La nueva contrarreforma

Acabamos de celebrar los 500 años de la reforma luterana. El 31 de octubre de 1517, Martín Lutero clavó sus noventa y cinco tesis contra la venta de indulgencias en la puerta de la iglesia de Wittenberg, que rápidamente se difundieron: fue el primer éxito de la imprenta, una revolución comparable a lo que hoy día es internet y las redes sociales. La alianza entre ideas nuevas y nueva tecnología suscitó una fuerte reacción antiprotestante. Lutero dio pie a una respuesta defensiva de la Iglesia, que contraatacó con todas las armas a su alcance, naturalmente también con la imprenta y con nuevas ideas. Fue la Contrarreforma: un rearme ideológico y práctico en toda regla, con nueva doctrina y la Inquisición como brazo policial.

Todo esto lo cuento porque me parece que volvemos a estar inmersos en una especie de renovado combate contrarreformista. Vamos a tientas de un extremo de protesta a otro reaccionario. El orden corrupto que hace cinco siglos encarnaba la Iglesia, un orden teopolítico al que le hacían el juego -y al mismo tiempo a veces le eran contrapoderes- las grandes y pequeñas monarquías, hoy lo representa el capitalismo financiero como invisible marco supraideológico, respaldado por un coro de instituciones estatales -hasta no hace tanto con la socialdemocracia como factor atenuant- y globales, en un tablero geopolítico cada vez más multipolar. En las últimas décadas, sucesivos movimientos populares e ideológicos han intentado desde Occidente luchar contra esa hegemonía, con éxitos relativos y parciales: el ecologismo, el altermundismo, los indignados… Y naturalmente han producido respuestas reactivas: primero el neoliberalismo de Thatcher y Reagan, y ahora el llamado populismo, que está dando pie a las democracias autoritarias.

El experimento Trump en EEUU será clave para ver hasta dónde llega esta nueva contrarreforma. Da miedo. En el este de Europa ya tenemos a Putin y Orbán actuando con descaro, y en Francia, la amenaza latente de Le Pen. Hace cuatro días parecía una broma pensar en un mundo comandado por Trump y Putin. También parecía imposible que los británicos tuvieran la osadía antihistórica de deshacer su alianza con Europa. Todo esto son signos de reacción, de freno, de marcha atrás. De cierre de filas, de debilitamiento del proyecto de una democracia supraestatal con grandes acuerdos globales para el comercio, el clima, las finanzas, la seguridad… Si esta dinámica hacia la cooperación en la perspectiva de un gobierno mundial democrático se rompe -y se está resquebrajando-, sólo quedará el capitalismo financiero campando impunemente, y la fragmentación de poderes estatales tocados (y ya veremos si hundidos) por el populismo. Al protestantismo político actual, con todas sus contradicciones -a veces también con tics populistes-, allí donde ha conseguido asomarse encarnado por líderes como Sanders, Corbin o Iglesias, no le salen los números. Y entre la continuidad reformista (Clinton, por ejemplo) y la contrarreforma llamativa, está triunfando esta segunda.

El caso español es peculiar. ‘Spain (siempre) is different’. En buena parte por culpa de Cataluña, que sirve como excusa para camuflar vergüenzas. Rajoy no practica un populismo autoritario moderno, sino el viejo conservadurismo paternalista, caciquil y ultrapatriótico consistente en evitar cualquier reforma que trastorne el orden establecido, en mantener el poder a toda costa y con toda la casta. Capitalismo de cortijo e Inquisición contra la secesión y la disidencia. Al ser un híbrido, en la escena internacional todos el toleran. ¿Y Cataluña? Pues aquí, divididos entre reformistas y protestantes -el contrarreformismo es minoritario entre nosotros-, la mitad queremos hacer la independencia y la otra mitad mira a la España de Rajoy y a la gestora del PSOE… y calladamente se desespera.

ARA