El riesgo de una victoria pírrica

Beirut

El destino de las ciudades del Levante árabe, primero Beirut, más tarde Bagdad, después Alepo y Mosul, metrópolis de una gran civilización, es estremecedor. Una tras otra son pasto de tenebrosas guerras, de odios religiosos, étnicos, de batallas campales abiertas a toda suerte de maquinaciones internacionales. En muchos sentidos “las guerras de los otros”, como escribió Gasan Tueni , político e intelectual libanés, director del gran diario An Nahar, al tratar de la contienda de su país que duró quince años. Una de sus peculiaridades es que en sus intrincados campos de batalla más que ejércitos regulares, o por lo menos al lado de los ejércitos regulares, combaten milicias de toda calaña. Estos pueblos en los que ha fracasado violentamente el Estado-nación, exportación política de los colonizadores occidentales erigido sobre una sociedad muy heterogénea, se han convertido en caóticos territorios de matanzas y de éxodos.

Mosul soporta el yugo del Estado Islámico desde el verano del 2014 y es sede de su califato. Su establecimiento sobre una base territorial entre Irak y Siria le ha dado un prestigio y una influencia propagandística que nunca consiguió Al Qaeda, porque por vez primera en la historia contemporánea del Oriente Medio se constituía un poder no solo religioso sino temporal, territorial, un proyecto embrionario de una organización jurídico-política radical que quiere destruir a los estados constituidos como Siria e Irak.

Mosul antes de ser del EI fue el último bastión de los seguidores del rais Sadam Hussein, derrotado en el 2003 por el ejército estadounidense, y más tarde plaza fuerte de Al Qaeda. En las orillas del Tigris, habitada por una mayoría de musulmanes suníes, alberga a kurdos, turcomanos, chiíes, cristianos de raíz milenaria. Al imaginar en qué se puede convertir la batalla de Mosul cuando se traben las luchas en las calles entre yihadistas y tropas gubernamentales, y en la catástrofe humanitaria provocada, brota un profundo sentimiento de impotencia como si todo fuese irremediable.

En estas guerras urbanas de los pueblos del Levante a menudo no se cumplen los acontecimientos esperados. En Bagdad, por ejemplo, no tuvo lugar la “madre de las batallas” anunciada por Sadam Hussein porque su ejército había sido destruido antes de la invasión de la capital. En Mosul los yihadistas están dispuestos a luchar hasta la muerte. Pero sea cual fuese su resistencia Mosul será conquistada, aunque quizá a costa de una victoria pírrica. Su toma quizá sea irrelevante si el gobierno de Bagdad no es capaz de administrar una población tan frustrada. Para evitar provocaciones el primer ministro, Haidar Abadi, ha insistido que sólo penetrarían en la ciudad “el ejército y la policía iraquíes”, descartando a otras fuerzas. En la anterior liberación de Faluya sus habitantes suníes sufrieron vejaciones de los guerrilleros chiíes. El EI no hubiese adquirido esta fuerza y poder si la frustración de la población suní, desde la caída de Sadam Hussein, no hubiese sido tan profunda. Si la suerte de Mosul parece echada no está claro cuál será su futuro. Todos los participantes en la batalla tienen sus intereses en la ciudad, en sus yacimientos de petróleo. En Mosul está en juego el futuro de la antigua Mesopotamia.

LA VANGUARDIA