Zygmunt Bauman: «El nacionalismo es una sustitución»

Zygmunt Bauman, de 90 años, es uno de los más grandes pensadores de nuestro tiempo. EL TEMPS recupera la entrevista que Der Spiegel le realizó hace unos meses. El sociólogo ha muerto este lunes pasado.

Dos veces en la vida Bauman tuvo que irse de Polonia: nacido en Poznan en 1925, huyó de los alemanes con su familia cuando estalló la guerra, en 1939, a la Unión Soviética. Volvió como comisario político. Después de los estudios fue profesor de sociología en la Universidad de Varsovia. En 1967 dejó el Partido Comunista; justo después perdió la cátedra y emigró a Israel, desde donde en 1971 le ofrecieron una cátedra en la Universidad de Leeds. En numerosas obras (‘Postmodern Ethics, Wasted Lives’ y ‘Liquid Modernity’ ) ha analizado la precariedad de las condiciones de vida en el mundo actual globalizado. En sus obras ha acuñado el término de modernidad «líquida» o licuada. Su nuevo ensayo sobre migraciones y alarmismo (‘Strangers at Our Door’) aparecerá en alemán la próxima semana publicado por la editorial Suhrkamp. Desde la muerte de su primera mujer, Bauman vive en Leeds con la socióloga Aleksandra Kania, hija del antiguo dirigente del Partido Comunista polaco Bolesław Bierut.

-Profesor Bauman, usted fue refugiado. ¿Qué desencadenan los titulares sobre la crisis migratoria que amenaza con desbordar Europa?
-Temo que estemos viviendo el comienzo de un desequilibrio enorme. El aumento repentino de migrantes que llaman a las puertas de Europa, consecuencia del número creciente de Estados fallidos o en descomposición, atiza un miedo profundo de que el bienestar e incluso la supervivencia de la sociedad estén amenazados. Y este pánico crea un clima político explosivo, sobre todo porque los políticos basculan torpemente entre aspiraciones no conciliadoras: aislamiento e integración.

-Es probable que las migraciones masivas tarden en detenerse. Europa está condenada a la impotencia, ¿no tiene sentido limitar la llegada con cuotas y topes?
-Ni las causas de las migraciones masivas desaparecerán ni la imaginación creciente respecto a cómo limitarles la entrada tiene mucho recorrido.

-Pero la política no se puede permitir el fatalismo.
-La situación es inevitablemente ambivalente. El pánico, tal como lo estamos viviendo, deriva fácilmente en una catástrofe moral: en el pecado de la indiferencia ante las tragedias y los gritos de socorro de los que sufren. Los acontecimientos sobrecogedores se convierten en una rutina, en la normalidad. La crisis es neutralizada moralmente: los migrantes y lo que les pasa o lo que se hace, ya no es contemplado desde un punto de vista ético. En cuanto la opinión pública entiende los refugiados como un riesgo para la seguridad, quedan fuera del ámbito de la responsabilidad moral. Se les deshumaniza, se les objetiva, se les coloca fuera del marco en el que se considera necesaria la solidaridad y la compasión.

-La obsesión por la seguridad, la islamofobia y la exclusión social de los inmigrantes ¿no fomentan la radicalización en ambos lados?
-El miedo, el odio, el resentimiento y la exclusión ponen en marcha una profecía autocumplida. La inclusión y la integración son las armas más poderosas de Occidente. No hay otra salida a la crisis en que se encuentra la humanidad aparte de la solidaridad. La distancia, la barrera entre nosotros y los otros, los de aquí y los de fuera, se debe superar. El primer paso es iniciar el diálogo. Los extranjeros deben convertirse en vecinos.

-El miedo a lo extranjero, desconocido, es una reacción intuitiva; la consecuencia es evitar el contacto. Los autóctonos y los inmigrantes viven los unos junto a los otros, pero no los unos con los otros, no se relacionan.
-Les separa la frontera invisible del silencio. La proximidad social y física han estado estrechamente ligadas durante mucho tiempo en la historia de la humanidad. Hoy en día estar alejado de los otros se ha convertido en la condición permanente. El problema de las sociedades modernas no puede ser cómo eliminar a los extranjeros, sino cómo se puede vivir en vecindad con ellos. La coincidencia entre proximidad física y social está alterada. Esta situación es totalmente nueva: la extrañeza ante los forasteros ya no es una irritación pasajera. Los extranjeros se quedan y no quieren irse, aunque la gente por dentro tiene la esperanza de que se acaben marchando. No son ni invitados ni visitantes, no son enemigos absolutos pero tampoco vecinos conocidos. Siguen siendo extranjeros porque, al menos en parte, se escapan del código local, rechazan la manera de vivir local e insisten en su singularidad.

-Mantener su visibilidad porque expresan su condición de forasteros y el hecho de ser diferentes, por ejemplo con el velo. ¿Cómo se puede superar la contradicción del término extranjero, que es alguien que convive con nosotros pero que no es de los nuestros?
-Hay que tener presente la situación de los refugiados, o mejor dicho, su dilema. Como que huye debido a la pobreza o la violencia, el refugiado pierde su patria y no obtiene una nueva, porque no es un emigrante. Los refugiados se encuentran en un espacio vacío, en realidad no son ni nómadas ni sedentarios. Son un elemento perfecto para ser estigmatizados, para el papel del espantapájaros que se quema en lugar de las fuerzas mundiales del mal.

-La inmigración descontrolada encarna la ruptura del orden. Los recién llegados, de cuyo desarraigo de los que nos sentimos culpables, ¿nos recuerdan nuestra vulnerabilidad, la fragilidad de nuestro bienestar?
-El refugiado, como escribió Bertolt Brecht en su poema «El paisaje del exilio», es un mensajero de la desgracia. Nos trae la malas noticias, los conflictos y los ataques de lugares lejanos hasta la puerta de casa. Nos muestra que hay fuerzas mundiales, que cuesta imaginar, que tienen una influencia muy lejos de casa, pero que son lo suficientemente poderosas para perjudicar también nuestra vida.

-¿En la xenofobia, pues, se hace responsable del mensaje al mensajero? Contra las fuerzas de la globalización, que son difíciles de entender, poco podemos hacer.
-Al refugiado le cae encima una rabia derivada. El chivo expiatorio alivia el sentimiento inquietante y humillante de nuestro desamparo y de la inseguridad existencial, sentimientos a los que todos estamos expuestos en la modernidad líquida. Esto es una oportunidad para el político que quiere captar votos y sacar partido de los miedos que la llegada de gente de fuera desencadena. El miedo acumulado ante lo desconocido busca una válvula de escape. La promesa de dejar fuera a los extranjeros no deseados es una especie de exorcismo: el fantasma que lleva el miedo a la incertidumbre debe ser expulsado.

-¿El político populista es un charlatán y un chamán?
-Hoy en día la política se mueve bajo las condiciones de una incertidumbre endémica. Su capacidad de influencia es local, mientras que los problemas que debe afrontar son globales. En la transición de una fase sólida a la fase líquida, volátil, de la modernidad, vivimos la separación creciente entre política y poder. Las fuerzas desbocadas de la globalización se escapan del control de los Estados nación. Cada vez más, las instituciones políticas se demuestran inadecuadas para gestionar nuevos retos. La sociedad fragmentada ya no forma una comunidad; la soberanía territorial del Estado nación está erosionada. El Estado pierde su capacidad de resolver problemas y así su función protectora.

-La democracia, que necesita el marco del Estado nación, ¿fracasa ante la discrepancia creciente entre objetivos y medios para actuar con efectividad?
-La crisis de la democracia, a los ojos de los ciudadanos, proviene de su incapacidad real y supuesta de gestionar la situación actual. La desorientación de los políticos, la idea de que no hay alternativa, que las cosas no se pueden hacer de otra manera, se percibe como una capitulación. La atracción del hombre fuerte o la mujer fuerte -Donald Trump en Estados Unidos y Marine Le Pen en Francia- se basa en la afirmación y la promesa no demostrada que ellos podrían actuar diferente, que en su persona existe la alternativa.

-El anuncio de reordenar las relaciones a través de muros, prohibiciones de entrada y expulsiones tiene claramente un poder de atracción tentador.
-El nacionalismo y la evocación de la unidad étnica son una sustitución de los factores de integración que faltan en una sociedad que se desintegra. El Estado nación no recuperará nunca su poder. Ya hace tiempo que las grandes ciudades del mundo se han convertido en los laboratorios de las nuevas sociedades mezcladas. En estas ciudades las tensiones entre mixofília y mixofobia se resuelven en el pluralismo de las culturas. El aislamiento es una tentación engañosa. Las puertas están abiertas, ya no se pueden cerrar. La legitimación del Estado nación se basaba en tres pilares: la seguridad militar hacia el exterior, el Estado del bienestar en el interior y el hecho de compartir una lengua y una cultura. Esta tríada se ha ido a pique.

-¿Qué hay que hacer para que no vayamos a parar al resurgimiento de un mundo siempre en guerra, todos contra todos, contra el que Thomas Hobbes en el comienzo de la Edad Moderna propuso el Estado nación como garante de la libertad y la seguridad?
-Umberto Eco, uno de los últimos grandes sabios universales, insistía en la diferencia fundamental entre migración e inmigración. En la praxis política siempre se confunden. La inmigración se puede planificar y dirigir por ley un Gobierno. La migración, en cambio, es como un fenómeno natural incontrolable. Simplemente pasa; rebasa la autoridad de cualquier Estado nación, al igual que un terremoto o un tsunami. En las metrópolis del mundo, se reúnen grupos que viven en la diáspora, sin que nadie haya planificado el proceso. En Londres, viven 70 comunidades lingüísticas, étnicas, religiosas e ideológicas diferentes. Se asimilan no de modo diferente (o sólo superficialmente) que los inmigrantes del siglo XIX. Los turcos en Alemania quieren ser ciudadanos leales a Alemania, pero también quieren seguir siendo turcos. ¿Por qué? Todos son producto de la migración, no de la inmigración. Pero nosotros nos comportamos como si la migración fuera el mismo que la inmigración: planificable, regulable, controlable con normativas hechas en Berlín, París o Londres.

-¿No tienen más remedio que fracasar, estos países, al querer dominar el problema global con medios nacionales y locales? ¿La integración, el objetivo que todos quieren conseguir con una varita mágica, es una quimera?
-Los rezagados de la modernidad, que vergonzosa y falsamente llamamos países en vías de desarrollo, están ante las puertas de Occidente y conseguirán entrar. Esta evidencia lleva a una segunda idea que el difunto sociólogo alemán Ulrich Beck, un gran colega, formuló: ya hace tiempo que vivimos, nos guste o no, en una situación cosmopolita con fronteras difusas y una dependencia universal recíproca. Pero lo que nos falta es la conciencia cosmopolita.

-La percepción cognitiva del espacio social ¿va más lenta que el desarrollo real y conduce la política a decisiones equivocadas?
-Tenemos que empezar a desarrollar y fomentar esta conciencia cosmopolita, la idea de la interdependencia global. Este proceso es complicado, porque requiere un vuelco en la forma de pensar. La pregunta ya no puede ser: qué es bueno para mí y para mi país, por ejemplo Hungría; sino que Viktor Orbán debería preguntarse: ¿qué debería hacer Hungría para convertir la Unión Europea, a la que pertenece, en una parte del mundo mejor y más fuerte?

-El Reino Unido lo ha logrado con el Brexit. Ir cada uno por libre parece aún más atractivo.
-La convocatoria del referéndum por parte de David Cameron fue una tontería política descomunal. El famoso jurista, tristemente célebre, Carl Schmitt definía la soberanía como el derecho de dar nombre al enemigo. La identidad es el hermano gemelo de la enemistad: nosotros somos quienes somos porque tenemos un enemigo común. Así funcionaron las personas de las tribus primitivas de cazadores y recolectores hasta los Estados nacionales del siglo XIX y la primera mitad del XX. En la historia de la humanidad la integración y la segregación siempre han ido de la mano: nosotros y ellos. Esto se ha terminado, «ellos» están aquí, entre nosotros, ¿dónde está el enemigo? Tenemos que volver a aprender el arte de la integración, renunciando a los extremos de «o esto o aquello», si queremos hacer justicia a nuestra situación.

-Los que no consiguen entrar son aparcados en campos miserables. Cada vez más políticos europeos defienden que se les mantenga allí a largo plazo.
-Estos refugiados son tratados como desechos humanos. Han perdido el derecho a autodeterminarse y autoafirmarse. Están fuera de la ley, sin ningún derecho como individuos. Su perspectiva de reinventarse en la sociedad de acogida es cada vez más baja. Son personas sin identidad y sin atributos, para nosotros son algo inimaginable e impensable.

-Sin lugar en la conciencia cosmopolita. ¿Se refuerza precisamente en la época de la universalidad la necesidad de un retorno a la comunidad de los iguales?
-¿Ha escuchado alguna vez el concepto de «retrotopia»?

-No, pero me parece que ya entiendo a que se refiere.
-Mire, le revelaré mi nuevo proyecto: ‘Retrotopia’ será el título de mi próximo libro. Hace 500 años Tomás Moro escribió su obra Utopía , el proyecto de un país en ninguna parte, un país que no existe, un lugar mejor que todavía no se ha hecho realidad. ‘Retrotopia’ también es un lugar que no existe pero no porque todavía no se ha hecho realidad, sino porque ya ha dejado de existir.

-A diferencia de la utopía, la ‘retrotopia’ simboliza la añoranza de un pasado que se idealiza pero que no se puede recuperar.
-Soñamos un mundo seguro, un mundo del que podamos fiarnos, un mundo que se corresponda con la idea de que tenemos del mismo. Durante los siglos posteriores a Tomás Moro el mundo moderno era optimista, iba de camino a la utopía. Cuando era joven, hace mucho, mucho tiempo, yo creía imperturbablemente en el progreso. Estaba convencido de que una sociedad sin utopía era insoportable: «El progreso», escribió Oscar Wilde, «es la realización de utopías». La utopía es la esperanza en una vida mejor en el futuro. La humanidad persigue una tierra mejor y deja su en ello su impronta.

-¿Y actualmente está tentada de dar marcha atrás?
-Hoy vivimos el cambio de rumbo probablemente más importante en el pensamiento predominante. Los jóvenes de Europa y probablemente también en Alemania no esperan ganancias en el futuro, sino pérdidas. Son la primera generación desde la Segunda Guerra Mundial que teme que no alcanzará ni mantendrá las condiciones y la calidad de vida de sus padres. Al parecer, Francia es el país más pesimista de Europa. A una gran mayoría le preocupa que el futuro sea peor que el presente. ¡Increíble! Junto con la modernidad, las utopías veían la luz del mundo y podían desplegarse sólo en el clima de la modernidad. Su fin marca también el final de la modernidad.

-Las grandes utopías del siglo XX han fracasado, han sido caricaturas sanguinolentas de una ilusión. ¿Pero sigue intacta la idea fundamental del progreso, no sólo en el ámbito de la ciencia y la técnica, sino también en el de la moral?
-En mi idea de ‘retrotopia’, el ángel de la historia ha dado un giro de 180 grados. Los valores que se relacionaban con las dos direcciones opuestas de pasado y futuro han intercambiado los lugares en el eje temporal. La decepción tiene esperanza en el futuro. En vez de un tiempo sin preocupaciones, vivimos una catástrofe tras otra: terrorismo, crisis financiera, una economía estancada, paro, precariedad. La idea del progreso promete menos esperanza en la mejora de la situación personal que el miedo de quedar rezagado y descolgado. Por eso nos volvemos hacia el pasado y avanzamos ciegamente.

¿Pero el progreso no ha sido siempre ciego?
-En la parábola de Franz Kafka ‘La partida’, el sirviente pregunta: «¿Hacia dónde cabalga, señor?». El señor contesta: «No sé, lejos de aquí, lejos de aquí y basta. Cada vez más lejos… este es mi destino». Así describe Kafka la fatalidad en dos frases. Esta es la situación en que nos encontramos nosotros.

-Podría ser que la fatalidad de la historia de la humanidad condujera a una guerra civil global en vez de la unión en una sociedad cosmopolita que proponía Immanuel Kant?
-Muy buena pregunta, pero yo sólo puedo dibujar un mapa de carreteras, no le sabría decir qué camino tomaremos.

-¿Y cómo es este mapa?
-A pesar de todos los conflictos, las guerras, las luchas de clase, el capitalismo temprano, nuestros antepasados ​​tenían una ventaja: la morfología de la convivencia humana obligaba a la solidaridad. Henry Ford sabía que tenía que pagar un sueldo decente a sus trabajadores para garantizar su propio éxito. Este seguro de reciprocidad ha quedado eliminado unilateralmente por el neoliberalismo en su forma de sociedad abierta. La solidaridad social ha sido apartada en favor de la responsabilidad individual. Se ha convertido en una cuestión del individuo procurar por su subsistencia en un mundo descompuesto e imprevisible, aunque sus recursos sean totalmente insuficientes. El sentimiento general de precariedad, que ha llegado con el proceso de desregulación económica, diluye los lazos entre personas y atiza la desconfianza de todos contra todos. El progreso representa la amenaza a través de la transformación constante. Toda persona es un contrincante y un adversario potencial para los demás. Esto es muy intranquilizador.

-En la inseguridad de la sociedad competitiva ¿existe la amenaza de la violencia?
-Todas las amenazas se unen en la forma del inmigrante ilegal. Es el adversario fantasma ideal. En vez de estereotiparlo, se le debe personalizar para desactivar el odio contra él. Tiene derecho, como individuo, no como representante de una categoría, raza o religión, a ser tenido en cuenta. Y la única manera de hacerlo pasa por el entendimiento, es decir, con diálogo.

-¿Con la tolerancia no es suficiente?
-A menudo la tolerancia sólo es la expresión de la indiferencia. Haz lo que quieras, mientras no me molestes. Si quieres ponerte boca abajo y hacer el pino, hazlo, si te apetece. En contraposición a esto está la solidaridad, el interés por los motivos y las intenciones de los demás, la exploración del extranjero: ¿por qué haces el pino? ¡Hablemos! Es significativo que el Papa Francisco apele insistentemente a la cultura del diálogo. Es la única manera de percibir al otro como interlocutor de pleno derecho y respetarlo.

-Usted se exilió, y perdió su patria, Polonia.
-Un polaco en un tren extranjero.

-¿Sintió alguna vez su identidad amenazada?
-Llegué A Leeds, a la universidad, cuando tenía 45 años. Todo era diferente: la lengua, la cultura, la historia. Evidentemente, fue un período traumático. Me hicieron falta diez años para tener un entendimiento fluidoa, una auténtica reciprocidad con mis colegas del mundo académico británico. Pero mis problemas no los percibí como una alteración de mi identidad. La búsqueda de una identidad forma parte de la ‘retrotopia’: como no encuentro la felicidad en el futuro, emprendo el regreso hacia el pasado. El historiador Eric Hobsbawm dijo que las personas empiezan a hablar de identidad cuando dejan de hablar sobre lo que tienen un común.

-Profesor Bauman, muchas gracias por la entrevista.

* Traducción de Arnau Figueres

EL TEMPS