Las dos figuras del año

1. PUTIN.

«Hemos hecho historia con la liberación de Alepo», dice Al Assad, resucitando sobre montañas de cadáveres. En realidad, quien ha hecho historia es Putin, que le ha dado una victoria que los ejércitos del dictador sirio eran incapaces de alcanzar. Putin ha inclinado el tablero, con la complicidad de un Occidente paralizado. «Constatamos que hemos hecho menos de lo que esperábamos», dijo Merkel en uno de esos instantes de sinceridad que alimentan su imagen de bondad pero que no dejan de ser una declaración de impotencia europea.

Una minoría -la de Al Asad- con el apoyo de dos estados ha aplastado una mayoría a la que todo el mundo ha ido abandonando. Otra muesca en la historia de la barbarie. Ciertamente, entre todos han hecho a Putin el hombre del año: ha liquidado el orden geopolítico surgido de la derrota de la URSS en la Guerra Fría, ha devuelto el honor perdido a su país y se dispone a hacer de Siria territorio colonial ruso. Dicen que Colin Powell advirtió a Bush antes de comenzar la Guerra de Irak: «Sea consciente de que, si vamos, nos convertiremos en propietarios». Fueron, no supieron gestionar la conquista y ahora vemos a dónde ha llevado el desmantelamiento de un país sin ningún plan para echarlo a andar de nuevo. ¿Putin debe haber caído en la misma trampa? Más bien da la sensación de que no dejará que se le escape de las manos fácilmente. Y Al Assad que no se haga muchas ilusiones, porque si en algún momento Putin, por interés estratégico, necesita dar su cabeza, lo hará al instante.

En un año de grandes derrotados en la política internacional, por mucho que la revista Time declare a Trump hombre del año, es Putin quien ha cambiado la situación. Recuperando para Rusia el papel de potencia, a pesar de su catastrófica coyuntura interior, y poniendo en evidencia los límites y las debilidades de Europa. Trump puede haber sido la sorpresa de un año en el que, como dice Lionel Barber, «lo imposible fue posible y un magnate de la construcción, invitado habitual de los platós de televisión, fue elevado a la presidencia de Estados Unidos». Nos tendremos que ir acostumbrando a que no siempre pase lo que las élites políticas, económicas y mediáticas querían. No sólo es posible, sino que empieza a ser normal. La prueba Trump empieza en enero. Su amigo Putin lo espera reforzado en un año triunfal.

 

2. REFERÉNDUM.

La otra figura del año es un mecanismo democrático que se ha convertido en piedra de escándalo. ¿Cuál es su delito? Que por tres veces no se ha votado lo que tocaba. Gran Bretaña optó por el maldito Brexit, en Colombia se dijo no a los acuerdos de paz con la guerrilla y en Italia se han cargado la gran esperanza blanca, Matteo Renzi. ¿Qué ha pasado? Que la idea que se tiene de los referendos es que no tienen otra función que ratificar las propuestas de quien los convoca. Los ciudadanos enfadados con los que mandan, por razones perfectamente explicables, han decidido votar a la contra. E inmediatamente se ha echado la culpa al procedimiento. En vez de reconocer los errores cometidos, los convocantes y su coro de acompañamiento han optado por descalificar la fórmula e insultar a los ciudadanos irresponsables e incompetentes que se dejan enredar por los demagogos y los populistas. De ahí a decir que el voto debe reducirse a los que saben -es decir, a la liquidación de la democracia-, hay un paso.

Sin embargo, entre los perdedores de los referéndums hay quien lo ha hecho con honor: David Cameron. Había dos cuestiones importantes a dilucidar y cometió la insensatez de consultarlo a la ciudadanía. Con Escocia ganó, con Europa perdió. Sus colegas no se lo perdonan. «No debería haberlo hecho», dicen. Así se enquistan los problemas. Nosotros tenemos un buen ejemplo. El referéndum catalán ya lleva tiempo siendo protagonista, aunque de momento sólo sea una ilusión, con un amplio apoyo de la ciudadanía y los partidos, con la incorporación de los comunes a la causa. Pero no hay un Cameron en España con el coraje necesario para asumir los riesgos de dirimir democráticamente en referéndum un serio conflicto pendiente.

ARA