Conciencia y dignidad nacional

Hace unos meses, antes de su malogrado falleciumiento, mi referente y amigo Jordi Carbonell me comentaba en la iglesia de San Agustín (iglesia en que se fundó la Asamblea de Cataluña) que todos teníamos un problema: «La falta de voluntad y firmeza necesaria para conseguir nacionalizar el país». Coincidimos, ambos, que ésto es fruto de los complejos y las incompetencias que hemos sufrido en las escuelas, en las universidades y, peor aún, en la escuela de la Administración Pública y en el Instituto de la Seguridad Pública de Cataluña. Y es que somos un país con complejo de inferioridad donde a menudo se considera que la formación de la conciencia nacional es algo poco progresista e innecesario.

Precisamente EN RELACIÓN CON todo ello, Héctor López Bofill escribía un excelente artículo «Nacionalizar Cataluña» (El Punt-Avui 26-11-2016) y el compañero y amigo Salvador Cardús lo hacía en el Ara (6-12-2016) con el título de «Todo, porque somos una nación» (2). Coincido, pues, con todos ellos en que es imprescindible y totalmente necesario nacionalizar el país. Hemos avanzado mucho en los últimos seis años, pero yo me pregunto: ¿hemos hecho el trabajo que había que hacer? ¿Están nuestras instituciones siguiendo la estrategia adecuada para generar y consolidar una conciencia nacional y de sentimiento de Estado? ¿Sabemos qué significa construir un Estado o ser un Estado?

Pondré un ejemplo EN ESTE SENTIDO. Un importante miembro del gobierno de la Generalitat me preguntó: «Tú que conoces la Policía de Cataluña, ¿cómo crees que actuará ésta si se llega a una situación límite?» Yo le contesté: «Para aquello para lo que se les ha formado. Simplemente harán de policía judicial». Éste, ante mi respuesta, me miró con cierta perplejidad. Añadí: «Eres consciente del acomplejamiento nacional en la formación recibida por nuestros policías y funcionarios en general. ¿Se les ha dicho a qué país o nación pertenecían y cuáles serían las consecuencias de eso?». Quiero decir de una manera seria. Y que conste que entre el colectivo de funcionarios de la Generalitat, más de 200.000, hay de todo, como hay de todo en el seno de la sociedad catalana y que estos responden, pues, a los mismos parámetros políticos que el resto de la población.

Así pues, somos un país que quiere ser un Estado pero que no tiene las herramientas para construirlo. No tenemos inteligencia nacional, ni estado mayor político, ni una estrategia de crisis y, en cambio, nos queremos enfrentar a un Estado que sólo tiene eso. ¿Quiere decir, pues, que no hay nada que hacer? Todo lo contrario. Aún estamos a tiempo de enderezar el rumbo. Siguiendo defendiendo el derecho a decidir, pero empecemos a impartir conciencia nacional. Sentido de pertenencia y de autoestima. Somos el país que más movilizaciones hacemos y donde son más multitudinarias. Movilizaciones sin ningún tipo de incidente. Ni un papel en el suelo. Vamos todos juntos: abuelos, padres, hijos y nietos, jóvenes y no tan jóvenes, de aquí y recién llegados, y todos hablando la lengua que queremos. Todos a una porque nos queremos y nos identificamos con Cataluña. Todos juntos por el derecho democrático a decidir y el derecho a ser una nación con todas sus consecuencias. Por todo ello, España no cede en la cuestión de la nación, porque es consciente de que si nos reconoce, éste será su final.

Vienen unos meses decisivos en que se producirán el llamado choque de trenes y legalidades. Será en este momento cuando habrá que mantenerse firmes. Sin dar ni un paso atrás, y si acaso tendremos que hacer dos adelante. Debemos hacer entender al ‘establishment’ español y su casta de funcionarios que viven del negocio «España» que los catalanes ya no estamos para una nueva financiación, ni por el reconocimiento de particularidades políticas, lingüísticas y culturales. Ahora lo que queremos es ser una nación que decide sin pedir permiso a nadie y sólo aceptando las reglas del juego del panorama internacional. Lo que queremos es ser un Estado para moldear este en nuestras maneras de hacer y anhelos de justicia social y del bienestar. Queremos, en definitiva, disfrutar de nuestra plena dignidad nacional. Dudo que lo entiendan o que ni siquiera lo deseen. Hará falta mucha firmeza y decisión. Será ahora o quizás nunca. Si perdemos esta oportunidad tardaremos décadas en tener otra.

Yo creo que los millones de catalanes que se han movilizado reiteradamente estos últimos años, la mayoría lo tienen claro. Pero también hay que tener en cuenta que siempre están aquellos que nunca arriesgan nada y aquellos que nada quieren cambiar porque viven en el entorno o dentro mismo del poder político y económico establecido. Algunos son miedosos; otros, unos aprovechados, o ambas cosas, los que yo llamo «pollitos», y también tenemos los «De Alfonso» o marionetas del Estado. Sin olvidar la pequeña parte de nuestra sociedad que se siente nacionalmente española y que luchará por mantener sus convicciones. Habrá que ofrecerles, a estos últimos, pues, los medios democráticos para participar y subir al tren de la libertad de Cataluña.

Nos esperan, por tanto, unos meses apasionantes en los que, ciertamente, puede pasar de todo. Pero tengamos claro: ahora que se ha abierto esta brecha en nuestra historia, si ésta se cierra por nuestra debilidad o por nuestra falta de sentido de Estado, a nadie más que a nosotros mismos podremos culpar. Adelante pues. Ni un paso atrás.

(1) http://www.nabarralde.com/es/catalunya/16055-2016-11-28-16-31-52

(2) http://www.nabarralde.com/es/eztabaida/16075-2016-12-06-09-48-07

EL PUNT-AVUI