¡Es la humillación, estúpidos!

1. Todavía estaba caliente el cadáver de los pronósticos electorales favorables a Hillary Clinton cuando los mismos que le habían hecho de altavoz ya contaban de qué se habían muerto. ¡Corremos mucho para tapar los propios errores! Estas elecciones pedirán mucho estudio sin prisas ni prejuicios, con nuevos datos y revisando las anteriores. Por eso todo lo que ahora diga no deja de ser un punto de vista provisional, pendiente de revisión.

2. Aun no siendo un entusiasta de las encuestas, estoy quemado con eso de decir que «fallan». Los expertos saben qué es el voto escondido -consecuencia de la famosa «espiral del silencio»-, especialmente cuando hay una presión asfixiante para crear una opinión pública al margen de los sentimientos de la gente. Y saben que hay mucho voto que se decide a última hora, y sabemos que favoreció a Trump.

3. En cambio, quien sí veía venir los resultados eran las redes sociales. Josep Maria Ganyet lo explicaba muy bien en un artículo reciente. Todavía nos fiamos demasiado de las respuestas conscientes y demasiado poco de las decisiones tomadas sin conciencia clara, pero que nos definen mucho mejor que lo que decimos -y que pensamos- que pensamos. Por cierto, a los analistas que lo pronosticaban nadie les hizo caso: no encajaban con nuestros deseos.

4. Es obvio que Hillary no estuvo atenta a la frase de Bill: «¡Es la economía, estúpidos!». Algunos primeros análisis muestran que Trump ha ganado allí donde el paro se reduce más lentamente y donde los puestos de trabajo existentes están más amenazados por la robotización y la deslocalización. Gusta más especular con los aspectos ideológicos -la xenofobia, el machismo, el racismo…- Pero como ha explicado Carles Boix en el ARA, en muy buena parte ¡ha sido la economía, estúpidos!

5. Tengo amigos estadounidenses que piensan que Bernie Sanders podía haber logrado mejores resultados que Clinton. ¿Por qué? Porque el voto ha tenido un factor antiestablishment muy importante. Si fuera así, tengamos cuidado en calificar según cómo la sociedad norteamericana. No se puede decir que Sanders habría ganado y al tiempo estigmatizar a toda una sociedad tan profundamente democrática como -es cierto- decepcionada.

6. Las elecciones se ganan por los deméritos de quien las pierde. Nosotros sabemos mucho de eso. Y este podría ser el caso. Aquí en Stanford, en un entorno profundamente progresista, no he llegado a conocer a nadie, pero nadie nadie, que me haya hablado bien de Hillary Clinton.

7. Algunas encuestas dicen que sólo un tercio de los votantes de Trump pensaban que podía ser un buen presidente. Y entonces, ¿por qué le votaron? Buena pregunta. Yo también me la hice en Cataluña en las últimas elecciones con algunas decisiones de voto tomadas en contra de los intereses objetivos del elector. Y no soy más preciso para no recibir ningún trompazo.

8. En un país donde el ciudadano sabe exactamente qué impuestos paga, a qué administración y qué se hace con ellos, asusta mucho el peso de la deuda pública sobre las futuras generaciones. Este es el gran reproche que se hace a Obama. Y, por extensión, al programa de Clinton. Quizás Trump no lo logrará, y lo pagará caro. Pero algunas encuestas dicen que mucha gente ha preferido asumir el riesgo de soluciones rápidas antes que insistir en las mismas soluciones lentas… y con resultados escasos.

9. Aun a riesgo de ser malinterpretado, creo que muchos estadounidenses han pensado: «Trump no nos gusta, pero es como nosotros, mientras que Clinton nos quiere gustar, pero es una de ellos, de quien nunca te puedes fiar».

10. Y atención a los análisis racistas en contra de los blancos empobrecidos en un país que se ha hecho mayor con la inmigración. Primero, porque incluso los blancos saben que son antiguos inmigrantes. Segundo, porque los más reactivos a los nuevos inmigrantes suelen ser los penúltimos inmigrantes. Y tercero, porque la humillación es un factor que suele explicar grandes cambios. Sí: ¡también ha sido la humillación, estúpidos!

ARA