El mejor de los mundos posibles

1. AUTOCOMPLACENCIA.

A lo largo del año pasado, a medida que los ciudadanos europeos y los americanos contradecían reiteradamente con sus votos los designios de los que ocupan los poderes, se fue desempolvando un viejo arsenal de palabras como cordón de seguridad de los que mandan. Dos han hecho especial fortuna, hasta el punto de ser distinguidas como palabras del año: el populismo, eterno recurso que no tiene ninguna virtualidad descriptiva sino puramente descalificadora (en el caso español ha permitido a Rajoy seguir gobernando, porque ha convertido en tabú cualquier alianza con el soberanismo o con Podemos); y la postverdad: a estas alturas de la historia, darse cuenta de que en el comportamiento de los humanos se mezclan razones, sentimientos y una economía del deseo muy compleja es descubrir el Mediterráneo.

La última novedad de esta ola ideológica contra la osadía de la gente de expresar su malestar es la avalancha de datos estadísticos para demostrar que la humanidad nunca había vivido tan bien como ahora. Carme Colomina hacía una excelente síntesis de esto hace dos días. Este ejercicio de autocomplacencia con voluntad persuasiva me recuerda una frase del historiador François Furet, a principios de los 90,: «Estamos condenados a vivir en el mundo tal como es». La tonalidad crítica -si lo vivimos como una condena quiere decir que no nos gusta casi nada- aún refuerza más la frase como esencia del pensamiento conservador. Tenemos una versión próxima en una de las afirmaciones preferidas de Mariano Rajoy: «No hay alternativa». ¿A qué viene ahora esta visión panglossiana (de Pangloss, el personaje paródico del ‘Cándido’ de Voltaire) que ante cada atrocidad persiste en afirmar que vivimos en el mejor de los mundos posibles, y, como dice Eva Illouz, «nos invita a reciclar nuestra miseria en una visión funcionalista de la historia en la que cada evento nos haría más fuertes»?

Lejos de la ironía volteriana, este discurso defensivo de las élites contrasta, sin embargo, con la literatura del riesgo y del coraje emprendedor tan en boga antes del cambio de escenario de los últimos años, es decir, antes de que la irritación ciudadana aflorara. Tomar la normalidad como inevitable es la manera más segura de engañarse, porque la historia está cargada de giros imprevistos e inesperados. ¿Quién hubiera dicho a principios del siglo pasado que Europa perdería el control del mundo? Pues ya hace un tiempo que no lo tiene.

 

2. REINCIDENCIA.

Esta avalancha de estadísticas positivas con la aparente voluntad de combatir el pesimismo de las masas es una expresión más, y ya llevamos muchas, del distanciamiento entre las élites y la sociedad. Si la gente no tiene una percepción positiva de la situación hay que preguntarse el porqué; creer que están equivocados es humillante y estéril. ¿No se les ocurre pensar que los errados pueden ser ellos? No se ve ninguna voluntad de rectificación.

Se reincide en el método: la negativa a aceptar que la realidad humana no está hecha de datos estadísticos sino de experiencias personales y que es desde la subjetividad de lo que ha vivido como la gente evalúa su situación, reacciona y se comporta, porque la percepción de bienestar no es un simple cálculo de entradas y salidas. Y exhibe un desprecio ofensivo. Las cifras nunca están encarnadas, siempre son abstractas. Pretender que con una avalancha de datos positivos la ciudadanía entrará en razón (es decir, se comportará como ellos quieren) denota un paternalismo insoportable. Desde su superioridad están diciendo a los ciudadanos que no saben lo que quieren, que no son conscientes de cuán bien viven y que se dejan enredar por el primero que pasa porque no son capaces de actuar con criterio racional. Y luego se sorprenden de que haya gente que busque configurar un sujeto colectivo de cambio frente a las élites, o que el soberanismo catalán no se pueda comprar con cuatro cuartos. La percepción del bienestar tiene que ver con las expectativas. No se puede confundir el final de la utopía con vivir sin horizonte de futuro.

ARA