El humor Carrero Blanco y el salto mortal de la justicia española

Si no estoy equivocado, se ha hablado relativamente poco, en Cataluña, en el caso de esta joven estudiante española que se enfrenta a dos años y medio de prisión por haber colgado en Twitter una serie de tuits sobre Luis Carrero Blanco y su muerte. Quizás estamos tan curados de espantos que ya cuesta añadir indignación a la indignación y hemos asumido colectivamente que ya sólo podríamos hablar de la justicia española parafraseando una frase famosa de Blaise Pascal y decir que, igual que el corazón, la justicia española tiene sus razones que la razón ignora.

Los trece tweets incriminados han sido borradas. Uno de estas, recogida por un diario digital, decía: ‘Kissinger regaló a Carrero Blanco un trozo de luna. ETA le pagó el viaje para ir’. No diría que sea de buen gusto. Sobre todo porque, cuando se habla de la muerte violenta de quien fue presidente del gobierno de Franco, se olvida a menudo que, junto con él, también murieron un inspector de policía, José Antonio Bueno Fernández, y un chofer, José Luis Pérez Mogens. Pero, sin pretender entrar en ningún argumentario jurídico, y esbozando sólo levemente lo que podría ser un razonamiento moral e intelectual, diría que esta inculpación está fuera de todo sentido común. En diciembre de 1973, poco después del atentado que hizo volar el coche de Carrero Blanco a unos treinta metros de altura, nació espontáneamente una nueva clase de humor, que se podría llamar humor Carrero Blanco -o directamente humor Blanco-, como subgénero del humor negro. Recuerdo la foto de una pintada que vi cuando era estudiante, en los años ochenta, y que repetía aquel chiste bastante famoso: ‘¡Carrero Blanco, campeón del mundo de salto con pértiga, pero sin pértiga!’ ¿Mal gusto? Sí, claro, pero la justicia, en principio, no tiene competencias sobre el mal gusto.

En realidad, se podría publicar un libro entero que recogiera las obras de arte (impresionante pintura mural de Escif en la plaza del Tossal de Valencia), las pintadas, los chistes y los montajes fotográficos que evocan o se burlan de lo que fue uno de los asesinatos políticos más espectaculares del siglo XX. Un asesinato que con toda evidencia fue vivido como una salida colectiva por una parte de la opinión pública, no sólo por la importancia política de quien fue asesinado, sino también por la forma en que ETA preparó y llevó a cabo la atentado y también, aunque cruelmente, por el excepcional aspecto visual del atentado mismo. Aquella muerte, claro, no dio lugar a tantas clandestinas celebraciones como la de Franco, pero también, por esa muerte, se abrieron botellas de champán. Es un hecho histórico al que no se puede cambiar nada, ni con la instrumentalización de la dignidad de los familiares de las víctimas como arma jurídica de represión.

Además, un gran número de historiadores y analistas políticos han explicado cómo la muerte del número dos del régimen franquista había sido objetivamente útil al restablecimiento efectivo de la democracia. No me han hecho falta ni tres minutos para encontrar dos citas que van en este sentido, tan sólo tecleando ‘Asesinato de Carrero Blanco’ en Google. Son muy interesantes y fueron escritas por personas nada sospechosas de sentir simpatía por ETA. Juan Luis Cebrián: «Muchos demócratas, enemigos de la violencia y del terrorismo etarra, no tenían otro remedio que reconocer -con cuidado, no sea que los confundiesen- que, a la postre, los magnicidios habían cumplido un destino histórico y su acción había liquidado cualquier posibilidad de continuismo franquista» («La agonía del franquismo», 1995). De Charles Powell: «La popularidad de ETA entre la opinión antifranquista alcanzó su punto culminante en 1973 con el asesinato del almirante Carrero Blanco» («España en democracia», 2002). ¿Estos y tantos otros autores hicieron, con estas declaraciones, apología del terrorismo? Reproducirlas hoy ¿es hacer algún tipo de apología del terrorismo? Colgar un fotomontaje en internet en el que Carrero Blanco, desde su coche despegado allí tan arriba dice, en referencia a ET: ‘¡Me vuelvo a casa!’, ¿es hacer algún tipo de apología del terrorismo? ¿Y cómo se ha de interpretar el hecho mismo de que el coche en el que se encontraba Carrero Blanco (un Dodge 37000 GT, no blindado, que había sido elegido coche del año 1971 por la prensa española) sea expuesto en el Museo de la Automóvil de Torrejon de Ardoz? Puede ser, claro, como homenaje a la víctima; puede ser una publicidad gratuita de la marca Dodge (el parabrisas posterior permaneció intacto a pesar de la explosión, el despegue y la caída); puede ser una forma de propaganda de los que cometieron el atentado. O las tres cosas a la vez. Y si cuarenta y tres años después de los hechos de pronto ya no se puede hacer humor, es decir, opinar, sobre las razones y las consecuencias de un atentado, ¿cuándo se podrá hacer? ¿Dónde están los límites? Si me invento un chiste, divertido y de mal gusto, sobre el asesinato del general Prim, que pasó en 1870, ¿también podría ser acusado de apología del terrorismo? A la postre, ya veo que sería prudente, antes de atreverme a ello, que leyera detenidamente los artículos de la ley pertinentes. ¿Pero qué clase de democracia obliga a un ciudadano a leer artículos de la ley antes de soltar una broma sobre un hecho viejo de casi ciento cincuenta años

Lo peor de todo, sin embargo, puede ser que en 2017 pueda ser un delito hacer chistes sobre un crimen que fue amnistiado en 1977. Porque esto significa que la autora de los chistes colgados en Twitter corre hoy más riesgos judiciales bromeando sobre la muerte de Carrero Blanco que los asesinos de Carrero Blanco. Lo que parecería demostrar que la justicia española va perdiendo el norte de las normas básicas que garantizan la libertad de expresión. Pero esto, oh lectores de Vilaweb, me parece que ya lo sabéis.

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