaciones benéficas, centros escolares, programas de televisión, periódicos, aplastando como muy bien ha descrito en sus libros Georges Corm, una sociedad árabe que no anulaba la libertad de expresión, destruyendo las tradiciones tolerantes de la religión musulmana. Era muy distinto entonces el islam de los saudíes del moderado islam mediterráneo de los egipcios. De esta suerte ha ido surgiendo un monstruo dentro del islam. El escritor argelino Kamal Daud, premio Goncourt, ha escrito que el Estado Islámico “tiene una madre en la invasión de Irak y un padre en Arabia Saudí. Si la intervención militar occidental ha facilitado razones a los desesperados del mundo árabe, el reino saudí les ha dado creencias y convicciones. Si no se entiende esto, es imposible ganar la batalla. Se matarán yihadistas, pero volverán a surgir en las próximas generaciones, alimentados con los mismos libros¨.

Pese a que muchos documentos oficiales norteamericanos no establecían la culpabilidad de Arabia Saudí en los atentados de Al Qaeda, hay otras investigaciones que sospechan la implicación de algunos de sus miembros. Hará falta tiempo para esclarecer esta historia tenebrosa del yihadismo, las relaciones ambiguas entre Arabia Saudí y el Estado islámico, del que si por una parte puede ser su fuente de inspiración, por otra declara que le ataca en la ineficaz coalición internacional capitaneada por EE.UU., cuyo objetivo es la destrucción de sus bases en Siria.

Los candidatos a la Casa Blanca, Hillary Clinton y Donald Trump, lamentan respectivamente “el proselitismo saudí que fomenta el extremismo juvenil” y “su impulso mundial del terrorismo”. Pero nadie se atreve a poner en tela de juicio su impunidad, porque la casa de los Saud es, a la vez, la que atiza el fuego y apaga las llamas.

LA VANGUARDIA