SHLOMO BEN-AMI: “El acuerdo de paz con las FARC está en el limbo; se corre un riesgo”

Shlomo Ben-Ami* tiene fama de político frío y pragmático pero es cercano y analítico. Su talante negociador ha sido clave en el proceso de paz de Colombia. Se emociona con la capacidad de perdón de las víctimas y se enorgullece del acuerdo que califica de muy equilibrado. Las nuevas exigencias de Álvaro Uribe le incomodan porque considera que libra una lucha de poder.

 

¿La paz se ha convertido en un instrumento político?

Sí, se trata de un debate sobre poder y la estrategia del ‘no’ se ha convertido en un tema electoralista. El debate no ha sido sobre la paz. Como ocurrió con el Brexit en el seno del Partido Conservador británico. Cuando los años pasen y Colombia viva en paz y haya prosperidad, el hecho de que si un guerrillero fue o no a prisión no tendrá importancia.

 

El acuerdo requiere premura.

Nunca he visto nada parecido, que después de haber firmado en presencia de la comunidad internacional, tras cuatro años de negociación en la que cada capítulo tardó siete u ocho meses en acordarse ahora Uribe exija. Entiendo sus exigencias, son legítimas, pero una vez cerrado el acuerdo aparece, lo cambia y cree que las FARC lo van a aceptar.

 

¿Son asumibles las nuevas propuestas?

Uribe está introduciendo propuestas más agresivas: que haya pena de cárcel, que haya alivio judicial, que el tribunal de justicia transicional sea disuelto, un retoque en la reforma rural en defensa de las extensiones agrario industriales más grandes… Imagino que para él tendrá un sentido, pero como observador está claro que es una lucha de poder. Se pueden incluir retoques pero dar la vuelta a las cuestiones centrales no es ni realista, ni asumible. Si lo hicieran posiblemente conseguirían el Nobel de Física. El consenso, con frecuencia, es el enemigo de la decisión. Es el enemigo del liderazgo porque tu consenso interno no vincula al otro cuando te sientas a negociar con él.

 

Es un acuerdo muy complicado, cedieron y hubo consenso.

Un acuerdo requiere un equilibrio muy delicado. El que se firmó en Cartagena lo tenía. Era complejo, 300 páginas que hablaban de género, de reforma agraria, de desmovilización, de no repetición. Si las FARC aceptasen cualquier modificación sería a cambio de algo y se entraría en una dinámica de nunca acabar. La cuadratura del círculo está entre las exigencias que ahora plantea Uribe y que la guerrilla las acepte.

 

El diálogo promete ser largo.

Va a a ser muy complicado y tomará no sólo lo que queda de la presidencia de Juan Manuel Santos, también la del que venga después. Es un acuerdo muy complejo y para que sea asumido ha de ser, por naturaleza, imperfecto. No existe el acuerdo perfecto, la imperfección relativa es la que lo convierte en acuerdo. En política todo depende de si estás o no en el Gobierno. Cuando el primer ministro israelí Ariel Sharon desmanteló los asentamientos de la franja de Gaza le preguntaron por qué lo hacía. Respondió: “Lo que se ve desde aquí, no se ve desde allí”. Los que hoy respaldan el no al acuerdo en Colombia fueron los que en su día estuvieron a favor de la impunidad del M-19. Lo dice el Eclesiastés: “No hay nada nuevo bajo el sol”.

 

¿El no hizo campaña electoral en favor de Uribe o hubo voto de protesta?

Quizá la clave del no es convertirlo en una estrategia electoralista. ¿Cree que todos los que votaron ‘no’ están a favor de las condiciones que plantea Uribe? A veces el no se da bajo influencia de cosas ajenas a lo pactado. El votante expresa cuestiones personales: no me gusta el presidente, no construyeron la carretera que prometieron, el colegio de mi hijo no está en condiciones…

 

¿Por qué Santos sometió el acuerdo a referéndum? No era necesario…

Fue una decisión que tomó, lo había prometido y no quiso dar marcha atrás. Fue leal a su promesa y salió como salió. Hubo casi un empate, con circunstancias adversas como el huracán. Los gobernadores locales pidieron extender la votación pero no lo aceptaron, así que hay mucho de accidente en el referéndum. Otra parte triste es que las zonas más afectadas por el conflicto son las que votaron sí. Quizá en el futuro se pueda aceptar dar un valor distinto a los votos, dar más peso al voto de los más afectados.

 

¿Los más afectados son los más indulgentes?

Sí. Uno descubre que los más indulgentes con los guerrilleros son las víctimas. La democracia directa es una falacia. Se presta a mentiras. Mire lo que pasó con el Brexit, contaron mentiras y Google detectó que tras el referéndum hubo millones de entradas para saber qué es la UE. Muchos votaron sin saber qué votaban. Churchill dijo: “El mejor argumento contra la democracia es una conversación con el votante de a pie”. La democracia directa no sirve como instrumento de trabajo en democracia.

 

¿En los países totalitarios los referéndums sí funcionan, pero en una democracia traicionan?

Los dictadores son los que dominan muy bien la democracia directa. Stalin y Hitler, por ejemplo. También los líderes árabes, que ganan los referéndums por el 90-95%. Preguntar a todo un país sobre un documento de 300 páginas siempre es arriesgado. Le pasó a Charles de Gaulle, quien decidió: “Si tengo que traicionar al país o al electorado prefiero traicionar al electorado”. Los que han hecho cosas importantes para su país ha sido traicionando al electorado. Nixon, cuando se reconcilió con China. También lo hizo Isaac Rabin, lo hizo Sharon, lo hizo Sadat con la paz entre Egipto e Israel. Nadie va por la calle pidiendo el voto para un acuerdo en el que la guerrilla no va a ir a la cárcel. En todo caso dirá que va a hacer todo lo posible para conseguir la paz y llegas donde puedes.

 

Que la paz pase por penas de cárcel para una guerrilla en activo, ¿es un reto imposible?

No existe un precedente en el que una guerrilla que no ha sido derrotada, que aún anda suelta por la selva, armada y causando daño, firme un acuerdo de paz y entregue sus manos esposadas para ir a la cárcel. No existe. Aquí no hay rendición sin condiciones, hay un acuerdo de paz. En Nuremberg, donde nació el término justicia transicional, ocurrió, allí los cabecillas de Hitler estaban en manos de los aliados y la paz con Alemania estaba basada en la rendición sin condiciones.

 

Si se tensa el acuerdo se corre un riesgo: ¿puede quebrarse?

De momento hay muy buena voluntad por ambas partes, Gobierno y guerrilla. Continúa el alto el fuego. Sin embargo, hay una situación de limbo que no es bueno que persista. Cuando se negoció con las FARC había una unidad de mando. Si la guerrilla pierde esa estructura y se desvertebra…

 

Existe un gran apoyo internacional a la paz.

Así es, hay un gran respaldo y el Nobel de la Paz está justificado. Los americanos están haciendo una gran labor. Tienen un enviado especial, el diplomático John Kerry, que habló con Uribe, pero al final es un tema interno colombiano. No va a ser fácil. Es un acuerdo histórico. No hay que caer en otra falacia de que la paz tiene que ser la paz de todos. No todo el mundo puede estar en consenso. Intentar llegar a un acuerdo con un enemigo a través de un consenso interno es muy difícil, a veces imposible.

 

¿La paz no es motivo de unión?

La paz divide, la guerra une. El líder en tiempos de guerra tiene una nación unida pero al sentarse a negociar la paz hay que pagar un precio y empiezan las discrepancias. Mire, el primer ministro de Israel, Beniamin Netanyahu, dice que quiere la paz y pretende quedarse con los asentamientos, con el ejército israelí en el valle del Jordán y no devolver los altos del Golán. ¿Eso es querer la paz?

Santos tenía claro su objetivo.

Sí, quería el fin de la guerra. No le tembló el pulso por la paz. Ahí está el acuerdo que se firmó y que promete una paz después de medio siglo de conflicto. Los flecos que pueda tener se diluirán a lo largo de los años en un país que tiene gran potencial y puede llegar a ser una de las revelaciones del siglo XXI.

* POLÍTICO Y DIPLOMÁTICO

LA VANGUARDIA