¿Tercera guerra mundial? ¡Ni con telescopio!

Quizás Estados Unidos no podrán evitar un mundo multipolar, pero no detectaremos una potencia militar comparable aunque escrutemos el horizonte con telescopio. China, que tendría problemas gravísimos si la globalización encallara, apenas construye su primer gran portaaviones. Mientras tanto, los estadounidenses surcan los océanos, por encima y por debajo de la superficie, patrullan el cielo y el espacio exterior, disponen de bases militares en todo el planeta y de una tecnología militar imbatible. Rusia, en cambio, ha perdido completamente su imperio y pretende resarcirse con una expansión que, al cabo de muchos esfuerzos y a un coste elevadísimo, tan sólo ha conseguido recuperar Crimea, ocupar el este de Ucrania y poco más. A cambio, la OTAN refuerza sus posiciones en el Báltico y al este. El riesgo de finlandización es inexistente. Más bien, si no deja de confiarse en la exportación de materias primas y cocinadas al industrializarse, Rusia podría convertirse en satélite chino.

China es un gigante, y lo será más. Rusia tiene complejo de gigante, pero es incapaz de sostener un pulso con Occidente. A pesar de que Putin lo haya duplicado en diez años, hoy el PIB ruso es la mitad del alemán, está por debajo de Italia o el Reino Unido y es diez veces -diez- inferior al estadounidense. ¡El primer productor de gas! ¡El país más grande del mundo! Si alguien no tiene suficiente con estos datos para desvanecer la visión de Rusia como potencia temible, puede tener en cuenta que, en el momento de estallar la crisis de Ucrania, Rusia, gran exportadora de armamento convencional, se proveía en el mercado europeo de las armas sofisticadas que es incapaz de diseñar y producir: Francia construía portahelicòpteros de última generación por encargo ruso; Italia, tanques; y Alemania entrenaba militares rusos en un centro de alta tecnología construido por los mismos alemanes ¡en territorio ruso! El peligro militar ruso es ínfimo, y si Occidente lo exagera, es para justificar incrementos del gasto militar.

No por ello Rusia deja de ser un problema, pero menos grave, mucho menos, de lo que se quiere hacer ver. Posee una alta capacidad militar convencional y, sobre todo, tiene ganas de servirse de ella para romper el círculo, o para hacerlo ver. Putin necesita intervenir en conflictos, o provocarlos directamente, para mantener su popularidad y tapar los problemas económicos. Por eso ha aprovechado la guerra de Siria, en punto muerto. Con una pequeña ayuda decanta el conflicto a favor del dictador Bashar el Asad. Tras la negativa euroamericana de intervenir en Siria, casi podemos dar por alcanzada la derrota de las tropas opositoras. Putin, con la colaboración de Erdogan y el beneplácito discreto de la OTAN, se propone devolver la estabilidad a Siria. Es lo que conviene a Europa y Estados Unidos.

La cuestión es que el califato terrorista sea derrotado. Poco importan los crímenes de guerra, el sufrimiento de los kurdos y la eliminación de la oposición democrática. A pesar del giro dictatorial de Erdogan, Turquía pertenece a la Alianza y no tiene intención de abandonarla, por lo que la influencia de Rusia en la zona será más bien escasa.

Salta a la vista que el ataque del dictador sirio sobre Alepo y el de las tropas iraquíes sobre Mosul, es una pinza contra el Daesh. Una vez culminadas las operaciones, si llegan a buen puerto, el terrorismo islamista dejará de disponer de un santuario. Si el conflicto se acaba así, ¿qué importancia geoestratégica tiene, más allá de la retórica, que Siria sea una dictadura o Erdogan elimine a la oposición en bloque? Los gobiernos occidentales que ahora levantan un dedo -el pequeño de la mano izquierda, y vale- son los mismos que, tras prometer apoyo a los demócratas rebeldes, se apresuró a devolver el poder a los militares egipcios. Después de animar las primaveras árabes, la ‘realpolitik’ occidental se reafirma en la conclusión del experimento francés en Argelia a principios de los 90: más vale dictador laico que poder a los islamistas. Rusia colabora.

Al contrario de lo que puede parecer, a pesar de las reticencias cruzadas, Rusia, Estados Unidos, y en menor medida Turquía y Europa ya han emprendido la pacificación de la región y el final, o al menos el arrinconamiento del Estado Islámico. Una coordinación de facto. Nada más lejos de una nueva Guerra Fría o del prólogo de una supuesta tercera guerra mundial.

EL TEMPS