¿Por qué los europeos vuelven a leer a Stefan Zweig?

El escritor, de una gran popularidad en su tiempo, ahora parece más actual que nunca.
Después de este año tan deprimente para Europa, se habla con ligereza de los años 30. Las relaciones de confianza entre países se están deshilachando y el antiguo dicho que la Unión Europea avanza sólo en tiempos de crisis se está poniendo a prueba hasta al borde del desmembramiento. Los populistas están en auge. El Reino Unido se está yendo. Y los vecinos de Europa o bien la amenazan directamente (Rusia) o amenazan con inundarla de refugiados. Un eurócratas muy alterado confió hace poco a un servidor que temía otra guerra franco-alemana.

No sorprende mucho que los europeos pesimistas empiecen a quitar el polvo a Stefan Zweig. El escritor austriaco, prolífico y con una gran popularidad en su tiempo como autor de novelas, biografías y obras políticas, encarnaba la idea del europeo culto de entreguerras. Zweig, un judío que vio como los nazis quemaban sus libros, se exilió primero de su casa de Austria, en 1934, y después de Europa. El astro literario de Zweig quedó eclipsado por contemporáneos suyos como Thomas Mann o Joseph Roth, pero su testimonio de la catástrofe europea, y su dedicación a la causa de la unión, han ayudado a devolver el afecto popular hacia Zweig . (‘El Gran Hotel Budapest’, película de 2014 inspirada en los escritos de Zweig, también puede haber contribuido a ello).

Zweig sentía el rechazo del esteta por el trajín de la política, pero sus apelaciones a la unidad europea se hicieron cada vez más urgentes en los años 30, cuando el continente se abocaba a la guerra. Cuando finalmente llegó, Zweig no fue capaz de mantener la esperanza que había despertado en otra gente. En ‘El mundo de ayer’, un lamento escrito hacia el final de su vida sobre la Viena cosmopolita del fin del siglo, la de su niñez, Zweig declara que Europa lo «perdió» cuando se rasgó por segunda vez en la historia reciente. En 1942 Zweig y su joven esposa se suicidaron en su hogar adoptivo de Petrópolis, situada en las colinas que rodean Río de Janeiro.

Según el severo análisis del crítico John Gray, Zweig no mostró mucho coraje en la vida para que su muerte pueda considerarse trágica. Pero no se puede ocultar la ironía de lo que vendría más tarde. Menos de una década después de su suicidio, seis países europeos acordaron unificar la producción de acero y de carbón, con la creación de un club que acabaría evolucionando en el proyecto europeo que Zweig durante tanto tiempo había instado en crear. Una organización construida sobre unos cimientos tan prosaicos no habría complacido, sin duda, la noble imaginación del escritor (y, con todo la confluencia paneuropeo, Bruselas nunca estará a la altura de la Viena de Zweig). Pero lo intentaba conseguir con medios burocráticos lo que Zweig esperaba alcanzar por medio de la educación y la cultura: hacer que la guerra entre Francia y Alemania no fuera sólo impensable sino imposible.

El mito fundacional de lo que se convertiría en la UE todavía es un aliciente para los líderes actuales. En un discurso reciente, Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, hizo suyo el aviso de Zweig que quienes quedan atrapados en el cambio histórico no son nunca conscientes del inicio del cambio. Tusk lamentó la «trampa del fatalismo» que, decía, había paralizado a los políticos moderados de hoy en día ante la amenaza del populismo. En tiempos de Zweig, añadió Tusk, los liberales abandonaron «virtualmente sin luchar, aunque lo tenían todo a favor».

Los veteranos de Bruselas lamentan la falta de visión de la hornada de líderes actuales, como si con un nuevo Kohl, Miterrand o Delors fuera suficiente para devolver la salud a Europa. Pero no es sólo a los políticos a quienes se les van desdibujando los recuerdos de los años 40. Haciendo que la guerra entre sus miembros sea inimaginable, la UE ha debilitado su propio apoyo. Sin una misión tan estimulante, hay quien cuestiona los sacrificios de soberanía que exige pertenecer a la UE.

Las crisis de los últimos años dan una respuesta a eso. Si bien algunas de las desgracias de la UE se pueden atribuir a errores en su formación -la integración sigilosa que a veces ha tratado a los votantes como un inconveniente o los errores de diseño de la moneda común-, otros han venido del exterior y han requerido una reacción coordinada. Sin la UE, la amenaza rusa sería mucho mayor y si los gobiernos hubieran estado enfrentados todavía les habría costado más responder a la crisis migratoria. Problemas como el cambio climático y el terrorismo exigen una gestión compartida. A pesar de todos los pasos en falso de la UE, los problemas de Europa serían más graves si no existiera.

Cuidado con la compasión

El mensaje de Zweig es doblemente seductor. Su insistencia en la naturaleza oscilante de la historia europea, basculante adelante y atrás durante siglos entre un tribalismo tiquismiquis y el deseo de cooperación, reafirma a los temerosos de que la desunión actual tal vez sólo es temporal. Sus ataques a los políticos mezquinos de su época refuerzan el desdén con que los pro-europeos de hoy en día perciben a sus líderes. «La idea europea», escribió Zweig, es «la fruta de maduración lenta de una forma de pensar más elevada». En Bruselas muchos encuentran admirable este pensamiento de superioridad.

Pero, como reconocía Zweig, un club supranacional nunca puede manejar el afecto de los ciudadanos al igual que una nación. Su propio remedio -una capital europea rotatoria con actos y festividades que imitaran los espectáculos nacionales- se acabó llevando a la práctica, si bien de manera diluida. Pero la Capital Europea de la Cultura todavía no ha elevado los europeos al estado de conciencia que esperaba Zweig. El tira y afloja constante de lealtades nacionales aún es el mejor medio para movilizar a los europeos a actuar. Aunque los que sueñan un super-Estado europeo federal, como Zweig, hayan perdido la batalla, mejor trabajar a partir de la política nacional que compadecer la estupidez de quienes la han ganado.

Hace diez años el peligro para Europa era el declive elegante hacia la irrelevancia. Desde entonces, el tempo de los acontecimientos se ha acelerado y ha acentuado el riesgo de desintegración. La UE, la más particular de las instituciones, todavía no ha encontrado la manera de hacer fermentar la necesidad de una autoridad central con la energía democrática de los Estados nación. Las emergencias de hoy en día hacen que esta tarea sea aún más urgente. Pero los retos de la Europa de hoy -rica, libre, democrática y, en buena medida, pacífica- no son los de los años 30. Zweig empezaba ‘El mundo de ayer’ con una sugerencia de Shakespeare: «Encaremos el tiempo que nos ha tocado». En eso, al menos, tenía razón.

Traducción de Arnau Figueras

EL TEMPS