La sombra de Kafka

Reiner Stach, acaba de presentar la edición en español de su biografía de Franz Kafka, el escritor, la figura más influyente del siglo XX, y que va más allá de la literatura. Una edición monumental que Acantilado ha hecho en dos volúmenes, y que rompe el estereotipo de un personaje introvertido y atormentado. ¿Cómo puede ser que alguien que fuera así, aparentemente no interesado por el mundo exterior, sea el fundador de la modernidad literaria del siglo XX? De hecho Stach en las cerca de 3000 páginas que ha escrito durante una veintena de años nos dice que «de una conciencia en la que todo lo hacía pensar, surge una conciencia que hizo pensar a todos».

Lejos del tópico ahora sabemos que Kafka era un adelantado a su tiempo en ciertos aspectos de vida cotidiana: cuidaba su alimentación, hacía deporte y le encantaba pasear. Esto puede ser por el grueso de los aspectos anecdóticos (también podemos añadir que su padre, que tenía una tienda de complementos en Praga, compraba habanos en la calle del Carmen de Barcelona), pero Kafka fue un visionario, uno de los primeros en prever y describir la violencia anónima del siglo XX, y de ahí su «impacto arrollador». Kafka fue testigo, y le afectó de qué manera, de la Gran Guerra, y en otra ámbito: el laboral, de la devastación de una violencia tecnificada.

Ahora hablamos mucho de las nuevas tecnologías y del vuelco que suponen en muchos aspectos. Pero también la hubo hacia comienzos del siglo XX. Una violencia completamente despersonalizada, una alianza mortífera con la administración, y que acabó estallando en agosto de 1914. No hay guerra mundial, nos dice Stach, sin máquinas de escribir, archivadores, ficheros, sellos. Kafka imaginó el infierno que una década y media después de su muerte, caería sobre su entorno de amigos y familiares judíos.

A través de su trabajo Kafka ya probó la burocracia y las formas abstractas del poder, primero inofensivas, pero que ya vemos a dónde llegado: Nuevas formas de poder, de poder anónimo, sin responsabilidad, y eso ya lo describió en ‘El proceso’ y en ‘El castillo’. Y eso dice Reiner Stach: «No son pesadillas privadas, sino que salen de la experiencia propia».

Kafka era un experto en el poder. Su obra es precisa y actual, tanto que asusta. Habla de las formas de supervisión, de cómo el poder entra en la vida privada y de cómo hemos perdido intimidad. Siempre vigilados, antes con ojos, ahora con cámaras o con el rastro digital que dejamos con infinidad de pistas.

Un Kafka profético. Aunque posiblemente no podía prever una globalización, y ahora una globalización de los populismos, sí Stach nos hace notar que la globalización es una forma de abstracción. La gente tiene la «impresión de que hay unas instancias que deciden sobre ellos, pero que están tan alejadas que igualmente no llegarán». En cierto modo en ‘El proceso’, Kafka ya sitúa unas instancias muy alejadas, y ni siquiera a través de ruegos o súplicas se puede dirigir a ellas. Y de ahí a los populismos que hacen el discurso que las decisiones las toman «comisiones de burócratas» sobre los que es fácil descargar la rabia. Kafka en su trabajo en la aseguradora tenía que tratar con personas, heridas de guerra, sobre las que una «comisión anónima» acababa decidiendo si tenían derecho a percibir una pensión o tratamiento sanitario.

Poder en definitiva. La visión de un escritor que ha acabado generando su adjetivo, como Dante generó dantesco, o Maquiavelo, maquiavélico, Kafka, kafkiano, cuyo detalle se nos hace angustioso y surrealista. Una tarea gigantesca la que ahora presenta Reiner Stach, un verdadero cazador de sombras. Aunque un trozo de hilo y una hoja de afeitar se puedan proyectar durante unos segundos como la misma sombra.

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