Rusia: los riesgos y los agravios

Con la Rusia de Putin en su momento de mayor gloria tras el éxito registrado en Siria, lo que explica la virulencia de las acusaciones que recibe, es el momento de recordar los grandes riesgos asumidos por Moscú, la fragilidad interna del presidente ruso y el agravio comparativo que suscita la presunta “injerencia” rusa en la última campaña electoral de EE.UU.

Instaurado en 1993 por Yeltsin con el apoyo de Occidente, el actual sistema ruso es muy vulnerable. Sus mecanismos de reproducción y legitimación apuntan siempre hacia la concentración del poder personal. Eso choca con las exigencias de una sociedad moderna. El consenso interno hacia un líder fuerte cuya principal virtud es haber detenido una degradación nacional de casi veinte años, convive con un vector muy fuerte de tipo burgués que afirma los derechos civiles ante el Estado, rechaza el conflicto y desea la estabilidad exterior, como ocurre en cualquier otra sociedad moderna. Ese vector va a aumentar, porque forma parte de la lógica histórica de nuestra época. El sistema autocrático no tiene una respuesta a eso a largo plazo y su reforma es, por definición, complicada.

En la actual afirmación de Rusia en el mundo hay una legítima reclamación de gran potencia ninguneada durante 25 años por occidente con acosos que han llegado hasta los arrabales geopolíticos de Moscú y el resultado visto en Ucrania. Pero en las intervenciones en Siria y Ucrania hay también hay una huida hacia delante determinada por la propia lógica de la autocracia ante los efectos sumados que en el interior de Rusia tienen los bajos precios del petróleo, el estancamiento de la situación socio-económica y las sanciones occidentales. La demostración de fuerza exterior es un recurso de movilización y legitimación interna. De momento funciona, pero los riesgos son inmensos.

En Europa y también en Siria la correlación de fuerzas es inequívoca: la población de los miembros europeos de la OTAN supera en cuatro veces a la de Rusia. La suma de sus PIB es nueve veces mayor. Su gasto militar es por lo menos tres veces el ruso. Incluyendo al conjunto de la OTAN, doce veces.

En 1905 la derrota militar de Tsushima en la guerra ruso-japonesa supuso el principio del fin de la autocracia de los Románov, una dinastía de tres siglos. En el siglo XXI un revés militar en Siria o en Ucrania, habrían sido letales para Putin y su sistema. Si en Siria las cosas han funcionado bien para Moscú ha sido gracias a cierto paralizante estupor de Estados Unidos ante los desastres de sus últimas acciones militares en la región y a los zigzags de la actitud turca, que la diplomacia rusa ha jugado con gran acierto y maestría.

El contrapeso de potencias históricamente más prudentes como Rusia y China en el mundo multipolar es fundamental para evitar los peligrosos excesos del ilusorio hegemonismo que han quedado bien patentes en los desastres de estos últimos años, pero en el orden interno Rusia debe ser valorada en su propia y contradictoria realidad.

Putin no ha resuelto, y ni siquiera ha buscado, la vía de desarrollo que estabilice a Rusia. Es un patriota populista de derechas prisionero de un modelo de mando caduco para la modernidad. Ni siquiera es un Hugo Chávez que cometió el pecado de distribuir socialmente renta petrolera. Putin no distribuye nada. Aunque de momento no hay signos de protesta social, ese es un horizonte ineludible a largo plazo con el que un Occidente hostil siempre jugará. El recurso compensatorio de la acción exterior no funcionará eternamente.

Dicho esto, la injerencia (presunta o real) del Kremlin en la política americana evoca claras asociaciones que todo ruso recuerda.

En los noventa la injerencia de Washington en Rusia fue determinante para la ruina y criminalización de la economía rusa. Muchos decretos de privatización y otros aspectos esenciales se redactaron directamente en Washington. Gente como el vicesecretario del tesoro americano Lawrence Summers, cursaba directamente instrucciones en materia de código fiscal, IVA y concesiones de explotación de recursos naturales. Fontaneros como Jeffrey Sachs, Stanley Fisher y Anders Aslund, tenían tanta influencia como los ministros. En manos de Andrei Kóziriev (1992-1996), la política exterior la dirigía una marioneta de Washington que fue puesta al frente de la farmacéutica americana ICN al ser cesado. El gran proyecto geopolítico para Rusia de estrategas de Washington como Zbigniew Brzezinski era disolver Rusia en cuatro o cinco repúblicas irrelevantes. En las presidenciales de junio/ julio de 1996 la complicidad de Estados Unidos fue clave para facilitar la fraudulenta victoria de Yeltsin contra los comunistas. Cuando Putin puso fin a esa bananización de Rusia, siguieron revoluciones de colores y apoyo al magnate energético Mijail Jodorkovski . Ese tipo de ingerencia ha sido una constante y sitúa en su debido lugar el presunto escándalo de los hackers rusos en la campaña electoral americana.

En la hipótesis más extrema e indemostrable, con Putin manejando la operación, todo es bastante inocente. Más aún: al lado de lo que el valeroso disidente Edward Snowden ha revelado al demostrar documentalmente la existencia de Big Brother y su control global total de las comunicaciones por Estados Unidos a través de la NSA, este asunto se parece mucho a una descomunal tomadura de pelo.

LA VANGUARDIA