La lista de Irena Sendler

Un telefonazo me ha recordado aquella historia, bella, repleta de coraje y dignidad humana, sabia lección, narrada por la periodista  Christina Hebel, y que yo leí aquel 23.07.2006 en Welt am Sonntag: Que una polaca, Irena Sendler, salvó a más de 2.500 niños judíos en el gueto de Varsovia. Tras la guerra se olvidó a la heroína y su lábel, y fue descubierta por las alumnas de Uniontown (Kansas de USA), quienes en una revista leyeron una noticia sobre una mujer que salvó del holocausto a 2.500 niños judíos. Profundizaron con su maestro y elaboraron una pieza de teatro con el título  “Life in a Jar” (vida en el tarro de conservas) y dieron notoriedad a la vida de esta mujer excelsa. Murió el 12 de mayo del 2008 a los 98 años de edad. A Irena Sendler se la recuerda como una viejecilla diminuta vestida de negro y con una cinta negra sujetando el pelo. Como una mujer de rostro amable y ojos luminosos, que vivió en el barrio Nowe Miasto de Varsovia.
Quizá para entender a Irena Sendler hay que indagar en sus esperanzas y en sus sueños. A menudo todavía hoy oye gritos en el silencio de las noches. Fue torturada durante semanas largas de tal modo que desde entonces se mueve en silla de ruedas. Perdió su niñez, su jovialidad y juventud. A menudo se sobresalta en la noche cerrada sin saber dónde se halla ni si lo soñado es tan sólo sueño o realidad. Los gritos, que percibe, son de los 2.500 niños que contrabandeó y liberó del gueto de Varsovia. No es ella, son los otros los que viven en sus sueños.
Su vida es materia de gran película, encierra una excelsa persona. Tan verdadera como aquella del empresario sudete-alemán, Oskar Schindler, conocida por millones desde la película de Steven Spielberg “La lista de Schindler”. Hoy no son muchos quienes conocen la aportación de esta gran mujer polaca, Irena Sendler, honrada por su coraje tras años de penumbra y desconocimiento.
Irena nació en Otwock (en las cercanías de Varsovia), su padre, médico, era miembro del partido socialista polaco (PPS). De niña jugó con los niños judíos y aprendió jiddisch. En los años 30 estudió filología polaca y fue activa en el PPS. Trabajó en un centro de beneficencia para madres y niños, y luego como asistenta social en Varsovia, también durante la ocupación nazi. Tras la proclamación del gueto la mayoría de los judíos, necesitados de asistencia y ayuda, quedaron dentro de los muros. A partir de octubre de 1939 las autoridades prohibieron prestarles ayuda y asistencia. Pero hasta que en noviembre de 1940 se cerró a cal y canto el gueto unos 3000 judíos mediante papeles falsificados siguieron recibiendo ayuda. Y con la excusa de asistir a los infestados, Irena, disfrazada de enfermera y 10 más siguieron introduciendo alimentos, medicamentos y dinero en el gueto. Así, por ejemplo, desde el invierno de 1943 en la parte «aria» Maria Krasnodebska, colega de Irena en el departamento de beneficencia, atendió en el escondite  al conocido pianista Wladyslaw Szpilman durante meses, proveyéndole de alimento y dinero.
Quien no fue deportado a un campo de exterminio murió en el gueto de hambre y enfermedad. Y en Varsovia se sabía lo que ocurría tras las alambradas y los muros, era ya hazaña el mero sobrevivir. Irena Sendler se encargaba de las tarjetas de identidad del servicio del grupo sanitario, que se ocupaba de combatir las enfermedades contagiosas en el gueto. Por entonces era ella una trabajadora social, y pronto se convirtió también en activista de humanidad en los bajos fondos de aquel gueto de muerte.
A inicios de los años 40, bajo el supuesto nombre de «Jolanta», con otras 10 mujeres más creó en Varsovia una red secreta de ayuda y salvamento. Sabían que a la mayoría de allí encerrados poca ayuda cabía prestarles, pero pensaron en salvar al menos a los pequeños. Establecieron contacto en el gueto con sus familias. “Les dijimos que teníamos la posibilidad de salvar a sus hijos escamoteando a través del muro a sus hijos. También en la guerra resulta muy difícil soltar a los hijos, las familias tenían miedo y sentían angustia de dejarlos en manos de otros. Y además todo debía transcurrir en silencio y en secreto. Las madres lloraban y los niños gritaban cuanto podían.
Desde 1942 Irena fue miembro de la organización secreta “Zegota” (Consejo para ayuda de los judíos). En vista del acontecer decidieron salvar cuando menos a los niños sirviéndose para ello de todos los medios a su alcance. Los niños en primera instancia eran llevados a un centro secreto de acogida y luego  trasladados a un sitio seguro. Los niños fueron sacados del gueto utilizando todos los medios a su alcance: escondidos en coches de bomberos, en ambulancias, en tranvías, andando a través de un edificio judicial con entrada  desde el gueto y salida al mundo ario, a través de sótanos, de desagües, de cloacas, en cajas, en féretros, narcotizados en sacos de arpillera o en bolsas de basura, como víctimas del tifus … Y, ya fuera, mediante papeles falsificados se entregaban a los niños en asilos, en conventos, a familias de acogida… proveyéndoles de una identidad nueva.
Una documentación cifrada, muy cuidada en papel de wáter, registraba con detalle la identidad de los niños salvados, que Irena los conservaba en envases de cristal para conservas, enterrados en un agujero junto a un árbol. Se vivieron momentos muy penosos. El 20 de octubre de 1943 Irena Sendler fue detenida por la Gestapo. «La Gestapo acordonó mi casa y yo pude lanzar todas las fichas a la mujer de contacto y así presentarme ante ellos abriéndoles la puerta. Se abalanzaron 11 hombres. Revisaron el piso durante tres largas horas, levantaron el suelo, rajaron las cajas. Durante todo el tiempo no miré ni a mi amiga ni a mi madre temiendo una posible  reacción no deseada por parte de ellas. Sabíamos que lo más importante eran las fichas. Cuando los hombres de la Gestapo ordenaron que me vistiera y que fuera con ellos me alegré, aun cuando pueda sonar a chanza, sabía que la lista no había caído en sus manos. Mi destino estaba en sus manos, pero los niños salvados».
Irena Sendler fue torturada en la cárcel de Pawiak, le quebraron brazos y piernas pero no delató ni traicionó a nadie. Se ordenó su fusilamiento, y de camino a su ejecución emprendió la huida porque «Zegota» consiguió sobornar a uno de los vigilantes. Fue salvada porque se sabía que sólo ella conocía los sitios secretos donde los niños estaban acogidos. Tras su liberación prosiguió con su actividad en «Zegota». Jamás habló de sus interrogatorios y trato de la Gestapo. Tras la guerra  dio toda la documentación al secretario de «Zegota», quien más tarde sería el presidente del Comité de los judíos polacos, Adolf Berman, quien llevó la lista a Israel, ayudando de esa manera a que muchos niños encontraran a sus parientes. Mediante esta lista se pudo saber el número de niños salvados, su identidad y sus datos personales. Los miembros del Comité rescataron a estos niños de sus familias acogentes y entregaron a sus familiares.
«Acordé con el presidente Berman que los niños de la custodia de los conventos, asilos o personas privadas fueran sacados con gran tacto y cuidado y tras meditada preparación. Para ellos constituía en su corta vida el tercer acto de una tragedia. El primero fue la separación de sus padres y hermanos y la pérdida de identidad. El segundo el ser sacados del sitio secreto de acogida, y el tercero cuando fueron rescatados de quienes les asistían y acogieron. Y porque yo entonces estaba ya de nuevo trabajando en la atención social de Varsovia, elegí a mi mejor colaboradora y rogué a Berman que entre su personal destinara a una persona, que yo sabía amaba a esos niños, porque este nuevo cambio en la vida de aquellos niños liberados fue muy arriesgado y doloroso y, en algunos casos, trágico».
Si hoy se le pregunta por qué hacía tales cosas, ella remite a su padre. Irena Sendler nació en Varsovia en 1910, era hija de un médico católico que «murió cuando ella tenía 7 años y guardó para siempre aquellas palabras paternas de que sólo hay hombres buenos y malos, de que la nacionalidad, la religión y la raza no tienen importancia. Lo importante es ser una persona con las personas». Y aquel lema de su padre quedó esculpido en el corazón de aquella niña: «Es siempre deber tuyo dar tu mano al necesitado».
«Yo en realidad tuve tres madres, una judía, a la que no conocí, una polaca con la que crecí, e Irena, a la que debo la vida», dice Elzbieta Ficowska, la actual presidenta de la Federación de “niños del holocausto” en Polonia, y muy amiga de Irena, a la que visitaba regularmente en el asilo y empujaba su silla de ruedas por los largos pasillos en conversación amigable. El que esté en sillas de ruedas no es por la edad, es por la tortura padecida. Alguien la delató en 1943 –se desconoce hasta el día su autor-.
Cuando el mundo fue recuperando un cierto orden una nube negra quedó sobre su vida. La polaca intentó llevar una vida normal, pero en su país durante muchos años fue considerada como apestada, como «salvadora de judíos»; sintió en sus venas el antisemitismo y desprecio de las gentes y los mandamases. Tras 1945 Sendler siguió trabajando en el departamento de ayuda social en Varsovia. Colaboró en la fundación de guarderías, asilos de ancianos, centros de día para niños. Se preocupó de los prostitutas jóvenes («gruzinki»), muy activas en las ruinas (gruzy) de Varsovia. Se la acusó de esconder a miembros del ejército patrio (Armia Krajowa), fue interrogada por los Servicios de seguridad comunista (UB). En 1949, tras uno de estos interrogatorios, tuvo un hijo prematuro y murió a las pocas semanas.
Se puede decir que su vida transcurrió envuelta en silencio, como tantas vidas lustrosas, hasta que en 1999 cuatro alumnas de Kansas toparon de bruces con Irena Sendler. Los medios se hicieron eco y así se conoció su historia. «Por favor, no hagáis de mí una heroína, que me perturbaría», les escribió a aquellas muchachas.  Antes, en 1965, Irena Sendler había sido galardonada por el Yad Vashem con el título “Justa entre los pueblos”. En 1983 fue a Jerusalén y plantó un cedro frente a la salida del pabellón de niños del museo Yad Vashem. Más tarde recibiría una carta del papa Juan Pablo II, luego obtendría la cruz de comendador de la orden «Polonia Restituta» en reconocimiento a los méritos por la conservación de la vida humana, y también el Premio «Jan Karski» por su coraje. Dos fueron las organizaciones que abogaron por la concesión de este premio: La Promoción de los niños del holocausto y la Federación mundial de los niños judíos, que escaparon al holocausto, a la que pertenecen los niños del gueto de Varsovia salvados por ella. En pro de su candidatura habló Norman Conart, el maestro de historia de Kansas, y sus cuatro alumnas, que escribieron aquella obra de teatro sobre Irena Sendler. En el 2003 recibió de manos del presidente Kwasniewski la mayor condecoración polaca, la «orden del águila blanca». En la entrega dijo ella: «Intento vivir humanamente, y cada niño judío salvado justifica mi propia vida.»
No anhelaba tener contacto con otras gentes fuera de sus amigos y familiares, excepción fue la periodista polaca e investigadora de teatro, Anna Mieszkowska, quien nos ha relatado su vida. Su libro apareció el 2004 en Polonia, y luego en Alemania, bajo el título “La madre de los niños del holocausto”. En el 2007 le propusieron para premio Nobel de la Paz pero éste se lo concedieron a Al Gore. Irena murió en el 2008 a los 98 años.
Esta historia, llena de vida y grandeza, no es pasado, también hoy hay gentes que tienden la mano a los que llegan en pateras, viven desnudos o son torturados en los campos de exterminio, creados por las guerras y los intereses de nuestros gobernantes, como otrora, sumisos y cobardes, trapos ante el poderoso y  terriblemente crueles para el indefenso. Y también hoy hay hombres buenos y malos, pero la grandeza de unos  no quita argumento para la maldición de otros.
Con su vida Irena nos ha descubierto también las sombras del S. XX, ha sacado a la luz el mal, el crimen, la indignidad; y, por otra parte, a los miles que salvó y a  todos los que la ayudaron y a quienes hoy la conocemos nos sirve de alimento en la esperanza, a veces difícil, y en la fe en las personas.
(Zegota fue una organización secreta, que en 1942 fue fundada por Zofia Kossak-Szczucka y Wanda Krahelska-Filipowicz. La organización fue dirigida por representantes de diversos partidos ilegales. Su función principal fue la ayuda a los judíos).

NAIZ