Alain Touraine: «Felipe González ahora representa sólo a los grandes grupos de poder»

El insigne sociólogo francés afirma que «el poder, hoy, manipula simbólicamente y se convierte en total»

«Soy reacio a partidos como Podemos porque instrumentalizan la resistencia ética de la ciudadanía», afirma uno de los pensadores de referencia de la izquierda

Considera a España «un país de industrialización frustrada» que tiene pendiente de resolver aún sus «tensiones internas»

El sociólogo francés Alain Touraine (1925), uno de los grandes pensadores del siglo pasado y del actual, compañero del filósofo Zygmunt Bauman y amigo del diplomático Stéphane Hessel, que hizo un llamamiento a favor de los indignados, hace dos horas que responde a las preguntas de los periodistas rodeado de libros antiguos en un aula de la Universidad de Barcelona. Durante la mañana, el gran teórico de las sociedades postindustriales y los movimientos sociales ha dado una conferencia para las X Jornadas Encuentros Barcelona 2016, que construyen puentes entre Chile y la ciudad. Touraine está invitado porque su mujer era chilena y allí ha vivido muchos años.

Mientras le organizan la enésima entrevista, pregunta varias veces si ha llegado algún periodista de lo que él considera el gran diario progresista español, El País, donde escribió decenas de artículos. Pero no, no hay ninguno y, para rebajar su decepción, alguien le avisa que ese diario ya no es lo que era. Alain Touraine sonríe sentado en la silla y responde que quizás sí que las cosas cambian. Entonces recuerda a Felipe González en la década de los ochenta y noventa, cuando era presidente del gobierno. «Me parecía que era uno de los líderes más importantes e interesantes de Europa. Lo pensaba de verdad. Pero la última vez que lo vi fue en un acto en México no hace mucho. Iba acompañado de un multimillonario de la comunicación. Me pareció que ahora sólo representa a los grandes grupos de poder mundial», dice muy pertinentemente, ya que la intervención de González ha sido clave para que  el PSOE facilite la presidencia del gobierno a Rajoy. Luego, retoma el discurso y responde más preguntas.

 

– Como en el caso de Felipe González, usted alerta de que una nueva forma omnímoda de poder nos amenaza. ¿Cuáles son las mutaciones que el sistema industrial capitalista está experimentando en los últimos años?

– Cuando algunos teóricos afirmamos cincuenta años atrás que avanzábamos hacia una sociedad postindustrial, era fácil pensar que se trataba de una nueva fase, pero no lo era como creíamos. No hay ninguna diferencia sustancial entre una locomotora a vapor y un móvil o un ordenador. En realidad, cometimos un error de análisis y por eso ya no uso el término postindustrial. Estamos ante una mutación mucho más profunda, que tiene dos características fundamentales. Primera, que estas nuevas sociedades ya no son de producción, sino de comunicación. Segunda, que ya no son sociedades nacionales, sino globales.

 

– En su libro ‘El Fin de las sociedades’ usted afirma, incluso, que está desapareciendo lo social, que ya no significa nada. ¿A qué se refiere y por qué está desapareciendo?

– El pensamiento social y económico apareció con la industrialización a principios del S.XIX. Antes de eso, la gente sólo pensaba en términos jurídicos o políticos, ya fuera con monarquías absolutas o despotismos ilustrados. Fue a partir de la Revolución Industrial cuando empezamos a hablar de trabajo, de municipio, de intereses económicos, de ideologías. El movimiento social principal era el movimiento obrero. Hoy en día todavía vivimos, en parte, de todo aquello. Un ejemplo es el sistema de pensiones. Pero, a pesar de que los problemas sociales no han desaparecido, en cambio, las categorías de análisis que usábamos, las que hay que usar para tomar la voz, para actuar, para negociar, para gobernar, para escribir en un diario, ya no son sociales como lo eran en la era industrial.

 

– ¿Y, pues, como son? Si alguien quiere negociar, gobernar o tomar la voz, ¿cómo lo hará?

– Antes, el poder lo ostentaba el grupo que poseía capitales y bienes, el que controlaba el mundo objetivo de las actividades y las riquezas. Ahora no es así. El poder hoy significa la capacidad de transformar la visión del individuo en un sentido global, de crear actitudes, opiniones, decisiones, deseos, estilos de vida… Es evidente, además, que los grupos que tienen el poder no abandonarán el control de los bienes materiales y del poder administrativo. Así que el poder, hoy día, en el nuevo modelo globalizado, es un poder total.

 

– ¿Desde qué instituciones se construye este poder total?

– Desde todos los ámbitos de la experiencia humana: la escolar, la concepción del género, los medios de comunicación… Esto no es ninguna novedad. Lo nuevo, diría, es cómo las redes sociales se convierten en elementos de manipulación de los símbolos, de individuo a individuo. Es evidente que no son horizontales ni progresistas, en el sentido de que no dan las mismas posibilidades de expresión para todos. Fomentan un tipo de individualismo que hace que lo colectivo desaparezca. La gente en Facebook o Twitter piensa que se mueve por intereses individuales, con una visión muy antigua y primitiva de liberalismo económico, pero es evidente que no es así, que sigue las corrientes orientadas por la gente que tiene influencia en el mundo.

 

– ¿Quién tiene influencia en el mundo globalizado? ¿Quién ostenta este poder total?

– Hay muy pocas sociedades que lo tengan. Los grupos que tienen esta capacidad son los que pueden transformar el mundo subjetivo. Brasil, India o Rusia, por ejemplo, no tienen una influencia fuerte sobre el resto. La vida está dominada por los ‘neocons’, por el país del ‘American dream’, que se transformó en un país de orientación imperialista con la invasión de Irak. Una sociedad pequeña, pero, si ostenta un poder económico, político, social y cultural, puede ser, a pesar de su debilidad, importante mundialmente. El Estado Islámico consigue que el mundo entero esté directamente preocupado. También está el caso del las sociedades que son dependientes del poder mundial y al mismo tiempo sufren problemas internos. La mejor definición de este tipo son los países de Latinoamérica.

 

– Y, en todo este contexto, ¿España dónde se encuentra?

– Yo diría que el caso español es un poco diferente. Por un lado, es un país de industrialización frustrada. A pesar del empeño y la alegría con que quisieron modernizarse tras la muerte de Franco, y quizás un poco antes, han construido un modelo económico basado en el turismo y la construcción. Así que la crisis financiera de 2008 provocó una catástrofe. En este sentido, se parece más a lo que sucedió en Estados Unidos o Inglaterra que a lo que ha sucedido en Francia o Italia. Por otra parte, no fue nunca un Estado nacional, sino un imperio en un sentido romántico, con una herencia arcaizante. Así que hoy se encuentra dentro de un mundo moderno, pero no ha resuelto sus tensiones internas. Sin embargo, los españoles no sienten nostalgia del pasado, porque saben que fue un fracaso, a la inversa de los franceses, a los que les pesa demasiado haber inventado la República, el Estado-nación laico. Por ello, los españoles son más activos y tienen una valentía y una iniciativa increíbles. En cambio, los franceses, como los americanos, son los que más preparados están para caer en picado.

 

– Pero no todos dentro de estas sociedades tienen aspiraciones globales, ¿no?

– En los países de la Europa occidental, en Estados Unidos o Canadá, la globalización se ha dado de forma parcial. Las grandes urbes metropolitanas son las que participan en las redes mundiales; el resto es periferia. Y, como todos sabemos, la población de la periferia tiene como objetivo, no participar del mundo, sino construir la soberanía nacional. Lo más horroroso y ridículo de todos estos casos es Donald Trump, y en la misma familia está Marine Le Pen o Beppe Grillo, con el  Movimento 5 Stelle. Los partidarios del Brexit fueron los obreros del norte, de las regiones periféricas, mientras que la  City, Londres, votó quedarse en la Unión Europea.

 

– ¿Cómo se resiste ante un poder total?

– Si el adversario es económico, político, social y cultural, ¿podemos resistir sólo con motivos económicos o sociales? No. Se ha de resistir con argumentos globales, con argumentos éticos. Y no hablo de ética en un sentido moral, sino de derechos humanos, de la dignidad del ser humano. Puede que estos movimientos sean débiles, porque una cosa ética no es política, no está organizada, no es instrumental, pero, en cambio, sí son fundamentales. En este sentido, algunos movimientos, como el 15-M en España, han tenido un impacto limitado porque han sido instrumentalizados. Por eso soy reticente ante partidos como Podemos. Los movimientos de resistencia ética hoy deben ser económicos, políticos, sociales y culturales. El movimiento feminista lo es. Hay una tendencia a la globalización tanto de los sistemas de poder como los sistemas de oposición.

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