Beirut-Gandesa-Beirut

En aquellos veranos de adolescencia prolongada en Gandesa, sin darme cuenta empecé a descubrir vestigios de la guerra. La destrucción del pueblo de Corbera con el caserío rematado por el campanario desmochado de la iglesia se veía desde la carretera. Pasó un largo tiempo hasta que me atreví un día a subir hasta las ruinas con mi bicicleta. Me sentía tan turbado que me era difícil pensar en lo que había sido aquel escenario de la batalla del Ebro. Al cruzar la venta de Camposines recordaba no sé qué peripecias relacionadas con mi familia, Ca Riello, de la casona de la calle peso Viejo, al final del pequeño porche y cerca de la iglesia parroquial. En la gran sala con los dos balcones a la calle sobre los que siempre colgaban cada verano las persianas estaban los retratos de mis primos que nunca conocí, Tomás y Rafael, muertos durante la guerra.

Uno de mis recuerdos más vivos era el de los metralleros, hombres y mujeres, que al alba, con caballos y mulas emprendían camino a las sierras de Pandols y de Caballs, a la rebusca de metralla para vender entre aquellas toneladas de bombas y proyectiles volcados sobre el abrupto paisaje, años después de la guerra civil. Hace unos años viniendo de Beirut, pronuncié en la Fiesta mayor de Gandesa, declarada “ciudad inmortal” por la resistencia a siete ataques de las tropas carlistas del Tigre del Maestrazgo, un Pregón con la guerra al fondo.

De las fiestas mayores me agradaba sobre todo el pasacalle de la Lira ampostina en el que el doctor Josep Fornós, alegre e imaginativo, tocaba el bombo al son de la Polca del barril de cerveza, con letra adaptada a las circunstancias, con el estribillo de “Viva Gandesa, la tierra del buen vino”. Regresé  como aquel viajero del poema de Antonio Machado que vuelve a la casa paterna después de años de lejanías, y se ve copiados sus cabellos blancos en el espejo del vestíbulo. Joan Margarit escribió un poema La lluna de Beirut en que escribía “El meu amic corresponsal de prensa, s’ha fet vell sota l’ombra de les guerres en aquesta negror de llum fenicia”.

Esta vez Josep Maria Alcoverro, también de Ca Riello, médico, coordinador de Trasplantes de Althaia del hospital de Manresa, leyó el pregón. Atravesando con el alcalde, les pubilles, gigantes y cabezudos, la fanfarria, la calle Miravet, con las casas del barón de Purroy, del editor Grijalbo, del que fue ministro franquista Ramon Serrano Suñer, del canónigo y teólogo Juan Bautista Maña Alcoverro, discriminado por catalanista en la catedral de Tortosa, llegó hasta la plaza del Comercio con el estrado armado para la ocasión. Describió emocionadamente el ambiente de su calle “Al nostre carrer del Pes vell hi passava de tot, des de gent  detinguda i enmanillada portada per la guardia civil ambs els seus tricornis i capes  per passar la nit a la presó, fins a poder olorar, flairar,  les millors olors del món, les olors d’un forn, el olor del pa a primera hora, els cocos a mig matí  i les coques amb sardina i patates al forn dels migdies a l’estiu, olors que creixen amb els ribells plens de cocs per les Festes Majors”. “Evoco las ilusiones de la incipiente democracia, con las reuniones de la Unió de Pagesos, concluyendo con una invitación a todos: “Haceos donantes”.

Josep Maria Alcoverro y los suyos viajaron el pasado verano a Beirut  y visitaron parajes de la ciudad todavía heridos con las huellas de la larga guerra de quince años. Nunca había visto tantos catalanes juntos en Beirut como en este agosto. De Barcelona, de Tarragona, de Vic o Esparraguera. Periodistas, fotógrafos freelance, estudiantes de cursos estivales de árabe, miembros de ONGs para refugiados sirios, turistas de guerra, atraídos por la vitalidad de esta ciudad siempre difícil de describir, en el filo del abismo sirio. Los temporales vuelos directos de Vueling han acercado Barcelona y Beirut.

En la ruta de la Batalla del Ebro, en la Fatarella, hay un centro que exhibe objetos, documentos, imágenes, de las diversas unidades militares extranjeras que tomaron parte en nuestra guerra civil, como las Brigadas Internacionales que apoyaban a los republicanos, o los alemanes e italianos que combatieron con las tropas franquistas. En sus salas se puede  captar lo que fue la internacionalización de aquella guerra, umbral de la Segunda Guerra Mundial. Antes en El Líbano, ahora en Siria, es imposible describir su conflictos armados sin percatarse de la fuerza de las injerencias extranjeras. En el desván de Ca Riello, en sus desvencijados armarios de aquellos veranos, encontré colecciones de revistas bélicas de la Segunda Guerra Mundial. Dando vueltas entonces por la capital de la Terra Alta me paraba ante las primeras casas de la carretera de Corbera, muy cerca de la hermosa arquitectura modernista de la Cooperativa, imaginando a las tropas republicanas cundo se detuvieron casi ante sus puertas, sin entrar en la ciudad. Gandesa había sido uno de los grandes objetivos del ejercito de la República en la Batalla del Ebro.

LA VANGUARDIA