Lo que Trump nos regala

El inesperado triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América está abriendo debates de gran interés general. Es lamentable pensar que de haber ganado Hillary Clinton no se hubiesen producido en absoluto. Al fin y al cabo, el resultado en votos populares fue tan ajustado que lo que ahora se discute valía tanto para el triunfo del uno como de la otra. Pero la victoria de Clinton no habría incomodado al statu quo político y mediático. En cambio, la irritación por el triunfo de Trump, enfrentado con la clase política de Washington y con los medios de comunicación hegemónicos –ambos tan promiscuamente vinculados–, ha encendido todas las alarmas. No sé si a Trump se le podrá agradecer otra cosa, pero sí estos debates que, en cualquier caso, eran necesarios.

Me refiero, principalmente, al papel que tienen los medios de comunicación en los resultados de unas elecciones, y muy específicamente al de las redes sociales. Particularmente a Facebook, a la que se quiere echar el muerto de una victoria no deseada por buena parte de la intelectualidad de aquel país. No es fácil sistematizar un debate que no ha hecho más que empezar, pero voy a mencionar algunos de sus elementos. En primer lugar, inquieta la derrota de una candidata “muy preparada” y de larga trayectoria en la administración pública por un personaje de expresión llana y sencilla, a menudo vulgar, estrenado en el lenguaje televisivo popular. Es obvio que Clinton también ha tenido una gran presencia mediática, pero la cuestión es si ha sido el dominio del lenguaje televisivo lo que ha ayudado a Trump a crear un personaje próximo gracias a la percepción de proximidad y confianza que proporciona el medio.

En segundo lugar, sorprende que ser hábil en el lenguaje más idóneo para las lógicas comunicativas haya llevado precisamente a Donald Trump a estar abiertamente enfrentado con el mundo periodístico. Visto de cerca –llevo viviendo en Estados Unidos desde el mes de septiembre– la campaña de salvación nacional a favor de Clinton y contra Trump, liderada por The New York Times, ha sido brutal. La apelación a la responsabilidad patriótica del periodista para que se abandonaran posiciones pretendidamente neutrales fue constante. Incluso creo que el exceso de presión contra Trump provocó lo contrario de lo que se pretendía. Pero ¿hasta qué punto han sido los medios de comunicación los que lo han hecho presidente?

Una atención especial merece la discusión sobre el papel de las redes sociales. También aquí se vive una gran consternación. En 2008, algunos celebramos que, gracias a las redes, Barack Obama hubiera podido romper las lógicas internas del Partido Demócrata que quería que Clinton ganara las primarias. Y, más aún, que después hicieran posible la victoria de un presidente intelectualmente tan presentable. Pero ahora, por el contrario, se acusa a las redes de convertirse en los portadores de falsas noticias en contra de Hillary Clinton. Sea poco o muy cierto, se calcula que Facebook es la portada informativa diaria de mil millones de personas que estarían indefensas ante la circulación de rumores, medias verdades y noticias maliciosas.

¿Hasta qué punto Twitter o Facebook pueden ser considerados no tan sólo plataformas de relación social –las nuevas tabernas globales– sino medios de comunicación con responsabilidades editoriales? ¿Quién puede distinguir con claridad la verdad o la falsedad de lo que circula en las redes? Facebook tenía en el año 2010 doscientas personas trabajando en el control de mensajes “inadecuados”. Ahora tiene varios millares en todo el mundo que podrían estar revisando casi tres mil mensajes por persona y día. Un trabajo difícil de automatizar en algoritmos para que una máquina pudiera entender el sentido y el contexto de lo que se ha escrito. Por el momento, las redes sociales ya se han convertido en el mayor censor de la historia –del lenguaje considerado ofensivo, del que incita al odio o a la violencia– y ahora hay quien les pide, también, actitudes editorialmente responsables. Mark Zuckerberg se ha defendido de los ataques, pero se dice que a raíz de estos la empresa está viviendo una gran tensión interna.

Y, sin poder abordarlos todos, también se ha abierto otro debate apasionante. Es un hecho que los medios de comunicación, en Estados Unidos y en todas partes, han asumido un extremo compromiso –y complacencia– en la denuncia de las desgracias humanas y sus padecimientos, de la debilidad y la impotencia de los gobiernos y los políticos o de la maldad intrínseca al sistema económico. Sin embargo, ¿hasta qué punto esta voluntad de denuncia, incapaz de prestar atención a nada de lo que funciona bien y que mejora cada día con el esfuerzo individual, de los gobiernos, de las organizaciones, de las empresas o de la ciencia, no es responsable de fomentar un grado de desconfianza tal que, fácilmente, se convierte en cinismo? ¿Y no sería este cinismo lo que, finalmente, favorecería a los candidatos demagogos y pretendidamente situados fuera del sistema?

LA VANGUARDIA