El ciclo de la rabia

Una de las cosas que he tratado de contar en mis libros es que, en las épocas de crisis, las instituciones utilizan el malestar de la población para sostenerse y si es posible rematar a los adversarios que las quieren reformar o derrocar. Otro fenómeno que trato de describir es cómo la cultura va ganando terreno a la violencia como fundamento del poder y la riqueza, sobretodo en Occidente, donde la guerra está mal vista. Un amigo me acaba de mandar el PDF de un ensayo publicado en 2004 que parte de estos dos temas para describir los orígenes de la oleada reaccionaria que estamos sufriendo.

El libro, que se titula ‘Whats the matter with Kansas?’, cuenta cómo la derecha americana empezó a utilizar los valores ultraconservadores de las zonas más desfavorecidas de los Estados Unidos para usurpar la hegemonía de la globalización a los valores progresistas y preservar, así, a costa de los pobres, las políticas económicas de los felices años 90. El autor, Thomas Frank, se pregunta cómo puede ser que las poblaciones pobres a menudo regalen sus votos a líderes que garantizan su explotación. El libro es un poco histérico y repetitivo, pero acierta cuando concluye que la energía electoral que se obtiene de la explotación de la rabia a la larga desertiza la política y agrava la situación de los sectores que tenía que salvar.

Leyendo el ensayo de Frank y viendo el panorama que tenemos, es difícil no pensar en el PP que perdió el gobierno en el 2004, después de los atentados del 11-M. Siguiendo el esquema del ensayista norteamericano, la aparición de Podemos y la crisis del PSOE serían resultados de la política de estigmatización del progresismo complaciente y urbanita que se produjo durante la época de Zapatero. La aristocracia socialista empezó a morir bajo las invectivas del PP y sus manifestaciones estrafalarias contra la legalización de los matrimonios gais, el aborto, el Estatuto de Catalunya o las negociaciones con ETA. La imagen de Rajoy haciendo campaña entre campos de alcachofas, o jurando el cargo con una mano sobre la Biblia, se podría leer como el resultado de una guerra cultural, todavía en curso, que ha ido socavando las bases progresistas de la globalización en todo el mundo occidental.

Como ya explicaba Frank en 2004, la contrarreforma actual parte de la creación de un clima político guerracivilista, de un columnismo conservador de estética antigubernamental, y de la movilización de sectores fuertemente comprometidos con valores y formas de vida en retroceso. La exaltación de una retórica de emergencia nacional, que reclama la adhesión de los patriotas ante una amenaza interna o extranjera, sería otro rasgo de esta derecha que se sirve de los valores tradicionales de los sectores sociales menos dinámicos para asaltar el poder. El declive de la hegemonía occidental ha reducido mucho el margen de maniobra a los gobiernos, sobre todo en el ámbito económico. Y como los partidos tienen que discutir por algo, la cultura y los valores morales se han convertido en un campo de batalla.

No es casualidad que la España de Rajoy se haya acabado sosteniendo en la Andalucía socialista, que es la base cultural de la España nacional. El fenómeno de Pedro Sánchez o de Gabriel Rufián, o de la CUP, nos indican que el debate político cada vez se centrará menos en los programas y más en la dureza, la radicalidad, y la apariencia de autenticidad, de los valores que se predican. El PP fue pionero en la utilización de valores fuertes para encender la rabia del electorado y desgastar a los adversarios políticos. Como el centro de gravedad de la globalización se ha desplazado a la derecha, eso ha favorecido al partido de Rajoy. Pero hace mucha gracia cuando te das cuenta de que las estrategias subversivas de Podemos en buena medida son herederas del PP. La indignación y la dureza, cuando no mandas, siempre parecen más auténticas. El problema es el legado que dejan.

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