Por la ironía a la independencia

Iniciamos un año tan decisivo como incierto en relación al futuro político de los catalanes. Y es precisamente el hecho de que sea decisivo al tiempo que incierto lo que acentúa el carácter dramático y que hará un curso de una alta ansiedad emocional. Por si fuera poco, las palabras que se emplearán para hacer pronósticos y con las que se describirán los episodios más determinantes definirán la confrontación en términos apocalípticos. Hay, pues, que estar preparados para mantener la calma, para movilizarse cuando sea necesario y sobre todo para no perder la confianza en la propia capacidad para decidir y construir el futuro que más necesitamos. Y es por todo esto que es útil recordar cuál ha sido uno de los instrumentos de mayor utilidad en todo este inclinación de la voluntad mayoritaria de los catalanes por la definitiva emancipación nacional: el recurso a la ironía.

Así, irónicamente, medio en broma medio en serio, nos hemos ido repitiendo que la máxima confianza en el éxito del proceso hacia la independencia había que ponerla en la reacción española a las aspiraciones catalanas. Es decir, que si bien nosotros mismos no éramos demasiado de fiar, en cambio «ellos no nos fallarían nunca». Por eso, ni cuando finalmente España se ha presentado con la cantinela del diálogo, ha conseguido conseguir vendérnoslo. La otra salida irónica a la que hemos recurrido para minimizar los efectos de los propios errores ha sido considerar que las improvisaciones, los desacuerdos y los vaivenes en las tácticas y las estrategias del independentismo eran un utilísimo factor de desconcierto del adversario, incapaz así de poder responder con eficacia a los zigzag que ha ido haciendo el proceso.

Lo cierto es que han sido las respuestas irónicas las que más han ayudado a desdramatizar los momentos más difíciles, a reírnos de nuestras propias debilidades y superar los episodios más difíciles de confrontación dialéctica. la acelerada decantación de los catalanes hacia la voluntad de independencia ha sido definida como una «revolución de las sonrisas», una expresión que le confiere un carácter amable, pero también de una excesiva ingenuidad. Lo más exacto sería calificarla de «revolución de la ironía». De aquella ironía que Ferrater Mora calificaba de «reveladora y transformadora». Una ironía que, al tiempo que deja clara la conciencia de los propios límites y elimina las tentaciones de arrogancia y soberbia impidiendo que se caiga en el fanatismo, también transforma la desesperación en capacidad de acción. Dice Ferrater Mora en ‘Las formas de la vida catalana’: «La ironía es así un método para eludir la desesperación y sobrevivirla; es una táctica que logra, con la debida paciencia, las victorias más insospechadas. El resurgimiento continuo de la vida catalana por encima la ola de la fatalidad y de la tragedia proviene en gran parte de esta actitud irónica, actitud que sería erróneo estimar como meramente negativa, porque las únicas cosas que niega son la falsedad y la apariencia».

Aunque me resisto a dar por buena la existencia de un carácter nacional, en cambio sí coincido con Ferrater Mora que es este sentido del humor irónico lo que explica mejor tanto la resistencia en el combate por la independencia como la más que previsible victoria. Un particular sentido del humor -incomprensible para el adversario- que ha expresado mejor que cualquier otro relato político esta «voluntad de persistencia» y la «flexible firmeza», para decirlo en los términos del filósofo, que los catalanes hemos demostrado estos últimos diez años.

Mi opinión es que la ironía no es sólo lo que nos ha permitido llegar a salvo a donde estamos, sino que seguirá siendo la mejor arma para resistir los embates finales de este camino. Por ello, me ha parecido genial que iniciáramos el año con este viral: «Buena entrada de año 2017, y buena salida de España 2017».

ARA